Un estudio que toma la Sagrada Escritura como base para conocer el destino del pueblo de Israel, y su relación con el Evangelio de Jesucristo.
No existe en toda la Sagrada Escritura un siervo de Dios más versado en el conocimiento de los designios divinos como el apóstol Pablo, hombre privilegiado y sin par en el cumplimiento de la predicación del mensaje salvificante enviado por Dios a la Tierra. Su capacidad de conocer a profundidad el significado de los designios divinos fue un regalo otorgado por el Divino Maestro como dádiva resultante de varios aspectos de personalidad propios de él.
Difícil encontrar, desde Moisés, a un hombre que iguale su capacidad de entrega al servicio de su Señor, no porque a los otros siervos de Dios les haya faltado capacidad demostrativa, sino porque la plena libertad para trabajar en el cumplimiento de la labor que se le encomendó estuvo de su parte. Sí, Pablo tuvo la libertad de demostrar con verdadera suficiencia, la entrega y obediencia demandados por Dios; libertad de la cual no gozaron quienes le antecedieron en el ministerio ni tampoco quienes eran sus contemporáneos.
Habiendo Pablo recibido el conocimiento acerca del plan de salvación en forma directa de parte del Señor Jesucristo, tuvo el privilegio de entrar por las puertas del conocimiento de muchas profundidades, de indagar respecto a ellas y de entenderlas. Ese privilegio no parece haber estado presente en el resto de apóstoles, lo testifica su copiosa demostración frente a la escasa demostración de sus compañeros. Incluso el Apóstol Pedro claramente asiente en la profunda capacidad paulina al declarar: “Casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender...” (2 Pedro 3:16). Obviamente, lo difícil de entender no estaba circunscrito sólo a los indoctos sino incluso a los mismos apóstoles quienes seguramente tuvieron necesidad de leer sus escritos en forma reflexiva, poniendo el entendimiento adecuado a cada una de sus declaraciones.
Es debido al privilegio de poner al descubierto grandes misterios, que con marcada abundancia de detalles habla respecto al pueblo israelita, mencionando aspectos intrigantes que ningún otro apóstol menciona.
Si bien los profetas preapostólicos hablan acerca del futuro que le aguarda a Israel en aspectos de su vida material, Pablo habla de ellos tocante a la parte espiritual, a la parte de sus relaciones con Dios y al futuro que les está reservado. Los profetas hablan de una horrible guerra próxima a desarrollarse, y hablan también de los resultados de ella; mas muy poco hablan (casi nada) respecto al estado espiritual y del desenlace que eso conlleva.
Acerca de esto último es que trata el estudio que hoy nos ocupa. Tome pues, el amable lector, todo el tiempo necesario para leerlo, para razonarlo a la luz de la Divina Palabra, y para conocer el futuro que le aguarda a los descendientes del patriarca Abraham.
Los designios relacionados al pueblo israelita son verdaderamente gloriosos; por decisión divina ellos vinieron a ser el pueblo exclusivo, el único favorito de entre todos los pueblos. Fue con ellos con quienes el Altísimo hizo el pacto en el monte del Sinaí. Hubo una cantidad considerable de leyes para ellos disponibles cual nunca las hubo para las naciones paganas. En fin, nunca hubo un pueblo cuyos dioses estuvieran tan cerca de ellos como lo fue el Altísimo con Israel. Debido al beneplácito divino sobre el padre Abraham; a ellos les fue dicho:
“No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto” (Éxodo 7: 7-8).
La razón está claramente expresada en esta declaración: Dios los amó entrañablemente y los prodigó de abundantes bienes sencillamente por el pacto que siglos antes había hecho con el patriarca Abraham, el cual fue reafirmado a Isaac y confirmado en Jacob.
Para el tiempo en que estas palabras (Éxodo 7:7-8) les fueron dichas, ellos recién habían salido de la esclavitud. Eran un pueblo sin tierra, sin leyes gubernativas y débil guerreramente hablando. Con todo, la mano divina estaba presta a guiarlos al lugar que les había preparado, para establecerlos como nación, y para fortalecerlos. Todo, debido al respeto, y amor de Dios hacia el padre Abraham
Fue para confirmar en ellos el compromiso divino, que surgió la circuncisión como señal. La orden divina a Abraham fue circuncidar a todos sus descendientes, de esa manera adquirían la señal identificativa por la cual Dios los reconocería en todo momento y en cualquier lugar. Si al israelita no le era practicada la circuncisión a los ocho días después de haber nacido, debía morir.
Siendo descendientes del patriarca Abraham, Dios los tomó como propiedad exclusiva, ofreciéndoles toda clase de beneficios materiales. Aprovechar ese amplio raudal de beneficios indudablemente les haría riquísimos, muy poderosos y respetados por las naciones vecinas.
“Acontecerá que si oyes atentamente la voz de Jehová, tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová, tu Dios, te exaltará sobre todas las naciones de la tierra. Y vendrán sobre ti y te alcanzarán todas estas bendiciones, si escuchas la voz de Jehová, tu Dios...” (Deuteronomio 28:1-2).
Un mínimo de veinticinco bendiciones están enlistadas en los versículos subsiguientes, entre las cuales se pueden mirar: Los israelitas estarían en posición incluso de ser dueños de las naciones vecinas y de tomar legalmente como esclavos a sus moradores. Sembrar poco y cosechar en extrema abundancia. Tener total éxito en toda empresa que emprendieran. Tener su tierra libre de cualquier plaga. Tener lluvia a su debido tiempo. Habitar en tranquilidad, sin temor a invasiones enemigas. Ser mirados con respeto por sus vecinos. Tener buena salud desde el menor hasta el mayor. Estar exentos de cualquier peste. Tener abundancia de ganados. Vivir gozando de todas las bendiciones de abundancia. Vivir tranquilamente. Llegar a tener grandísima prosperidad. Etc.
Con semejantes bendiciones descritas en el capítulo 28 bajo comentario, el pueblo de Israel indudablemente evidenciaría en pleno que su Dios estaba con ellos y se complacía en bendecirlos. Nunca nación alguna llegó a poseer tanta oportunidad de riquezas, poder y bienestar como lo tuvo el pueblo israelita.
Sin embargo, al hecho de haber sido intitulados como pueblo exclusivo y acreedor de grandes bendiciones, también se les dijo que la desatención a la obediencia de las leyes divinas les haría saborear las amarguras de la desdicha e infelicidad.
“Pero acontecerá, si no oyes la voz de Jehová, tu Dios, y no procuras cumplir todos sus mandamientos y estatutos que yo te ordeno hoy, vendrán sobre ti y te alcanzarán todas estas maldiciones...” (Deuteronomio 28:15).
Enlistadas después de todas las bendiciones anunciadas están las maldiciones que les sobrevendrían como pago por la desatención a las leyes divinas.
La lectura de todas las maldiciones lleva a entender que ellas son lo opuesto a las bendiciones, es decir: sembrar mucho y cosechar poco, enfermedades, tierra árida causada por la falta de lluvia, fracaso en toda empresa emprendida, despojamiento por parte de sus vecinos, etc., a lo cual le fueron agregadas muchas y dolorosas experiencias que la Escritura no cuenta que hayan sido jamás experimentadas ni siquiera por los paganos.
Indudablemente la opción a tomar era la obediencia. Faltar al compromiso adquirido con Dios era la peor de las alternativas, lo cual pocos siglos más tarde empezarían a saborear totalmente horrorizados e incapaces de restablecer la prosperidad prometida.
Aunque parezca increíble, Israel no pudo mantenerse en el lado de las bendiciones, al contrario, optó por desobedecer, atrayendo para si grandes miserias y dolor. Aquello que Moisés les previno como consecuencia por la desobediencia sería el plato que saborearían y angustiosamente tendrían que comer. Como si todas esas miserias anunciadas no hubieran sido lo suficientemente fuertes, les fue prevenido que las naciones paganas no sólo los saquearían sino que incluso los conquistarían y les harían vivir nuevamente en esclavitud y miseria como aquellas que experimentaron en Egipto.
La situación les vendría a ser tan insoportable al grado que debido a la increíble escasez de alimentos y al asedio al cual el enemigo conquistador los sometería, los padres practicarían la antropofagia (canibalismo). Deuteronomio 28:54-57 dice:
“El hombre más amable y delicado entre los tuyos mirará con malos ojos a su hermano, a la mujer de su corazón y al resto de los hijos que le queden, para no compartir con ellos la carne de sus hijos que él comerá, por no haberle quedado nada en medio del asedio y la angustia a que te reducirá tu enemigo en todas tus ciudades. La más amable y delicada entre vosotros, de tan pura delicadeza y ternura que nunca intentaría sentar sobre la tierra la planta de su pie, mirará con malos ojos al marido de su corazón, a su hijo y a su hija, y por carecer de todo, se ocultará para comer la placenta que sale de entre sus pies y a los hijos que dé a luz, en medio del asedio y la angustia a que te reducirá tu enemigo en tus ciudades...”
El momento de saborear la dureza de las maldiciones divinas les vino en su más álgida condición cuando el Primer Templo fue saqueado por Nabucodonosor, Rey de Babilonia. Fue, según el relato de las Escrituras, un tiempo tan increíblemente dificil y angustioso que duró setenta años hasta que la miseria imperó y lo mejor de los hombres, incluyendo jóvenes, fueron llevados en esclavitud para servir en la corte del rey.
De acuerdo al relato proporcionado por Esdras y Nehemías, la ciudad quedó en total ruina, el Templo quemado y despojado de todos los tesoros, y los habitantes dejados allí por orden de Nabucodonosor fueron los viejos, aquellos que por su incapacidad física no podían prestar ninguna utilidad a Babilonia.
Esa fue para Israel la primera y gran lección de su vida. Para que entendieran que con Dios no hay otra alternativa válida que obedecerle. Para él la obediencia es el único lenguaje válido para que el humano goce de sus bendiciones. La desobediencia jamás acarrea bendiciones sino maldiciones.
El retorno posterior debido a la permisión de que fueron objeto por parte de sus captores, les hizo temer y entender que Dios no tolera la desobediencia. La ciudad fue reedificada junto con el Templo, aunque éste nunca jamás volvió a desplegar aquella belleza y riquezas del Templo edificado por Salomón. La alegría, aunque no en toda su extensión, volvió a estar de su lado pero no por mucho tiempo, pasadas las décadas, la amarga experiencia fue olvidada y la desobediencia volvió a aparecer. Las inconformidades entre ellos mismos, las rivalidades y el paganismo les hicieron difícil mantenerse bajo el amparo divino. Nuevamente la libertad y determinación de moverse libremente en su tierra se les hizo inexistente. No más prosperidad, no más seguridad. Las bendiciones divinamente otorgadas apenas eran suficientes para medio pasar la vida.
Pero a pesar de todas las maldiciones anunciadas por causa de la desobediencia, Dios en ningún momento habla de desecharlos definitivamente para que no sean más su pueblo. Castigo no significa desechamiento. Él nunca cambia su promesa. Una vez le prometió a Abraham hacer de su descendencia un pueblo de su propiedad, y nunca ha faltado a su palabra. Israel ha sido sometido a las pruebas y castigos más duros que la mente pueda imaginar, pero Dios no rompe su promesa, él continúa siendo su Dios y ellos continúan siendo su pueblo. Israel sabe que nunca serán abandonados para siempre aunque sean sometidos a duros castigos, Dios no ha anulado sus promesas.
Fue debido al pacto de Dios con Abraham que la circuncisión vino a ser para sus descendientes una señal indiscutible. Todo israelita debe ser circuncidado. De esa manera, con el correr del tiempo la circuncisión vino a ser para Israel motivo de sumo orgullo. Pertenecen a Dios por la señal que portan en su propia carne.
Para el tiempo en que nuestro Salvador vino a la Tierra, Israel estaba en esclavitud bajo el Imperio Romano, eso significaba estar relacionados y alternando con gente pagana, sobre todo porque muchos de ellos habían fijado su residencia permanente en otros países. Podría ser que debido a eso haya surgido en ellos el orgullo identificativo de la circuncisión. Algo así como: “Ea, yo soy genuino pueblo de Dios y lo demuestro con mi circuncisión, en cambio tú eres pagano, enemigo de Dios y sin parte ni suerte entre nosotros los escogidos. Nosotros gozamos del beneplácito divino al tiempo que tú eres despreciado”.
Tan impactante les vino a ser la circuncisión que la priorizaron por sobre el resto de mandamientos. Por la forma en que los apóstoles hablan de ellos, parece que la circuncisión les vino a ser como una excusa de amparo contra toda desobediencia; es decir, por ser circuncidados vinieron a pensar que cualquier desobediencia les era perdonada por Dios. Por algo Pablo lo menciona al decir: “¿Y por qué no decir (como se nos calumnia, y como algunos, cuya condenación es justa, afirman que nosotros decimos): «Hagamos males para que vengan bienes»...)? Romanos 3:8.
Es muy probable que por su comodidad de sentirse judíos y consentidos por Dios, los judíos hayan actuado impropiamente entre los gentiles (véase Romanos cap. 2), de donde posiblemente a los apóstoles, por ser judíos, los gentiles los hayan increpado con el dicho “hagamos males para que vengan bienes”.
Pablo en repetidas ocasiones ataca a los judíos enfatizándoles que la circuncisión era sólo una señal en la carne que de ninguna manera sustituía la obediencia al resto de mandamientos y que de ninguna manera Dios les toleraba sus malas actuaciones; pero ellos la defendían a toda costa por considerarla algo así como pasaporte hacia el favor de Dios. El tesón de los judíos era convertir gentiles al judaísmo, siendo el primer paso la circuncisión.
Sin lugar a dudas, Israel fue el pueblo exclusivo de Dios desde su fundación hasta la venida del nuevo sistema traído por Jesucristo, en el cual esa exclusividad fue modificada, ampliándola para abarcar a los gentiles creyentes en el Divino Salvador.
Por haber ellos tenido prioridad, el Evangelio fue diseñado para servirles de auxilio, para hacerles la vida más favorable de modo que viviendo por fe les fuera enteramente fácil agradar a Dios. La venida de Jesucristo a la Tierra no fue para priorizar la buena nueva a las naciones gentiles, a ellos se les permitió entrar sólo hasta que Israel había tenido la primera oportunidad. De ninguna manera existen razones para pensar que el evangelio fue de primer orden para los gentiles y de segundo orden para los israelitas.
La declaración juanina es totalmente específica: “A lo suyo vino, pero los suyos no lo recibieron. Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.” (Juan 1:11-12).
Venir a los suyos, significaba venir a ellos trayéndoles las buenas nuevas divinas de informarles que teniendo fe en la nueva enseñanza continuarían gozando a plenitud de todas las bendiciones que Dios les había ofrecido.
Con todo, creer en Jesucristo no les fue fácil, para ellos Dios no es cambiadizo, es decir, lo que él dice no lo abroga. La Ley que él les había dado por medio de Moisés estaba totalmente excluida de discusión, era para ser obedecida, no para discutir su vigencia. Les era enteramente imposible creer en un profeta que pudiera haberles anunciado un nuevo sistema aparte de la Ley. Jesucristo lo sabía, por eso declaró que no venía a anularla sino a validarla y a cumplirla (Mateo 5:17), pero sus palabras no fueron creídas ni tampoco fueron suficientes para convencer al pueblo.
Nadie sabe qué habría sucedido con los gentiles si Israel hubiera aceptado a Jesucristo como salvador. Seguramente el plan de salvación habría sido modificado en varias de sus partes.
Si ellos hubieran abandonado su tradicional modo de interpretar las Escrituras, les habría sido más fácil adoptar el nuevo sistema, mas no fue así. El resultado de eso fue doble rechazo, es decir, rechazo al mensaje y rechazo al mensajero.
Habiendo venido a lo suyo, la mayoría de ellos no lo recibieron. Pero no todo Israel rechazó al Señor, al menos unos ciento cuarenta y cuatro mil lo aceptaron, los demás lo rechazaron. Los años siguientes a la predicación apostólica claramente dice de la cálida acogida que el evangelio tuvo entre los israelitas que lo recibieron. Poco tiempo después el resto fue endurecido por Dios mostrando ellos abierto y decidido rechazo al mensaje y convirtiéndose en enemigos de Aquél que vino a dar su vida para facilitarles la entrada al Reino.
De esa manera el evangelio pasó con toda su fuerza a las naciones paganas que sin pérdida de tiempo vieron la gran oportunidad que se les abrió para conocer personalmente a Dios y para aceptar obedecerle. Al presente han transcurrido unos dos mil años desde que el rechazo tuvo lugar. Dos mil años en los cuales Israel ha estado tan yermo cual candente desierto, sin ninguna gota de agua espiritual que le alivie la sequía en que está sumergido, sin poseer ningún fruto digno de arrepentimiento. Con todo, nadie, absolutamente nadie sabe hasta cuándo esa situación imperará en medio de ellos. Entretanto no hayan variaciones, el mensaje continúa cual corriente desbordada inundando de evangelio los cuatro rincones de la Tierra, al tiempo señalado por Dios esa corriente empezará a menguar, y continuará menguando hasta que venido el momento terminará, entonces el evangelio no será más predicado a las naciones, el momento habrá llegado en que las cosas tomen un giro diferente al actual.
Horrenda cosa es caer en manos de Dios vivo...” (Hebreos 10:31).
Como si haber sufrido duramente el castigo divino a manos de sus conquistadores y opresores en los tiempos antiguos no hubiera sido suficiente, Israel se vio enfrentado al castigo divino jamás imaginado por la mente humana, un castigo que al considerarlo a través de los ojos humanos pudiera decirse que no lo merecían, con todo, para que la misericordia de Dios se manifestara totalmente al mundo hubo necesidad de llevarlo a cabo. Semejante castigo provino de su endurecimiento hacia el evangelio, endurecimiento que de acuerdo a la Santa Palabra se debió a un recurso presentado a favor de las naciones desamparadas, sin Dios y sin esperanza.
Resulta indescifrablemente maravilloso considerar los pensamientos divinos, y en verdad es miserable el humano que intente penetrar en ese campo porque nada obtendrá sino pérdida de tiempo. Así, nadie puede entender por qué las cosas se dieron para Israel como se miran en la Escritura y en la historia.
La conclusión sencilla a la que podría llegarse es que Israel sufrió a causa de un endurecimiento que nació en ellos por designios divinos para que rechazaran el evangelio. Semejante endurecimiento les ha costado carísimo. Les ha costado persecuciones, angustias, enfermedades, burlas, oprobios, menosprecios, intolerancia, hambre y despiadada muerte.
Deuteronomio 28:66-67 dice:
“Tendrás la vida como algo que pende delante de ti, estarás temeroso de noche y de día y no tendrás seguridad de tu vida. Por la mañana dirás: «¡Quién diera que fuera la tarde!», y a la tarde dirás: «Quién diera que fuera la mañana!», por el miedo que amedrentará tu corazón y por lo que verán tus ojos”
El sacrificio de unos seis millones de ellos a gritos testifica del pavor que día y noche experimentaban por la sombra que de sus angustiadores miraban por todas partes. Por ser esa la más reciente es que se da testimonio de ella, mas no debe olvidarse que en los siglos precedentes al actual la situación no les fue menos angustiosa.
Aquellas palabras proféticas de Moisés: “Y seréis por refrán en medio de ellos” (Deuteronomio 28:37) les ha sido una dolorosa experiencia que jamás han podido olvidar.
Para que la gracia de Dios pasara a los gentiles los israelitas tuvieron que pagar un precio sumamente alto, un precio que hace nacer una pregunta: ¿por qué?, y la única respuesta es: “Porque de tal manera amó Dios al mundo”... (Juan 3:16).
“No quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: el endurecimiento de una parte de Israel durará hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles. Luego todo Israel será salvo, como está escrito: «Vendrá de Sión el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad. Y este será mi pacto con ellos cuando yo quite sus pecados». Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres, porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios...” (Romanos 11:25-29).
De este texto se pueden sacar varios detalles, entre ellos:
1.Parece que debido a la aceptación del evangelio, los gentiles vinieron a conocer que estaban en mejor posición delante de Dios que los judíos.
2.Semejante conocimiento les vino a ser motivo de orgullo vanidoso, al grado de menospreciar a los israelitas y mirarlos con oprobio y sin ninguna probabilidad de entender quién en realidad es Jesucristo.
3.Observando semejante actitud, Pablo les previene evitar todo tipo de altivez racial porque ellos desconocían las causas por las cuales Israel había sido soslayado por Dios.
4.En su declaración preventiva les manifiesta que el endurecimiento israelita hacia el evangelio se debió más que nada a un favor divino hacia los gentiles. Endureciéndolos quedaba abierta la puerta para que los gentiles pudieran entrar.
5.Les aclara que ese endurecimiento es sólo parcial, y se debe, como se está diciendo, a que Dios desea salvar también a los gentiles dándoles un período de gracia que deben aprovechar. Media vez el tiempo prefijado termine, entonces la gracia se les cerrará cual fuerte puerta que nunca jamás volverá a serles abierta. El esquema actualmente predominante dará un cambio total, dejando a los gentiles que actualmente desprecien el evangelio de salvación sin esperanza de una segunda oportunidad.
De una manera enteramente clara, el apóstol Pablo descubre el misterio que conduce a entender las razones por las cuales, por dos mil años, Israel ha sido abiertamente enemigo del evangelio. Semejante endurecimiento no se debe a ellos mismos, sino al plan de salvación preparado por Dios para abarcar a todos los gentiles que deseen acogerse a los beneficios salvificantes que Él ha puesto a su disposición.
Pero al mismo tiempo Pablo advierte que semejante endurecimiento desaparecerá. Sí, los días de intranquilidad para Israel están próximos a finalizar. Del mismo modo que fueron endurecidos para dar lugar al recogimiento de cuantos gentiles deseen aceptar a Jesucristo como salvador, así su endurecimiento terminará con resultados verdaderamente sorprendentes y maravillosos, de manera que las palabras del profeta se cumplirán:
“Como también Oseas dice: Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo, y a la no amada, amada. Y en el lugar donde se les dijo: Vosotros no sois pueblo mío, allí serán llamados hijos del Dios viviente” (Romanos 9:25-26).
Estos que serían llamados pueblo de Dios son los gentiles que antes de venir Cristo a la tierra no tenían parte ni suerte en la salvación divina. Estos que fueron desechados son los israelitas que venido el momento volverán a ser llamados hijos del Dios Altísimo.
6.El misterio de los siglos culminará con el gran despertar que Israel tendrá futuramente, en el cual la dureza e indiferencia hacia el Señor Jesucristo terminará. En ese entonces el evangelio les volverá a ser predicado a ellos exclusivamente.
7.Pablo menciona un pacto que Dios hará con ellos (verso 27) el cual no será ni ha sido hecho en otro tiempo sino cuando el evangelio los esté inundando. Ese pacto será de paz, es al cual el profeta Ezequiel se refiere al decir:
“Haré de ellos una sola nación en la tierra, en los montes de Israel, y un mismo rey será el rey de todos ellos. Nunca más estarán divididos en dos reinos. No se contaminarán ya más con sus ídolos, con sus abominaciones y con todas sus rebeliones. Los salvaré de todas sus rebeliones con las cuales pecaron, y los purificaré. Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios. Mi siervo David será rey sobre ellos, y todos ellos tendrán un solo pastor; andarán en mis preceptos y guardarán mis estatutos y los pondrán por obra. Habitarán en la tierra que di a mi siervo Jacob, en la cual habitaron vuestros padres. En ella habitarán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre; y mi siervo David los gobernará para siempre. Haré con ellos un pacto de paz; un pacto perpetuo será con ellos...” (Ezequiel 37:22-26).
En este glorioso tiempo tendrán un solo pastor y rey, el cual Ezequiel menciona como el rey David, con todo, David murió hace muchos siglos, de hecho, este David no es otro que su Hijo, o sea nuestro Salvador, al cual le ha sido prometido el trono de David su padre, Lucas 1:32.
¿Por qué un pacto de paz? Sencillamente porque Dios ha estado enemistado con ellos a causa de las desobediencias que repetidamente han mostrado. El momento vendrá cuando ellos serán absueltos de la culpabilidad transgresora que durante milenios han evidenciado. Ese pacto de paz no es otra cosa que una acción reconciliadora que Dios hará para favorecerlos. Entonces Israel no volverá a ser abandonado a merced de opresores y saqueadores. Dios verdaderamente estará en medio de ellos para glorificarlos, para limpiarlos de todo el oprobio que pesa sobre ellos debido a la tendencia desobediente que han manifestado.
Para el apóstol Pablo, lo que Dios tiene preparado para Israel es completamente feliz.
“Por lo tanto, pregunto: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? ¡De ninguna manera! porque también soy israelita, descendiente de Abraham, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al cual antes conoció..” (Romanos 11:1-2).
Sí, definitivamente, Dios nunca ha desechado a su pueblo. Otra vez digo que Dios no es cambiadizo. Lo que él hace nunca lo deshace a menos que el diseño que trazó en la eternidad así lo especifique. Esos planes no establecen desechamiento definitivo hacia su pueblo. Notoriamente Pablo dice en este texto que Israel es el pueblo de Dios. Él no dice que ellos fueron el pueblo de Dios sino que lo son, aun en las circunstancias más duras de abierta rebelión y desobediencia en que se encuentran, Dios nunca falta a su palabra: Israel es el pueblo de Dios aunque eso disguste a los gentiles que piensan que Israel ha sido desechado por Dios definitivamente. Hay organizaciones religiosas gentiles que se otorgan el derecho de posesión de todos aquellos versículos en los cuales Dios y sus siervos hablan favorable y gloriosamente a favor de Israel, aduciendo que tales versículos son una alusión representativa de los miembros de sus organizaciones, todo lo cual, por cierto, es una vaga ilusión y vacía pretensión.
La Santa Escritura claramente detalla cómo será la situación imperante en Israel futuramente, cuando los tiempos de la gran guerra se aproximen, y las naciones que actualmente son amigas empiecen a mirarlos con recelo y paulatinamente vayan retirándoles su mano amistosa; asimismo detalla que esas serán en parte las razones que lo llevarán a aceptar a Cristo como su salvador.
Posiblemente pocos, muy pocos saben que futuramente Israel, aun poseyendo parte de la mejor tecnología del mundo, será angustiado gravemente incluso por los que hoy son sus países colaboradores y apoyadores, y que semejante angustia será tan grande que lo llevará a mirar al Cristo Divino como su alternativa para escapar de ser totalmente aniquilado (de esto se habla en el estudio: “La Guerra de Armagedón”). De esa manera, Israel, a quien la oportunidad de aceptar a Cristo como salvador le fue vedada por causa de los gentiles, volverá a tenerla cuando la gracia se cierre para las naciones y el evangelio les vuelva a ser predicado.
“Pero sobre la casa de David y los habitantes de Jerusalén derramaré un espíritu de gracia y de oración. Mirarán hacia mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por el hijo unigénito, y se afligirán por él como se aflige por el primogénito...” (Zacarías 12:10).
Hasta aquí el mundo no ha conocido cómo es adorar a Dios en espíritu y en verdad sencillamente porque desconoce cómo hacerlo. Verdaderamente nuestro Divino Salvador menciona eso en el Evangelio de Juan, pero la Religión Cristiana en realidad desconoce cómo es adorarlo en espíritu y en verdad. Sus palabras son vistas como significando haberlas entendido correctamente, con todo, las demostraciones cultuales (de culto) realizadas en las iglesias, claramente señalan hacia un total desconocimiento del significado emanado de los labios del Divino Maestro, por ser eso así se ignora el altísimo significado que ellas encierran.
Pero el momento se acerca velozmente, en el cual el mundo contemplará maravillado cómo en realidad es adorar a Dios en espíritu y en verdad. El momento viene en el cual el Poderosísimo dará por terminado el tiempo en el cual mantuvo a su pueblo alejado de su misericordia, y volverá hacia ellos el gozo indescriptible de servirle. Dios se alegrará con su pueblo, y su pueblo lo adorará con verdadero fervor y entrega cual nunca ha sido visto por los gentiles.
El profeta ha dicho que Dios derramará sobre ellos “espíritu de gracia y de oración”. Entonces Israel será saciado de su hambre espiritual. En la actualidad, debido a la situación imperante a su alrededor, Israel está imposibilitado de concentrarse en buscar a su Dios, y su Dios así lo requiere para darle oportunidad a los gentiles que todavía faltan por entrar.
Israel acaricia la idea de construir su templo, al cual ellos llaman “Tercer Templo”, y por lo que los profetas sugieren, parece que ese templo será una realidad. Los profetas mencionan un templo existente durante el reino de Cristo sobre la tierra, mismo que podría ser este que los israelitas desean construir.
“Pero el entendimiento de ellos se embotó, porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo sin descorrer, el cual por Cristo es quitado. Y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto sobre el corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo será quitado...” (1 Corintios 3:14-16).
Ningún israelita ortodoxo, ni mucho menos los ultra ortodoxos aceptan a Cristo como el Hijo de Dios. Dicho en otras palabras, la aceptación oficial de la nación entera es imposible, ellos tienen un velo sobre sus ojos que no les permite ver quién en realidad es Jesucristo. Todos miran a la ley de Moisés como en plena vigencia. Y es cierto, la ley les está vigente porque no ha sido anulada por Cristo. El cambio previsto por Dios en la eternidad informa que la modificación hecha a ella consiste en terminar los sacrificios de justificación, pero el resto de mandamientos sacrificiales les continúan en vigencia. Prueba de ello es que durante el glorioso reinado de Cristo tales sacrificios continuarán con el mismo vigor conque fueron celebrados en tiempos de Moisés (Vea el estudio: “El Reino de Cristo en la Tierra").
El que Dios impida que ellos conozcan el evangelio antes del tiempo señalado les es como un velo sobre sus ojos que les impide mirar a Cristo en su perfecto sacrificio, pero el momento viene en el cual se cumplirán las palabras de Pablo: “Pero cuando se conviertan al Señor, el velo les será quitado”. ¿No será esto un evento verdaderamente glorioso? Sí, el velo les será quitado, y mirarán a aquel a quien traspasaron, y lo aceptarán como su Rey, como su Señor, como su Dios.
Lo más excitante, lo más ansiado, es el momento en que Israel acepte a Jesucristo como su salvador nacional. Por medio del profeta, el Divino Crucificado ha dicho: “y mirarán a mí, a quien traspasaron y harán llanto...”. Indescriptible momento cuando el velo les sea quitado. Es más, el mismo profeta clama diciendo: “Y le preguntarán: ¿Qué heridas son éstas en tus manos? Y él responderá: Con ellas fui herido en casa de mis amigos” (Zacarías 13:6).
En realidad no hay palabras suficientes para describir ese momento. La imaginación se detiene, imposibilitada de describir el momento en que Dios derrame sobre su pueblo espíritu de gracia y de oración.
Aquellos tiempos serán de lloro, pero no lloro de dolor causado por la aflicción de sus angustiadores. Serán de lloro por la felicidad de volverse a encontrar con aquel al cual crucificaron por la ceguera espiritual en que fueron puestos por la dureza de sus corazones. Entonces conocerán claramente que aquel que vino humilde y manifestándose con muchas y poderosas señales, al cual ellos tuvieron por blasfemo, por embustero y falso, en realidad era su Rey, era su Salvador, ¡era el Cristo que vino a lavarlos de pecado para darles la vida eterna! Con razón el profeta dice que “harán llanto sobre él”.
Entonces lo adorarán con todo su ser, con su espíritu, alma y cuerpo. Con la reverencia santa que él merece en calidad de Admirable consejero, Dios fuerte, Padre eterno y Príncipe de paz.
Una demostración del júbilo israelita de aquellos días, y la adoración reverente que ellos prodigarán a su Señor sólo puede verse en la adoración y alabanza conque David se presentaba en el templo cuando acudía para adorar a Dios. Sus salmos definitivamente reflejan lo que era su alma ante los ojos de Dios.
Pablo lo dice de esta manera:
“Porque si su exclusión es la reconciliación de mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos? (Romanos 11:15).
Sí, el Israel actual está muerto en sus pecados, incapaz de reconocer y de aceptar a Cristo como su salvador, todo porque Dios está reconciliando al mundo. Dios mira que su pueblo está padeciendo, pero pacientemente aguarda el momento de libertarlos y de volverles el gozo. La hora viene, en la cual, como dice Pablo, habrá terminado de entrar la plenitud de los gentiles, entonces todo Israel volverá a la vida. Tan grande acontecimiento sólo puede compararse como a un muerto que resucita.
Israel es el pueblo de Dios, y lo continuará siendo entretanto los humanos estén sobre la faz de la tierra. Dios no ha cambiado sus pensamientos como para desecharlos y abandonarlos, al contrario sus ojos siempre han estado sobre ellos. La historia bíblica claramente menciona sus sufrimientos y del precio que han tenido que pagar por haber desechado al Salvador del mundo. Pero el momento viene en el cual el endurecimiento respecto al evangelio les será quitado. De la manera en que Dios los endureció para rechazar el evangelio, así esa dureza les será quitada, entonces habrá alegría en Israel a plenitud, gozando del placer de adorar a quien vino a morir en la cruz para darles salvación.
Las naciones cristianas alegremente y con verdadera fuerza de ánimos proclaman haber entendido los propósitos del evangelio, eso significa que el propósito de Dios está siendo cumplido, de modo que quienes quieran, pueden acercarse al Señor para obedecer a cuanto ordena. Pero a la vez esa proclamación es un serio compromiso, porque creer en el evangelio sin obedecerlo a como está demandado es hacerse reo de castigo.
Dios no hace acepción de personas, a todos les ha dado una oportunidad de salvación completamente accesible, sin dificultades o imposibles, de manera que en la voluntad personal está la ultima decisión, “para que todo aquel que en él cree no se pierda mas tenga vida eterna”.
La buena nueva de salvación está cumpliendo sus propósitos nada más hay que hacer sino aceptarlo y obedecerlo.