Un estudio corto, sencillo, en el cual se expone la base por la cual Jesucristo es declarado hijo de David.
La Sagrada Escritura contiene tópicos interesantes que siendo importantes por lo crítico de su contenido debieran son conocidos por el Cristianismo. Lo extraño es que siendo de crítica importancia nadie se ocupa de ellos; pareciera como que esa importancia ha sido relegada a un lugar donde nadie pueda verla.
De todos es conocido el nacimiento milagroso del Salvador. De todos es conocido que José no fue su padre, pero cuando el asunto viene a discusión nadie ofrece una explicación del por qué él es hijo de David.
La Santa Escritura lo declara hijo de David mas sin embargo no hay exégetas que proporcionen una explicación de cómo, no siendo descendiente de David según la carne, es identificado como tal.
Pensando en la necesidad de explicar este asunto para que sea conocido es que hoy he escrito este sencillo estudio, así, el asunto queda aclarado.
David, agradable a Dios
“Quitado este, les levantó por rey a David, de quien dio también testimonio diciendo: "He hallado a David, hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero".
Según se puede ver dentro de las Escrituras, David fue hombre de corazón recto delante de Dios a lo largo de toda su vida. Su delicia siempre fue adorarlo y cantarle, incluso gran número de Salmos poseen su autoría; todas son composiciones nacidas de un espíritu fuerte, con verdadera entrega a la adoración, tal como al Altísimo le agrada.
Aquellos grandes hombres, Abraham y Moisés, gozaban con la presencia de Dios; David no sólo gozaba eso sino que lo expresaba públicamente, y por medio de sus escritos y de su gran interés por organizar el servicio en el Santuario.
Tan determinado era David en su adoración que ante el terrible error cometido en el asunto de Betsabé, esposa dete Dios no quiso matarlo. Según la Ley era reo de muerte, Uría, sabía, y cuando el profeta Natán fue hacia él con el mensaje sin dilación aceptó que era culpable, ante ello el profeta, dijo que Dios lo había perdonado y por lo tanto no iba a morir; pero por su error el castigo nunca se apartaría de su vida, lo cual así fue. Pero con todo y eso, Dios amaba tanto a David hasta el grado de no quitarle las promesas hechas cuando caminaba en rectitud.
Por qué el error de David
Sólo conociendo el significado de las palabras del Señor Jesucristo, de que Dios quiere un pueblo que lo adore en espíritu y en verdad, es que se llega a entender que el error cometido en el caso de Betsabé, era necesario, sí, era necesario. Y a decir es verdad, es bastante curioso que debiendo ir a la guerra con sus ejércitos, David decidió quedarse en su casa. No era por enfermedad, ni agotamiento, ni miedo; y por su carácter fácilmente puede notarse que tampoco se debió a pereza; mucho menos se quedó por estar tramando adulterar con la mujer de uno de sus soldados. En realidad el caso de David es uno de los más conmovedores, e incluso en lo personal lo identifico como único en toda la Sagrada Escritura; es en verdad un caso que maravilla en gran manera a quienes lo entienden.
¿Por qué David no fue a la batalla? He aquí la respuesta: David era único en su adoración al Altísimo, sentía verdadera alegría en la adoración, y esa adoración era genuina. Su orgullo de verdadero adorador era genuino, incluso Dios mismo testificaba de ello. Pero la altura alcanzada por ese hombre en carácter de adorador lo estaba ubicando en peligro de blasfemia. Era un hombre que se consideraba a sí mismo recto, sin tacha, lo cual era verdad pero a la vez peligroso porque estaba tomando esa calidad para colocarse en una posición que sólo a Dios le corresponde. Esto quedó plenamente demostrado cuando Natán le re rió la historia del caminante a quien el rico no le dio de comer matando una de sus ovejas sino matando la única que el pobre poseía. La ira inmediatamente encendió el rostro de David que consideró aquello como una injusticia tan mala hasta el grado que su hechor debía morir.
David olvidó la misericordia, y en lugar de ordenar al rico pagar su incorrecta acción contra el pobre optó por condenarlo a muerte. En ese momento estaba mostrando petulancia (Vana y exagerada presunción) en su calidad de hombre recto.
Incluso los salmos compuestos antes de su pecado son verdaderamente maravillosos en la alabanza y agradables al Altísimo, pero Dios conoce y pesa los corazones. Él mira aquello que nosotros no tenemos capacidad de mirar en lo más profundo del corazón, que escapa de nuestro conocimiento. Más tarde, después de su error, en uno de sus salmos suplicaría: “¿Quién puede discernir sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos.”. Salmo 19:12.
Tan recto era David en su adoración hasta el grado de olvidarse que también era humano, en medio de lo cual no tomaba en cuenta las debilidades ajenas. Eso debía ser enmendado; y Dios iba a enmendarlo, lo cual en verdad hizo. Lo hizo reflexionar, lo hizo poner sus pies en tierra, lo volvió humilde. A partir del perdón alcanzado, sus salmos no volverían a poseer el mismo espíritu jubiloso sino de reflexión, de humilde súplica, de dolor por el error cometido.
Uno puede leer sus salmos escritos antes y después de su error, y notar fácilmente un cambio rotundo. Ahora era un David que lloraba, que imploraba perdón, un hombre que en medio de su terrible valor contra el enemigo, prefirió bajar su rostro a tierra ante las maldiciones de sus siervos. Las dos etapas en la vida de David sirven para entender la delicadeza de Dios, que se regocija en la alabanza sincera de sus hijos pero no pasa por alto aquellas actitudes que escapan de nuestra conciencia.
Bien que con razón su hijo Salomón expresó una verdad que cual sombra está sobre todos los santos: “no hay justo que haga bien y nunca peque”. (Eccle. 7:20).
De las promesas a David está escrito:
“Tu casa y tu reino permanecerán siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente”. 2 Samuel 7:16.
Todo cuanto Dios promete, lo cumple, y aún después de haber pecado David, esa promesa continuaba vigente, invariable: “tu trono será estable eternamente”. Por algunos siglos después de su muerte, siempre hubo descendientes que heredaron su trono, lo cual significa vigencia de la promesa.
Pero debe entenderse que lo que se iba a heredar no era la silla, trono, o lugar donde él se sentaba sino que se re ere al derecho de reinar por herencia, prueba de esto es que el trono que Salomón hizo construir para sí indudablemente sobrepasaba al de su padre en esplendor.
Los días continuaron, y eventualmente el reino se dividió, y dos reyes surgieron, uno descendiente directo, el otro pertenecía a familia diferente.
La profecía se cumplió, tanto el reino de Israel como el de Judá cayeron; sus ciudades fueron reducidas a escombros, y los habitantes de ambos reinos fueron llevados en cautiverio, con eso, la sucesión en el trono terminó, aunque eso no significa que los descendientes de David hayan terminado.
El reino de Judá estuvo cautivo durante setenta años, en ese tiempo no hubo rey en el pueblo sino que la ciudad estuvo en ruinas. Venido el cumplimiento del tiempo, Dios habló al gran sacerdote Josué, y a Zorobabel que era descendiente directo de David, para que ambos tomaran posiciones de liderazgo, Josué como encargado de los asuntos relacionados al santuario y a la aplicación de la Ley, y Zorobabel como gobernador. Notoriamente, Dios no lo nombró rey como su antepasado David sino como gobernador.
La línea sucesora de reyes terminó con el cautiverio, y aunque miles volvieron a su tierra y gozaron de libertad, las cosas no volvieron a ser igual a como fueron antes de la cautividad ya que relativamente poco tiempo duró su agradecimiento a Dios por la libertad concedida; y el pueblo estuvo enfrentado a diversas dificultades, una de las cuales fue su posición reacia a obedecer la Ley, eso les trajo catastróficas consecuencias. De esa manera, la desobediencia a la Ley, aunada a la falta de líderes dedicados a obedecer a Dios, hizo que el pueblo fácilmente cayera en inestabilidad interna, en ansias de liderazgo y hasta en traición. Las luchas en tiempos de los Macabeos claramente señala un período de pobreza espiritual, cargado de desobediencia a la Ley.
Los descendientes de David no habían terminado, pero ninguno de ellos continuaría cumpliendo la promesa hecha por Dios. ¿Entonces qué? ¿Quedó sin efecto 2 Samuel 7:16? ¡Por supuesto que no! La promesa continuaba sin variar aunque los siglos continuaron transcurriendo.
La venida del imperio romano puso en claro que definitivamente ninguno de los descendientes de David según la carne sería señalado para ocupar su trono, en su lugar la dinastía de los Herodes gobernó a Israel por muchos años. Por n vino la destrucción de Jerusalén y el pueblo salió a habitar entre las naciones del mundo.
Dios refuerza su promesa
Unos 700 años antes de Jesucristo, es decir, muchos siglos antes de que Israel fuera diseminado entre las naciones, el profeta Isaías habló al pueblo unas palabras que ellos no entendieron correctamente para aplicarlas en el tiempo correspondiente. El profeta dice que el trono de David volverá a ser ocupado, pero no por alguno de sus descendientes materiales sino por uno designado por el Omnipotente. Isaías 9:6-7 dice:
“Porque un niño nos ha nacido, hijo nos ha sido dado, y el principado sobre su hombro. Se llamará su nombre "Admirable consejero", "Dios fuerte", "Padre eterno", "Príncipe de paz". Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.”
Mi profundo respeto al pueblo de las promesas (Israel), porque ellos esperan al Mesías, Hijo de David, que vendrá justamente como lo esperan: Majestuoso, triunfante, conquistador; igual como los redimidos lo esperamos; con la diferencia que nosotros lo esperamos por segunda vez, para gozar en su reino, mientras que ellos por primera. Y lo reconocerán porque entonces se cumplirán las palabras del profeta:
"Pero sobre la casa de David y los habitantes de Jerusalén derramaré un espíritu de gracia y de oración. Mirarán hacia mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por el hijo unigénito, y se afligirán por él como quien se aflige por el primogénito. Zacarías 12:10.
Con su venida volverá a hacer el mismo trabajo que hizo hace unos 2000 años, es decir, predicarles las buenas nuevas.
El tropiezo de algunos
Jesucristo no es hijo de David según la carne. Esta es la situación que algunas personas “han descubierto”, y les ha venido a servir de tropiezo para no aceptar el evangelio. Incluso la Internet contiene comentarios de personas que por desconocer las Escrituras vilipendian al Salvador.
Algunos “defensores” han querido establecer la línea genealógica entre David y Jesús acudiendo a buscar esa relación por medio de María, pero la Escritura establece a María como descendiente de la tribu de Leví y no de Judá que es la tribu de donde David desciende, por lo tanto, María no es el enlace entre Jesús y David.
La genealogía establece que José es descendiente de David, pero es bien sabido que el Señor no fue engendrado por José, sino por el Espíritu Santo, por tanto, José tampoco es el enlace entre ambos. Aún con estos dos inconvenientes de por medio está declarado que el Cristo es legalmente hijo de David; Mateo 22:41-44 dice:
“Estando reunidos los fariseos, Jesús les preguntó, diciendo: ¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? Le dijeron: De David. Él les dijo: ¿Cómo, pues, David, en el Espíritu lo llama Señor, diciendo: "Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies"?”.
Seguramente los judíos conocían la relación entre David y el Mesías, y aunque no sabían cómo explicarla sí la aceptaban, de allí que al parecer evitaban discutir por qué siendo Señor de David a la vez es su hijo.
Con todo y esa evasión, la misma Sagrada Escritura establece una relación entre lo divino y lo terreno sin mezclar ambas naturalezas, y aquí está el punto de partida para entender esta situación. De allí que, ni hay misterio en eso, ni mucho menos la ignorancia reaccionaria debiera denigrar al Salvador hablando lo que desconoce.
Jesucristo, linaje de David por promesa (Lucas 1:31-32)
“Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre”.
En verdad, para entender este asunto se debe razonar según Dios y no según la lógica humana.
Lucas 1:31-32 es pieza clave que enlaza con las palabras dichas por David mencionadas por el Señor en su plática con los judíos.
La declaración es hecha por Gabriel, uno que está a cargo de los negocios del Altísimo, quien anunció a María los planes determinados para que el Salvador viniera a nacer a la tierra.
Los ángeles sabían que el redentor de la humanidad debía ser uno exactamente igual a Adán antes de pecar en Edén porque esa era la determinación del Altísimo; ellos sabían que por no existir un humano con semejante calidad, el único cali cable era el Hijo de Dios que debía venir a tomar carne para llevar a cabo la reparación de los destrozos cometidos por el pecado de la primera pareja.
Conociendo Gabriel esa notoria verdad, se presentó ante María diciéndole que el Cristo nacería por obra del Espíritu Santo. Esto significa que sin ser del linaje de David, el Mesías sería llamado su hijo.
Si se toman en consideración las palabras del Salmo 110:1 “Jehová dijo a mi Señor...”, y las de Gabriel en Lucas 1:31-32, entonces se concluye que es error buscar línea ancestral según la carne, porque en su encarnación Jesucristo no fue engendrado por José sino por el Espíritu Santo.
De esta manera, los apóstoles no ignoraban el nacimiento milagroso del Salvador, y que José no era su padre, sin embargo, cuando el caso viene, mencionan al Señor como hijo de David, igual como el ángel, igual como los profetas, igual como el Altísimo Padre Celestial, porque Dios prometió a David vigencia de su trono para siempre, y su promesa está vigente, al tiempo señalado, él vendrá a tomar posesión del trono de David su padre.
Con todo, el trono fabricado por David hace miles de años dejó de existir, por lo cual, no es a ese mueble al cual el ángel se refería sino a la potestad que David ejerció sobre el pueblo. Esa potestad será tomada por el Señor en su segunda venida.
La promesa cumplida (Hechos 13:22-23)
“Quitado este, les levantó por rey a David, de quien dio también testimonio diciendo: "He hallado a David, hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero".
De la descendencia de este, y conforme a la promesa, Dios levantó a Jesús por Salvador a Israel”.
¿Qué dice este texto? Veamos.
“De la descendencia de este, y conforme a la promesa”. Si se lee cuidadosamente Hechos 13:22-23 se notará que allí no se menciona una línea ininterrumpida de descendientes sobre el trono; Pablo, que es quien habla en Hechos, sabía muy bien que esa sucesión según la carne había terminado siglos antes, sin embargo, para reforzar la verdad concerniente al Salvador él es claro al mencionar “ la promesa”, cuya palabra posee un significado crítico, porque se re ere a la promesa divina de que su trono sería establecido eternamente.
No siendo descendiente de David según la carne, el Altísimo lo asignó para ser de su linaje, para que fuera cumplida la promesa de que nunca iba a faltar descendiente que se sentara sobre su trono.
Así, la promesa divina no sólo se re ere a un salvador para Israel sino a la promesa de un trono estable.
Los grandes reinos florecieron y hoy sólo su historia queda: El reino de Nabucodonosor terminó y nunca jamás volverá a ser levantado, lo mismo sucede con todos los otros grandes reinos, porque cayeron para siempre, no así el reino de David que permanece para siempre y a su debido tiempo volverá a ser establecido porque la boca del Altísimo la ha prometido.
2 Samuel 7:17 enfáticamente dice que el Altísimo prometió a David que sus descendientes según la carne ocuparían su trono, pero eso terminó cuando Israel perdió su libertad y fue conquistado por otros reinos, pero Dios no ha faltado a su promesa de que su trono sería estable eternamente, porque desde la eternidad designó a uno que venido el tiempo va a ocupar ese trono. Ese alguien ha dicho:
“Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana". Revelación 22:16. ”
Estas palabras significan que la promesa hecha a David está firme, porque el Señor no sólo creó todas las cosas sino que también creó a la humanidad de la cual David forma parte; por eso él es la raíz de David, pero por causa de las promesas hechas a David, también estableció venir a ser de su mismo linaje.
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