Se presentan aquí algunos aspectos históricos acerca de Jerusalén, que son la base para el establecimiento futuro de la nueva Jerusalén que descenderá del cielo para que los redimidos la habiten.

La prehistoria de la Jerusalén celestial

«Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré.

Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.

Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.

Y se fue Abram, como Jehová le dijo; y Lot fue con él. Y era Abram de edad de setenta y cinco años cuando salió de Harán.». Génesis 12:1-4.

Nunca se sabrá por qué Abraham halló gracia ante los ojos de Dios. Lo que sí puede verse es que el Altísimo le ordenó dejar su parentela pagana y salir de su tierra.

Salió hacia un lugar no específico. Salió sin una ruta previamente determinada. Ni siquiera le fue dicho que llegaría a una tierra que iba a poseer.

Terrible experiencia debió haber sido para él haber escuchado la voz de un ser a quien nunca había visto y de quien seguramente sólo había tenido conocimiento a través de la línea ancestral de la cual provenía. De esa manera, aquel hombre que únicamente había tenido conocimiento indirecto acerca del Dios Altísimo, ahora se encontraba frente a frente con él, en una conversación sin intermediarios, oyendo su voz que le ordenaba abandonar su sociedad y su tierra natal para siempre.

Salió de su lugar por fe, por su seguridad en que quien lo había llamado era fiel en su promesa.

Abandonar para siempre su mundo y el puesto que dentro de él tenía, no era fácil. Mucho menos lo era caminar sin un rumbo determinado, desplazándose de un lugar a otro. Desconociendo hacia dónde le sería ordenado dirigirse la siguiente vez en que el Altísimo le hablara. Sin amigos, sin conocidos con quienes reunirse cotidianamente para conversar en verdad requería de un carácter sólido, de un carácter que toma decisiones invariables.

Su llamado ocurrió cuando tenía setenta y cinco años de edad, y murió a los siento setenta y cinco, lo cual significan cien años de vivir errante, moviendo su hacienda cuando Dios le ordenaba moverse.

Firme en su decisión de continuar hacia adelante, seguramente este hombre nunca desmayó, nunca sintió nostalgia por su tierra, por su familia, por sus amigos. Su fe era demasiado fuerte que no le permitía dar lugar al desánimo, a la melancolía.

Abraham fue un hombre de paciencia bastante grande, lo cual está demostrado al tener que manejar las abundantes bendiciones materiales de Dios. No está escrito a cuánto ascendía su hacienda, sólo se dice que poseía más de trescientos esclavos, y que era riquísimo. No se mencionan las esclavas ni las familias de ellos. De allí se concluye que moverse de un lugar a otro en verdad no le era fácil.

Abraham tuvo en su vida una alternativa que siempre desestimó, bien que por él está escrito:

«En la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, creyéndolo y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria, pues si hubieran estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos, porque les ha preparado una ciudad.». Hebreos 11:13-16.

Aún en los momentos más difíciles de sus vidas, ninguno de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob dieron muestras de debilidad en el empeño de alcanzar la promesa hecha por Dios. Estaban seguros que la promesa se mantenía invariable, y que iban caminando hacia la tierra prometida, pero no a la tierra de Canaán que a lo largo de los milenios ha sido conflictiva y disputada por los descendientes de los pueblos primitivos que la poblaron desde el principio de la creación, sino a una mejor y más grande; bien que por eso está escrito que:

«La promesa de que sería heredero del mundo, fue dada a Abraham o a su descendencia no por la Ley sino por la justicia de la fe». Romanos 4:13.

Sí, la promesa divina no se relacionaba a una pequeña porción de tierra, sino a toda la Tierra, a una en la cual los humanos no reclaman derecho de posesión, ni tampoco la reclaman por haber sido los primeros colonizadores.

Lo más notorio de ellos, lo que no está escrito en papel sino que se sobreentiende al verlos caminar, es que aun en el umbral de la muerte, estaban seguros que Dios les iba a cumplir la promesa, esa es la razón por la cual el escritor de Hebreos, posiblemente, Pablo, afirma que ellos estuvieron dispuestos a terminar su carrera sobre la tierra seguros de que el momento vendría de obtener el lugar prometido.

Todos ellos duermen en el sepulcro, y aunque para los vivientes ya han transcurrido varios miles de años desde que les sobrevino la muerte, en realidad a ellos el tiempo no les transcurre sino que se detuvo cuando murieron. Así, desde el día en que murieron, hasta el día en que resuciten, sólo les transcurrirá el tiempo que media en un abrir y cerrar de ojos.

Otra vez se dice que es interesante observar Hebreos 11:13-16, en cuya cita el escritor concluye que aquellos hombres no esperaban recibir en sus días un lugar limitado por fronteras, sino uno enteramente mejor, una identificada como patria celestial.

Esto conduce a entender que ellos sabían de un mundo por venir, de un mundo dentro del cual sus peregrinaciones iban a terminar: eterno, de paz, en el cual no tendrían que andar errantes. En otras palabras esa seguridad de alcanzar la promesa aún después de muertos, significa que ellos estaban seguros de una resurrección futura.

Otro aspecto que no está escrito en la vida de los patriarcas, pero que Hebreos 11 menciona, es: «anhelaban una mejor, esto es, celestial;».

En sí, Hebreos 11 revela el anhelo de los patriarcas de alcanzar una vivienda estable, una patria donde morar en forma definitiva; una patria a la que nunca llegaron en toda su vida, pero aunque nunca llegaron a ella no por eso les significó simple ilusión. Ellos sabían que quien se las había prometido iba a dárselas venido el momento. Murieron seguros que les será dada para vivir con todos aquellos que los han imitado en su fe y obediencia, que al igual que ellos, también anhelan vivir en la Jerusalén celestial que ha su debido tiempo descenderá del cielo, la ciudad con fundamentos, el arquitecto y constructor de la cual es Dios.

Jerusalén, la elegida por Dios

«Asimismo edificó altares en la casa de Jehová, de la que Jehová había dicho: «En Jerusalén pondré mi nombre». 2 Reyes 21:4

Jerusalén, la ciudad del gran rey, la ciudad del Altísimo Dios. La ciudad que Dios defiende y reclama como suya.

Nunca lo sabremos, y nunca lo entenderemos, lo cierto es que el Altísimo ha escogido Jerusalén como la ciudad en la cual hizo, y hará, habitar su nombre.

Durante muchos siglos, desde que los israelitas entraron a Canaán a tomar posesión de la tierra que Dios les prometió, hasta que fueron llevados cautivos, Jerusalén fue el lugar donde la gloria de Dios se les manifestó con muchas señales indubitables, visibles y audibles. Jerusalén era el centro de su vida espiritual a donde subían constantemente para ofrecer sacrificios según les estaba prescrito por la Ley.

La construcción del templo en tiempos del reinado de Salomón puso de manifiesto el beneplácito del Altísimo sobre dos aspectos: Sobre la edificación de la casa de Dios, y haberla edificado en Jerusalén.

Por la desobediencia del pueblo les vino el cautiverio, y la ciudad fue puesta en desolación, con todo, Dios no desistió de continuar prefiriéndola como suya.

El tiempo vino cuando ellos volvieron del cautiverio; la ciudad y el Templo fueron reedificados porque Dios lo demandó al gobernador Zorobabel y al Sacerdote Josué (Hageo 2:1-4). Eso confirmó a Jerusalén como la ciudad escogida por Dios.

Esto conduce a entender que la elección de Jerusalén por parte de Dios no depende de la obediencia o desobediencia de los israelitas. Es más, en ningún momento de la historia se encuentra que Dios haya desistido de tenerla como su lugar elegido; y cuando en algunas veces se quejó de Jerusalén, en realidad no se quejó de la ciudad ni del monte donde se encuentra, sino de sus moradores que obstinadamente desobedecían la Ley.

La venida de Jesucristo a la Tierra confirmó aún más que Jerusalén es la ciudad elegida por Dios. Él nunca la minimizó restándole importancia. Tampoco profetizó que vendrían días en que terminaría la preferencia divina sobre ella.

Las palabras declaradas en Juan 4:21:

«Jesús le dijo: —Mujer, créeme que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre.».

De ninguna manera significan que Dios fuera a desistir de su decisión de haber tomado Jerusalén como su ciudad. Lo que el Señor está diciendo es que dentro de unas décadas después de su muerte, Jerusalén iba a dejar de ser el centro de adoración que era el orgullo israelita; porque la ciudad iba a ser arrasada, el templo destruido, y el pueblo en general echado al destierro.

Sus palabras se han cumplido exactamente como dijo, Jerusalén no es actualmente el centro de adoración israelita ni de los Cristianos. Ningún israelita piensa que sea necesario subir a Jerusalén a adorar a Dios, más bien lo hacen en sus sinagogas en cualquier parte del mundo.

Pero aunque Jerusalén ha dejado, por el momento, de ser el centro de adoración israelita y del mundo, de ninguna manera significa que el Altísimo haya desistido de haberla tomado como posesión. Jerusalén es la ciudad de Dios aún hoy en día, porque Dios no ha cambiado de decisión, los profetas lo confirman.

A través de la historia

Nunca en los últimos dos mil años ha existido una ciudad tan controversial para los humanos como Jerusalén.

Judíos, Cristianos, y Musulmanes reclaman derecho sobre ella. ¿Por qué una ciudad relativamente pequeña y pobre, es repetidas veces el foco de tensiones entre israelitas y palestinos? ¿Por qué esa ciudad es el centro de atención mundial? ¿Por qué el mundo árabe, que identifica la ciudad como «al-quds» (la santa) reclama derecho sobre ella? ¿Por qué los árabes construyeron el Templo de la Cúpula justamente donde existió el Templo de Dios? ¿Por qué en el centro de ese templo árabe está una roca de considerables dimensiones que ellos veneran tanto porque creen que fue la roca donde Abraham sacrificó a Isaac? ¿Qué tiene que ver el sacrificio de Isaac con ellos?

La respuesta a todas estas preguntas es simple: Los árabes aman Jerusalén porque Dios la ha elegido como su ciudad; y por esa razón escogieron, para construir el Templo de la Cúpula, precisamente el mismo lugar donde estaba el templo edificado por Salomón.

Jerusalén posee algo que ninguna otra ciudad posee, y aunque el mundo quizás no tenga idea de qué pueda ser ese algo, los israelitas y los árabes sí lo saben, por eso la desean. El espíritu de ellos les dice que esa ciudad posee un dueño especial que nunca la va a abandonar.

Jerusalén posee un algo que hace a las gentes codiciarla, conquistarla, defenderla, y morir por ella. ¿Qué puede ser ese algo que motiva a los gentiles a batallar contra ella, o por ella? Ese algo es la influencia que Dios ejerce sobre ella. Porque si bien la gloria de Dios no está allí actualmente, eso de ninguna manera significa que la haya abandonado.

Los paganos en el pasado pelearon para conquistarla, ignorando que no pelearon contra Israel sino contra Dios, y las consecuencias sobre ellos siempre fueron desastrosas, porque nadie puede pelear para impedir la intervención divina defendiendo lo suyo. ¿Qué nación, por poderosa que haya sido, tuvo tanta fuerza como para conquistarla? Y las veces que la conquistaron fue por permisión de Dios para castigar al pueblo por su desobediencia contra la Ley.

Es cierto que actualmente Jerusalén es una ciudad sucia por el pecado, y que la gloria de Dios no está allí, pero eso de ninguna manera significa que Dios haya desistido de haberla hecho su ciudad. El día vendrá cuando las cosas van a cambiar radicalmente, entonces la gloria de Dios volverá a manifestarse sobre ella como en el pasado, porque la santidad le será devuelta, y el Templo, y su lugar santísimo, volverán a ser realidad. El profeta Ezequiel lo menciona. A ese Templo los judíos lo llaman el Tercer Templo. Entonces será restituido el sacerdocio levítico, y las fiestas de Dios les serán devueltas para ser celebradas como manda la Ley.

La atención especial de Dios a Jerusalén y al Templo son la razón por la cual ese lugar geográfico sea identificado como el ombligo de la tierra, o en centro de la tierra.

Ningún gobierno, ninguna nación, ni ningún hombre poseen poder para revertir la situación lastimosa actual de Jerusalén. Nadie puede traer la paz sobre ella, nadie puede evitar el derramamiento constante de sangre, ni mucho menos traer la santidad sobre ella. Ningún humano puede dar a Jerusalén limpieza espiritual, por eso, a su debido tiempo el Príncipe de paz vendrá, él vendrá a establecer la paz, él vendrá a limpiarla, y el lugar santísimo volverá a ser la morada divina desde donde se manifestará no sólo al pueblo sino a todo el mundo.

Aunque los constantes atentados a la seguridad pública siembran terror, el turismo Cristiano no se detiene. Cada año son miles de personas las que visitan Jerusalén.

Por diferentes motivos el espíritu humano siente que visitar Jerusalén en viajes de turismo es motivo de profunda realización; no sólo por haber sido el lugar donde caminó el Santísimo Redentor, sino por los muchos sucesos históricos que la Sagrada Escritura narra de ella.

Moriah, la prehistoria de la Jerusalén israelita

«Y Dios le dijo: —Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, vete a tierra de Moriah y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré». Génesis 22:2.

A unos cuatro mil años de distancia entre Abraham y nosotros, resulta imposible fijar la extensión de la tierra de Moriah, la cual es un lugar montañoso. Lo cierto es que a esa región fue Abraham a poner a prueba su fe y obediencia sin límites a su Dios.

En uno de esos montes, Isaac debía ser sacrificado por orden divina. Lo interesante de esa escena no es lo que popularmente se cree en el sentido de que Dios estaba probando a Abraham si en verdad obedecía o no, después de todo el Altísimo sabía muy bien cuál iba a ser el resultado final. Más bien ese acto fue hecho por Dios para que el patriarca se testificara a sí mismo de su carácter fuerte que como individuo poseía, y de su total lealtad a cuanto el Altísimo le ordenara. Porque nunca humano alguno ha sido alguna vez llamado por Dios para demostrarse a sí mismo la fortaleza de su fe como Abraham. Fue hasta después de haberse demostrado a sí mismo cuán leal en verdad era a su Dios, que recibió el honroso y único calificativo de amigo de Dios (Isaías 41:8).

El lugar donde Isaac fue sacrificado fue identificado con un nombre especial: YHVH yiréh, o sea «YHVH proverá». Este evento marcó para siempre el inicio de la estrecha relación entre Dios y el monte de Moriah. Varios siglos más tarde Salomón edificó en Jerusalén, que está en Moriah, el Templo de Dios. La inauguración fue tan especial cual nunca hubo otra, ni la habrá. Por supuesto que es imposible determinar que el lugar del sacrificio de Isaac sea el mismo donde la Casa de Dios fue edificada, lo que se dice es que en Jerusalén, en el monte Moriah fue edificado el Templo. Hasta el día de hoy Dios no ha cambiado su decisión: Jerusalén es su ciudad aunque al presente los paganos la estén profanando.

Vienen días

«Canta y alégrate, hija de Sión, porque yo vengo a habitar en medio de ti, ha dicho Jehová». Zacarías 2:10

Mientras que Ezequiel es el profeta del templo, Zacarías es el profeta de la redención; es decir, son los profetas por quienes Dios ha anunciado que viene un momento en el cual las cosas van a cambiar radicalmente para el pueblo de Israel; y Jerusalén volverá a ser la ciudad de la presencia divina. Esto no es utopía, Dios ha establecido cuándo Jerusalén será convertida en un lugar maravilloso. Sí, el momento viene en el cual el paganismo y la promiscuidad humana que están profanando ese lugar serán extirpados totalmente de allí. El momento viene en el cual el tiempo de limpiarla de toda inmundicia dará inicio: El Príncipe de paz lo hará.

Zacarías ha declarado en detalle la edificación del Templo, el cual no será construido en otro lugar sino en la ciudad amada de Dios, en el monte. Y será en ese mismo lugar puesto que los profetas no anuncian otro, no anuncian que en lo futuro Dios vaya a desistir del lugar donde permitió a Salomón edificarlo.

Y puesto que nada se dice de cambios, el templo será edificado con el mismo diseño del primero que fue construido por Salomón y, como dice el profeta: En el templo será construido el lugar santísimo, y así como en el tiempo pasado allí fue la morada de la gloria divina entre el pueblo, así lo volverá a ser cuando el Tercer Templo sea edificado. Dios lo ha dicho, y así será. Y maravillas nunca vistas testificarán cuán verdaderas fueron las profecías que anunciaban esos eventos.

Aquellos en verdad serán días de grandes cambios mundiales, especialmente para Jerusalén. Y lo serán porque Moriah será constituida cabecera de los montes, o sea, Jerusalén será la ciudad principal de todo el mundo a la cual los moradores de las naciones subirán de año en año a adorar el Rey de reyes y Señor de señores, que junto con su pueblo de redimidos y transformados para vida eterna habrá asentado sus pies sobre el monte de los Olivos como el profeta Zacarías (14:4) dice.

Aquellos serán los días de restauración, de limpieza, de paz, de prosperidad; días en que la justicia del Príncipe de paz será el gozo de las naciones y, principalmente de su pueblo. Días en que las naciones bélicas serán aplastadas y sus ejércitos totalmente diezmados. Días en que la ciencia será multiplicada hasta que sus niveles sin precedentes beneficien a todos los humanos y a la Tierra en general.

El tiempo viene en el cual Jerusalén será el lugar desde donde la santidad fluirá cual poderoso río que llegará a todas las naciones de la Tierra. Entonces se cumplirá, las palabras del profeta:

«Vendrán muchos pueblos y dirán: «Venid, subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob. Él nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas». Porque de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén la palabra de Jehová.». Isaías 2:3.

Así, Jerusalén va a ser dotada de una calidad inmarcesible cual nunca antes tuvo. A partir de ese tiempo nunca jamás volverá a ser hollada por el paganismo ni ensuciada por el pecado, porque la santidad del Creador habitará en ella. Y tan maravilloso va a ser ese tiempo que las naciones del mundo van a gozar de verdadera paz, de estabilidad, de prosperidad económica y de buena salud.

Entonces será el tiempo cuando las naciones del mundo gozarán de la gloria de Dios de la cual nunca han gozado. Entonces será el momento cuando el mundo va a presenciar cómo es que Dios diseñó el modo en que Israel va a adorarlo y servirle.

Sólo algunos en quienes su naturaleza reacia les hará rechazar el gozo sin par serán los excluidos de tan grande gozo. Durante el reino de Cristo sobre la Tierra serán cumplidas todas las profecías respecto a la Jerusalén terrena.

El profeta ha dicho

«Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra. De lo pasado no habrá memoria ni vendrá al pensamiento. Mas os gozaréis y os alegraréis para siempre en las cosas que yo he creado, porque he aquí que yo traigo a Jerusalén alegría y a su pueblo gozo. Yo me alegraré con Jerusalén y me gozaré con mi pueblo, y nunca más se oirán en ella voz de lloro
ni voz de clamor». Isaías 65:17-19 .

Días nunca vistos por muchas generaciones están por salén darán gloria a su Dios por venir. Días en los cuales los dichosos moradores de Jerusalén darán gloria a su Dios por haber hecho realidad todo cuanto ha prometido por medio de los profetas.

Así como el Altísimo nunca ha desechado a Jerusalén, ni la ha abandonado, así su gloria volverá a reposar sobre ella, porque el Templo volverá a ser edificado, y el lugar santísimo será lleno de la presencia divina como fue con el tabernáculo levantado en el desierto y como fue con el Templo edificado por Salomón.

Es maravilloso cómo el profeta ha anunciado días por venir en los cuales son mencionados tres eventos interesantes: Cielos nuevos, Tierra nueva, y la edificación del Templo para morada de la gloria divina.

Pero esto no es todo, más bien es el principio de otras grandes maravillas (Véase el estudio «1000 Años. El Reino de Cristo sobre la Tierra»). Desde su lugar el Dios Altísimo, más familiarmente conocido por nosotros los redimidos como el Príncipe de paz, el Hijo de Dios, gobernará con paz al mundo, y sus gobernantes subirán cada año a Jerusalén a adorarlo.

Entonces el pueblo de Israel, que es el oprobio de muchos pueblos, va a conocer a su Dios, a su Redentor. Va a conocer a aquel de quien está dicho:

«Y le preguntarán: ¿Qué heridas son éstas [que tienes] en tus manos? Y él responderá: Con ellas fui herido en Casa de mis amigos». Zacarías 13:6

Y llorarán amargamente por no haber conocido a Aquél a quien rechazaron aunque vino a morir por ellos para redimirlos de su pecado. Conocerán que aquél a quien crucificaron no era otro sino su Dios, que se rebajó a sí mismo para morir por ellos para salvarlos. Y él, que un día lloró viendo a los moradores de Jerusalén hundidos en pecado, ser alegrará junto con todo su pueblo.

Misterio maravilloso es este, que estando cerrado para Israel, está abierto para ser conocido por nosotros hoy, porque la boca de Jehová lo ha hablado.

Mil años después

«Y vi un cielo nuevo, y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra se fueron, y el mar ya no es». Revelaciones 21:1.

Imposible al razonamiento humano es describir en toda su grandeza lo que Juan vio. Sencillamente no existen palabras con las cuales declarar la gloria que le fue mostrada en una visión única en todo el contenido de las Escrituras apostólicas.

A Juan no sólo le fue revelado el cielo nuevo y la Tierra nueva como a Isaías, sino algo más; el mar dejará de existir. Ese es el plan del Creador, y así será. La Tierra renovada no va a poseer mares.

Es necesario que lo viejo, contaminado por el hombre, entre en un proceso de limpieza y rejuvenecimiento total hasta adquirir la limpieza en que Dios la diseñó. Bien que esa limpieza se va a llevar a cabo durante el reino de Cristo. La palabra griega kainós, traducida como nuevo, o nueva, significa algo así como renovado.

O sea, esos cielos nuevos en realidad no serán otros cielos que van a ser creados en sustitución de los actuales, sino que los cielos actuales van a ser restaurados o renovados por un proceso que se va a llevar a cabo en el tiempo cuando Jesucristo venga a establecer su Reino. A esto se refiere Hechos 3:21, al decir:

«A este, ciertamente, es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo». (El subrayado es a manera de énfasis)

Estas palabras son significativas pues anuncian al Señor como realizador de cosas que durante su reinado se van a llevar a cabo. La autoridad de su señorío será mundial. La paz será sin precedentes. La maldad humana se detendrá y no causará daños de ninguna clase.

Será durante su reinado que Cristo va a limpiar la suciedad que la primera pareja echó sobre la Creación. Esa suciedad está manifestada de manera múltiple por el modo en que se manifiesta el pecado.

El proceso de limpieza va a terminar después del juicio final, cuando el postrer enemigo, que es la muerte, sea lanzada al lago de fuego, y el lago de fuego sea removido por el poder de Dios para nunca jamás.

A ese período de limpieza Mateo 19:28 lo llama de «regeneración», y Hechos 3:21 lo llama de «restauración de todas las cosas». Así, regenerar y restaurar sin lugar a dudas se refieren a mismo tiempo de limpieza, en el cual lo descompuesto sera recompuesto.

Esa limpieza incluye a Jerusalén. Las naciones que se han apoderado de ella a través de los siglos pasados, han traído consigo sus cultos y adoración a sus dioses, y la han manchado con sus idolatrías. Incluso el pueblo israelita actual no es diferente a las naciones paganas, el pecado étnico es exactamente el pecado en que Israel vive, los israelitas han ensuciado a Jerusalén. Cristo vendrá a limpiar esa suciedad.

En cierta ocasión escuché a un pastor adventista, que de manera sarcástica decía que era imposible que un día Jesucristo viniera a posar sus pies, decía él, «sobre la Jerusalén de Mahoma». Semejante calificativo suena más a blasfemia que a realidad, porque nunca en la Escritura se encuentra que los profetas la hayan despojado del título de ser la ciudad escogida por Dios y la hayan identificado con cualquier calificativo despectivo como lo estaba haciendo aquel pastor adventista.

Por supuesto que no se puede ignorar que la ciudad está completamente manchada por el pecado como se está diciendo aquí, pero aún así, no deja de ser la ciudad amada por Dios. Revelaciones 20:9 así la identifica. Dios nunca ha retirado su amor por Jerusalén. No hay pasaje en la Escritura en el cual se diga que hubo un tiempo cuando Dios la amaba pero que después la aborreció por el pecado conque los humanos la han ensuciado. Aunque las palabras de aquel pastor tenían el propósito de negar que Cristo haya de volver a la Tierra en su reino, a establecer su reino sobre el trono de David, la Palabra de Dios se sostiene invariable acerca de esa ciudad.

Por todo esto, «los tiempos de restauración de todas las cosas», que es el mismo tiempo del reinado de Cristo en la Tierra, van a involucrar la restauración o limpieza de Jerusalén.

Las palabras de Revelaciones 21:1, colocadas al principio de esta sección, anuncian un tiempo cuando el hedor del pecado, y lo sucio del pecado, serán removidos, y la Tierra vendrá a ser como fue creada la principio, limpia, resplandeciente, sin manchas, sin el diablo que tanto daño causa a la creación general.

Sólo hasta después de los mil años de restauración de todas las cosas es que aquella serpiente, que es el diablo y satanás, va a ser desatada de sus cadenas, y saldrá para engañar a las naciones a fin de prepararlas para guerrear contra la ciudad amada, lo cual no le será permitido.

Al presente vivimos en un ciclo que comenzó en el huerto de Edén donde todo fue creado inmaculado. La humanidad desde Adán ha echado a perder esa pureza debido a la intervención del diablo. Pero al final de todos los tiempos, la creación volverá justamente al mismo nivel de pureza inicial, y el diablo será lanzado al lago de fuego.

La pureza completa de toda la Creación será alcanzada sólo hasta que la muerte sea deshecha y el lago de fuego desaparezca como si nunca hubiera existido. Así el ciclo será completado, y estando todo en su pureza inicial habrá llegado el momento en que la Tierra esté lista para recibir a la nueva Jerusalén.

Testigo de un gran espectáculo

«Y yo Juan vi la santa Ciudad, Jerusalén [la] nueva, que descendía del cielo, aderezada de Dios, como la esposa ataviada para su marido». Revelaciones 21:2.

Juan, el discípulo amado del Bendito Maestro, es el único en obstentar el grandísimo privilegio al cual ningún humano ha tenido, ni tendrá, en toda la historia de la humanidad. Ese privilegio ha sido mirar con sus ojos materiales la Jerusalén celestial en todo su esplendor.

Sin lugar a dudas, Juan estaba capacitado para ser digno del honroso privilegio de ver la santa Jerusalén. El Santísimo Señor quiso darle ese privilegio como un premio anticipado que no dio a otro de sus discípulos. Aunque no está escrita la razón para tan honroso privilegio, conjeturo que se debió a ser el último de los apóstoles vivos; el hombre con más años al servicio de su Señor. El hombre al cual su Señor, al momento de cerrar la revelación, le dijo: «Ciertamente vengo en breve», ante lo cual él, con la necesidad que estar a su lado como muchos fuertemente anhelamos, suplicó; «Ven, Señor, Jesús», o sea, no te demores, Señor Jesús.

El descenso de la Jerusalén celestial va a ocurrir como preámbulo a la eternidad, exactamente cuando los humanos se habrán terminado, unos por haber sido calcinados totalmente en el lago de fuego, y otros por haber sido transformados a cuerpos inmortales. Lo cierto es que su descenso ocurrirá cuando toda la Tierra esté limpia totalmente de pecado. Enteramente libre de basura, de manchas, de bacterias; impecablemente limpia y resplandeciente.

La ciudad fue vista por Juan en todo su esplendor, en toda su magnificencia, en todos los detalles que la hacen lucir sin el menor descuido arquitectónico. De esa manera, la frase «aderezada de Dios», significa, adornada por Dios. Adornada con los más delicados paramentos como una novia adornada para el gran día de su boda.

Nada le falta, nada le sobra; nada está mal colocado sino en su lugar correspondiente y con la forma que debe tener, Y eso es así porque es la obra de un arquitecto que no ha descuidado ningún detalle, bien que él la ha construido con gran esmero pensando en lo mejor, en aquello que según su sentir, es el regalo perfecto para sus hijos que van a poseerla; ese arquitecto y constructor, es Dios (Hebreos 11:10).

La ciudad es perfecta, en dimensiones se asemeja a un cubo aunque obviamente no es un cubo, más bien la medida de su altura la asemejan a esa forma.

Es muy difícil conocer con exactitud a cuántos kilómetros equivalen los 12000 estadios que la ciudad mide. Algunos piensan que son aproximadamente 2400 kilómetros; otros piensan que equivalen a unos 2200 kilómetros, claro que discutir acerca de cuál es en realidad la medida exacta es infructuoso; de donde se infiere que sólo aproximaciones pueden establecerse, lo cual en verdad es suficiente para tener una idea de la magnitud de su superficie.

A propósito, es su altura la que hace pensar a algunos sobre la posibilidad de que la ciudad no sea real, después de todo, una ciudad de 2400 kilómetros de altura parece imposible al razonamiento humano. No obstante, debe recordarse que en la eternidad, en la cual la ciudad va a estar, ninguna medida es demasiado grande o demasiado pequeña pues allí no existen medidas; incluso su altura podría ser mayor que los 2400 kilómetros, y no por eso dejaría de ser posible. Lo imposible al razonamiento nace debido a la limitada capacidad mental humana, porque nos basamos en elementos materiales físicos que apreciamos según nuestro concepto, cuyas dimensiones varían ante nuestros sentidos en la medida en que nos acercamos a ellos o nos alejamos. A quienes van a poseerla les va a parecer normal, porque en la eternidad no hay distancias ni tiempo, y la geometría no existe.

Muchas habitaciones

«En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.

Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo esté, vosotros también estéis». Juan 14:2-3.

Al presente, la casa del Padre son los cielos. Esa es la se esté refiriendo a ellos; más parece que se está refiriendo a la Nueva Jerusalén, en cuya ciudad según Revelaciones 22:3 van a estar el trono de Dios y del Cordero. Si el trono de Dios va estar en la Nueva Jerusalén, entonces de su peso cae entender que la casa del Padre, mencionada en Juan 14:2, es la ciudad que va a descender a la Tierra.

El Maestro ha dicho que en la casa de su Padre hay muchas moradas. ¿Cuántas habitaciones pueden caber en una ciudad que mide 2400 kilómetros por lado? ¿De qué tamaño es cada habitación? Otra pregunta es: ¿Cuántos millones van a ser el número total de redimidos? Porque seguramente es una habitación para cada uno.

El modo en que la narración del Señor está hecha, describe la ciudad ya construida, ya acabada; y podría significar que fue construida al mismo tiempo en que la Creación fue hecha. Esto debió ser así porque la creación de todo lo visible e invisible se llevó a cabo en un sólo acto, de otra manera tendría que admitirse la existencia de dos creaciones: el de la Creación general y la de la nueva Jerusalén, lo cual no parece tener apoyo en todo el contenido de la Palabra de Dios. además, Hebreos 11:6 claramente dice que para el tiempo de los patriarcas esa ciudad ya estaba preparada.

La frase del Señor: «si así no fuera, yo os lo hubiera dicho» tiene doble sentido, o sea, puede entenderse de dos modos, son a saber: 1 Si no hubiera un lugar donde ustedes van a morar, yo les habría dicho que tengo que ir a preparárselos. 2 El segundo sentido sugiere que esas moradas ya están preparadas y que él va a hacer los arreglos ante su Padre para que ellos tengan acceso a ellas.

Este segundo sentido abre el entendimiento acerca de qué está haciendo el Señor al lado de su Padre, lo cual está declarado en Hebreos 7:25:

«Por eso puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.». (El subrayado es a manera de énfasis).

Jesucristo se fue a su lugar de donde vino, pero su promesa no fue de ir a construir habitaciones, o de ir a asearlas, o a acomodarlas, etc. Preparar un lugar, significa algo así como «asegurarles un lugar», lo cual él hace intercediendo por nuestras faltas ante su Padre. Si Cristo no fuera nuestro intercesor, nadie sería digno de entrar por las puertas de la ciudad.

Condición para entrar por las puertas de la ciudad

Es cierto, Cristo ha ido a preparar un lugar para su pueblo; para que cada uno de los redimidos goce eternamente, sin embargo, para entender qué hace posible a los redimidos entrar a la nueva Jerusalén, se requiere leer y entender el plan de salvación dentro del cual están todos los requisitos que los redimidos han de llenar, todos esos requisitos se resumen en dos según está declarado en Revelaciones 14:12 y 22:14.

El primero dice:

«Aquí está la perseverancia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.».

Este texto menciona a quienes forman el pueblo ganado por la sangre de Cristo, aquellos que han vencido y han alcanzado la victoria sobre Satanás. El ángel que habló a Juan definió claramente a los santos de Dios y por qué se les identifica como tal: « los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús».

La Santa Escritura no menciona dos pueblos de Dios sino uno solo. Tampoco menciona dos maneras de ser pueblo de Dios sino uno sólo. O sea, pueblo de Dios son aquellos que guardan los mandamientos de Dios y poseen la fe de Jesucristo. Esto claramente dice que no se puede ser pueblo de Dios si no se reúnen estos dos requisitos. Este texto pone al descubierto que rechazar los mandamientos de Dios argumentando que con sólo creer en Cristo se es salvo, es una doctrina que no califica para la salvación. Porque nadie más que el pueblo de Dios va a gozar de la vida eterna. Ese pueblo de Dios está identificado como los que guardan los mandamientos de Dios y poseen la fe de Jesucristo.

Pero aún hay más qué hablar al respecto, porque el ángel vuelve a mencionar al pueblo de Dios como los únicos que van a entrar por las puertas de la ciudad a recibir su morada, y lo hace diciendo:

«Bienaventurados los que guardan sus mandamientos, para que su potencia sea en el árbol de la vida, y que entren por las puertas en la ciudad.».

(Este texto pertenece a la Reina-Valera Antigua, es una traducción correcta basada en el Texto Griego más antiguo que data del siglo IV d. de C. Las demás versiones de la Biblia han tomado manuscritos posteriores, que fueron alterados por manos desconocidas para hacer aparecer que el ángel dice que los bienaventurados son los que lavan sus ropas. Tales manuscritos modernos claramente fueron versiones hechas por personas antinomianistas, para quienes la ley de Dios no debe recibir atención alguna).

Si se ha de conocer la verdad, entonces lo más antiguo posee más autoridad por sobre lo nuevo. Tanto el Códice Vaticano (siglo IV d. de C.), como el Códice Sinaítico (siglo V d. de C.) dicen que los bienaventurados son los que guardan los mandamientos. Todos los posteriores han alterado la declaración del ángel que hablaba con Juan.

Tener derecho a entrar por las puertas de la nueva Jerusalén sólo puede lograrse por la invaluable intercesión de nuestro abogado que por conocer nuestras debilidades intercede nos nosotros ante su Padre.

Su intercesión se debe a que no existe justo que haga bien y nunca peque, y ciertamente nadie puede decir que nunca peca, porque si lo dijera haría mentiroso a Dios. Por eso Jesucristo es nuestro intercesor.

Pablo, en Romanos 7:7 dice que no se puede conocer qué es pecado si no fuera por la ley.

«¿Qué, pues, diremos? ¿La Ley es pecado? ¡De ninguna manera! Pero yo no conocí el pecado sino por la Ley; y tampoco conocería la codicia, si la Ley no dijera: «No codiciarás».».

Ningún creyente en Cristo puede saber qué es pecado si no posee una fuente de información que se lo diga; esa fuente es la ley de Dios. Aparte de la Ley no existe otro medio para conocer lo que ofende a Dios. Incluso todos los mandamientos que Cristo dio a su pueblo están basados en la ley de Dios (véase el estudio «La Ley de Cristo)».

Así, guardar los mandamientos de Dios significa tenerlos en la mente y corazón para no transgredirlos. Por eso, Revelaciones 22:14-15 es un parámetro por el cual dos tipos de personas son medidas teniendo como resultado final dos grupos: Los que guardan los mandamientos de Dios, y otros que estarán excluidos, que para cuando la ciudad descienda ya habrán sido lanzados al lago de fuego.

Si hemos de basarnos en la verdad de Dios, entonces hemos de aceptar que aquellos que van a tener derecho a poseer la nueva Jerusalén necesariamente deben obedecer los mandamientos de Dios.

Cuando entremos por las puertas de la ciudad, se cumplirán las palabras de Cristo: «Para que donde yo estoy», (o Para que donde yo esté), ustedes también estén. Sin la menor duda, Jesucristo va a estar en la ciudad dando la bienvenida a los suyos, y su resplandor la va a iluminar, como dice Revelaciones 22:3.

La Conclusión de todo

«Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo será con ellos [y será] su Dios». Revelaciones 21:3.

Ahora bien, esto que a continuación voy a decir posiblemente sea difícil de entender o incomprensible, y para entenderlo quizás requiera de una mente ya familiarizada con el modo en que alternan algunos elementos de la eternidad.

El momento llegará cuando la grandiosa creación física dejará de ser física porque va a ser absorbida por la eternidad, de esa manera, la Creación vendrá a ser eterna.

Hoy por hoy es necesaria la separación entre lo eterno y lo físico; porque las cosas físicas están sujetas al tiempo y al desgaste; pero las eternas no están sujetas a lo mismo porque pertenecen a un estado diferente en el cual el tiempo no existe. Actualmente el tiempo determina el punto de inicio y el fin de las cosas, por lo cual nada nos es eterno, y cuando hablamos de la eternidad de antemano sabemos que es un estado totalmente diferente al nuestro que es temporal.

Las cosas físicas, o materiales, son perecederas porque se les ha asignado un tiempo específico de vida, pero las eternas fueron creadas imperecederas, no sometidas a desgaste ni a envejecimiento.

Cuando venga el momento designado por Dios, todo va a cambiar, la creación no volverá a ser independiente de la eternidad sino que regresará allí, a donde Dios la hizo realidad, es decir, volverá a la eternidad que es donde Dios la creó. Para que eso se lleve a cabo la Creación va a ser absorbida por la eternidad.

Los límites o fronteras, o espacio infinito que nuestros sentidos perciben serán quitados por el Creador para que la Tierra sea absorbida nuevamente por la eternidad. Y repito lo que acabo de decir: porque la Tierra que hoy vemos, fue realizada en la eternidad, allí volverá. Esto puede verse con un poco de más amplitud en el estudio titulado «La Creación».

Que esta absorción se va a llevar a cabo está testificado por Revelaciones 21:3 que encabeza este subtítulo, el texto dice que Dios, en su tabernáculo que es su trono, morará con su pueblo.

Si se observa cuidadosamente, Revelaciones 21:3, el texto no dice que Dios vendrá, o descenderá, sino que Dios estará en la Tierra con su pueblo y será su Dios. Aunque él va a estar en la Tierra nueva, no va a descender sencillamente porque la separación de la Tierra con los cielos, dejará de ser, porque la eternidad y la Tierra serán lo mismo. Fácil es pues, entender por qué, sin que el Altísimo descienda, estará en la Tierra con su pueblo. ¿¡Glorioso, no!? Sí que lo es.

Cuando todo eso sea hecho, entonces la historia del mundo habrá concluido. Los libros donde todas las acciones humanas fueron anotadas se cerrarán para siempre jamás.

Aquél acto que hizo que las cosas existieran cuando la poderosa voz una vez dijo: ¡Sea!, será como que si el Creador la acabara de pronunciar, porque cuando la dijo aún no existía la expansión de separación entre lo eterno y lo transitorio.

Lo que nunca ha sido visto; aquello que nunca ha sido oído; aquello que nunca ha sido experienciado serán realidad para los terrenos purificados ya inmortales.

Nunca la gloria divina ha sido manifestada a los humanos en toda la fuerza de su esplendor; porque el profeta Moisés la vio, pero sin alternar con ella; porque la presencia tocó sus sentidos haciéndolo caer postrado en profunda adoración (Éxodo. 34:6-8). Asimismo los ancianos seleccionados (Éxodo. 24:10) la vieron por unos instantes, pero el Altísimo acondicionó su gloria para evitar que murieran. Del mismo modo Ezequiel (43:2-3) participó del grandísimo privilegio de mirar la gloria. A todos ellos el Altísimo los purificó para no consumirlos.

Hoy por hoy nuestra percepción apenas posee una imagen de la gloria santísima en la cantidad en que nos ha sido permitido; únicamente para que sepamos de su existencia, y para que pacientemente aguardemos hasta que venga a nosotros y nos absorba.

Entonces nunca más será necesario orar derramando el alma delante del Altísimo. Nunca más será necesaria la intervención mediadora del Santísimo Señor. Nunca más será necesario ayunar. Nunca más el dolor de las enfermedades aquejará el cuerpo. El dolor de ver morir nuestros seres queridos no volverá a herir el alma, porque la muerte no existirá. Nunca más volveremos a esperar con ansias que la misericordia divina responda nuestras oraciones.

Nunca jamás el humano volverá a esconderse de Dios como Adán cuando sea llamado por nombre, al contrario, la delicia de alabarlo será sin par, sin obstáculos como el que Adán creó para sí mismo y para toda la humanidad.

Aquello que nunca ha sido oído por los terrenos en toda la manifestación de su poder, será oído. Porque la poderosísima, bien timbrada voz del Padre correrá sin obstáculos, y los oídos de su pueblo se gozarán con ello. Bien que Pablo lo ha anticipado al decir:

«Antes bien, como está escrito: «Cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman». 1 Corintios 2:9.

FIN.

Y cuando yo esté para entrar por las puertas de la ciudad, «Entonces, me despediré feliz de ti, dulce oración»