Nada impide que el juicio final llegue, después de todo, los preparativos ya están hechos y el tiempo corre veloz.
Para unos el juicio les confirmará cuán grande fue el error de no haber aceptado el mensaje divino que pudo haberles evitado los horrores del castigo.
Para otros, ese día será la culminación de una ansiada espera, porque su recompensa fin llegó.
“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; entonces apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.
Entonces dirá también a los de la izquierda: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.” (Mateo 25:31-34, 41)
Todo está debidamente preparado para la última escena de la vida, y esto es lo que está por acontecer porque la hora final ha llegado: La escena que a continuación se describe, es aquella que el Divino Maestro y los profetas y los apóstoles repetidas veces anunciaron que vendría. Escena ésta en la cual el cerebro de los presentes estará funcionando normal, sin perturbaciones que impidan el desarrollo del acontecimiento.
Esta es la cita a la cual miles de millones fueron previamente convocados y cada uno está debidamente informado por qué está allí, y cuál el resultado que le concierne.
Quiénes estarán presentes
Según la porción del texto sagrado de Mateo, dos grupos están presentes frente al Gran Trono, ambos son numerosos, pero uno lo es más. El más numeroso es el de la izquierda, el menor es el de la derecha. Ambos grupos en el mismo lugar y al mismo tiempo, pero completamente separados el uno del otro.
El grupo de la izquierda es extremadamente numeroso porque reúne a las personas comenzando con Adán y termina con el último que siguió sus pasos, pues la Sangre Redentora que pudo librarle de la suerte destinada a Adán le careció de importancia.
El grupo de la derecha también es enorme, pero incluye únicamente a los que vivirán durante el Reino de Cristo sobre la tierra. Éstos son poco conocidos por muchos creyentes aunque la Palabra los menciona claramente en Mateo 25:31-34. Otro texto que los mencionan, es 2 Corintios 5.10
“Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo”.
Este texto requiere de más explicación, pero no cabe aquí, más bien la he reservado para otra oportunidad. A su debido tiempo vendrá.
El lector de la Palabra no debe confundir a estos de la derecha con los de la primera resurrección. En la primera resurrección serán levantados todos los que obedecieron a Dios, desde Abel hasta el último gentil que haya de acogerse a la salvación antes que la puerta de la gracia sea cerrada; porque el tiempo de la gracia para los gentiles antes que el Reino comience, está establecido. Los de la primera resurrección, de acuerdo a Apocalipsis 20, son bienaventurados y santos porque resucitarán al toque de la final trompeta, y junto con los santos que estén vivos, serán transformados para gozar con Cristo en su Reino. Notoriamente, por ser esta la resurrección que nosotros esperamos, es a la cual damos más énfasis que a aquella que sucederá poco antes del juicio final. Si no se conoce cómo funciona el esquema divino de la salvación, se puede caer en confusión al tratar de acomodar dentro de la primera resurrección los eventos que corresponden a la resurrección postmilenial.
La historia de la muerte
La historia de la muerte arrancó desde que la creación fue ensuciada por el pecado, y terminará cuando la creación vuelva a ser limpia, para que de esa manera sea absorbida por la eternidad que es de donde salió.
Pero la muerte, en calidad de suceso, posee doble significado: la muerte temporal, y la eterna. En repetidas ocasiones la Sagrada Palabra las une, en otras las diferencia, de esta manera, en Adán ambas están implícitas pues a él le fue dicho:
“Pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás (Génesis 2:17).
En el preciso momento en que la pareja comió del fruto quedó sellada su suerte. Aunque la muerte temporal y la eterna les fueron a ellos aplicadas, estas vinieron a ser visibles a partir de su descendencia, pues Caín, habiéndolos imitado obedeciendo al maligno, murió la muerte temporal y al final de los días padecerá la muerte eterna. En cambio su hermano Abel, en vez de obedecer al maligno, agradó a Dios; él murió la muerte temporal, pero por su justicia será levantado del polvo en la segunda venida de nuestro Divino Salvador. Algunos más que padecieron la muerte temporal son mencionados en Hebreos 11:13:
“En la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, creyéndolo y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.”
Otro ejemplo de individuos que murieron temporalmente y serán vueltos a la vida para el pago final, lo constituyen Sodoma y Gomorra que fueron destruidas por el fuego eterno, de ambas ciudades el Señor dice:
“De cierto os digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para los de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad” (Marcos 6:11).
Según Judas 1:7 esas ciudades fueron destruidas por fuego eterno; pero se entiende que ese fuego es eterno por la naturaleza de donde vino para destruirlas, es decir, del trono de Dios donde todo es eterno; de hecho, Judas no dice que las ciudades fueron destruidas eternamente; al día señalado comparecerán sus moradores para el juicio final.
En conclusión, la muerte temporal es padecida por todos los humanos incluyendo a los santos, hasta Cristo la padeció. No así la muerte eterna, la cual está reservada para los enemigos de Dios. No debe pensarse que quienes murieron en el antiguo tiempo no serán vueltos a la vida para el pago final, “porque está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9.27) el día en el cual todos serán levantados para comparecer ante el Juez.
Si se entiende el doble significado de la muerte, entonces se pueden entender las palabras de Pablo:
“No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán...” (Romanos 5:14).
“Desde Adán hasta Moisés” (Moisés representa a la ley) significa que el predominio de la condenación eterna empezó con Adán y abarcó a todos los humanos existentes a lo largo del tiempo que permaneció vigente la ley de Moisés. Porque para alcanzar la salvación era requerido obedecerla. Desconocer su existencia como medio de salvación, equivalió a ser reservados para el castigo final. Relativamente pocos alcanzaron la vida eterna por ella pues sus alcances únicamente eran geográficos, es decir, valían sólo en la tierra de Israel, afuera de ese país no había salvación. Mas aunque la salvación por obedecer la ley estaba dispuesta para los israelitas, la mayoría fue condenada por desobedecerla, y comparecerá en el juicio.
A lo largo de muchos siglos la muerte eterna dominó completamente. Con la venida del Salvador del mundo la limitación geográfica desapareció para dar paso a la salvación mundial. De esa manera la salvación vino a estar al alcance de todo el mundo, como dice Juan 3.16:
“De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna.”
Felices quienes crean en Cristo porque alcanzarán vida eterna cuando regrese por segunda vez a la tierra. Pobres aquellos que no creyeron en él, porque serán levantados en el día postrero. Pablo en Romanos 6.23, dice:
“Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro.”
La segunda resurrección
Existen varios estados (o quizás muchos) que a pesar de habérsele permitido a los humanos tener noticia de ellos, sus pormenores son totalmente desconocidos. De ellos, uno corresponde a las escenas mencionadas aquí. Es un estado donde la mente humana no puede penetrar; es un estado inexistente para la mente humana debido a los límites del espíritu humano. Allí las cosas sucederán a la velocidad del poder de Dios. Nadie sabe cómo, ni cuándo cada una de las partículas más finitas que fueron diseminadas cuando cada persona fue a la tumba, será traída para retomar su lugar exacto, el que le corresponde, de donde se desprendió cuando el cuerpo se deshizo en el polvo. No importa cuántos miles de años hayan transcurrido desde que la persona murió, ni de qué murió. Lo que sí es cierto es que de las paredes de los edificios, de los montes, del fondo de los ríos, del aire, en fin, de dondequiera que una partícula humana esté, sin importar su tamaño ni la distancia en que se encuentra una de otra, de allí será llamada para volver a dar forma a quien murió.
Buenos y malos serán vueltos a la vida tal como eran antes de morir. Todos volverán a la vida según el número de ellos escritos ya sea en el libro de la vida o en el de la muerte. Todos sin excepción volverán a la vida.
Necesario es aclarar que la Santa Escritura menciona la segunda resurrección repetidas veces porque la enfoca sobre los malos que van a recibir el castigo final. Eso frena al pensamiento enfocar a los que están escritos en el libro de la vida, los cuales serán invitados a heredar el Reino del cual para ese entonces ya otros habrán calificado para heredarlo por haber sido levantados en la primera resurrección. De hecho, la Palabra de Dios da énfasis a la segunda resurrección como pago a los malos, porque la equipara en importancia a la primera resurrección como pago a los santos.
Bueno es recordar que en el Reino de Cristo la muerte estará presente, después de todo, “No habrá más allí niño que muera de pocos días ni viejo que sus días no cumpla, sino que el niño morirá de cien años” (Isaías 65:20). El momento para resucitar les vendrá antes de iniciarse el juicio final. Sea que estén en el libro de la vida o en el de la muerte.
Lo que es inconcebible o imposible, lo que según la mente son sólo pensamientos, es en verdad uno de los misterios más maravillosos que exaltan a lo sumo el terrible poder de Dios, porque a la voz de su mandato el mar, la muerte y el sepulcro obedecerán inmediatamente.
“El mar entregó los muertos que había en él, y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos, y fueron juzgados cada uno según sus obras”. (Apocalipsis 20.13).
Escena de incalculable movimiento y de espantoso sonido será cuando cada partícula salga del lugar donde se encuentra y sea ordenada retomar su lugar. ¿Será ese terrible espectáculo presenciado por los humanos? Seguramente no. ¿Será presenciado por los ángeles? Talvez. Sí es enteramente seguro que será presenciado por Dios quien ordenará a la mar devolver a quienes yacen en sus aguas, y al sepulcro devolver a quienes están en su seno, y a la muerte aflojar su poder para permitir que los cuerpos nuevamente formados, tengan vida.
¿Existen limitaciones de poder y de tiempo para el Santísimo Dios? No. Todo se desarrollará sin que para él sea dificultoso; en ese momento la muerte, que es un espíritu con movimiento y con poder para actuar, devolverá a todos aquellos a quienes tomó. No retendrá ni siquiera uno porque la orden que recibirá es específica: Devolver todos lo que tomó.
La escena entre los de la izquierda:
El lugar estará totalmente lleno de escépticos, de incrédulos, de indiferentes; de gente que antes de morir temporalmente pensó que la materia no muere sino que se transforma, de gente que pensó que cuando uno muere allí se le termina todo, de quienes piensan que el alma queda libre de su prisión cuando el cuerpo muere, de quienes con posiciones de orgullo personal declaran que Dios no existe, de gente que piensa que siendo indiferente al evangelio se están desligando de cualquier compromiso futuro; en fin, de millones y millones para los cuales el evangelio carece de la importancia que Dios le asignó.
Todos comparecerán a la cita preparada para ellos desde antes de la fundación del mundo. Ninguno de los presentes será espectador animado por el deseo de presenciar el espectáculo. Ninguno pagará boleto de entrada para presenciar un evento único. Allí no habrá curiosos sino sólo severamente acusados, preparados para recibir la sentencia declaratoria de culpabilidad. Ricos, pobres y de clase media; cuerpos anatómicamente desarrollados y también gente obesa y delgada; de sangre real y plebeyos; señores y servidores; de alta estatura y bajos; de todas las razas; desde los rostros más bellos hasta los menos favorecidos; jóvenes, adultos y ancianos, educados e ignorantes; hombres y mujeres. Sin ninguna excepción, todos los que rechacen la invitación a la vida eterna al lado del Todopoderoso comparecerán a la convocatoria para participar como enjuiciados en el más horrible castigo que jamás la mente humana pueda imaginar.
Notoriamente todos estarán presentes. Ninguno faltará a la cita, porque hay un libro en el cual sus nombres están escritos junto con todas sus obras reprochadas por Dios. La convocación será tan cuidadosa al grado que ninguno de ellos será omitido. El número estará completo, ningún ausente, nadie viniendo todavía de camino, sino que todos estarán presentes para la hora señalada. Las excusas para dejar de comparecer serán innecesarias, y en verdad nadie las necesitará. Quienes rechazan el anuncio de que el momento vendrá, se llevarán la gran sorpresa de sus vidas. Después de todo, rechazar la certeza de que este momento viene, en nada impide que venga.
Allí no se mirarán rostros confiados y serenos, sino rostros de indescriptible semblante debido a lo serio de la acusación que pesará sobre ellos. Allí se mirarán hombres y mujeres, jóvenes y viejos, ricos y pobres. Todos con sus plenas facultades del alma y del espíritu para estar conscientes del por qué estarán allí. Todos teniendo en sus mentes el fresco recuerdo de cuanto malo hicieron y de toda palabra ofensiva a los oídos divinos; bien que el Divino Maestro lo dijo cuando vino a la tierra a morir:
“Pero yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mateo 12.36).
Todos, en ese momento, acordándose justamente de cada una de las palabras, de los gestos, de los ademanes y sentimientos que expresaron cuando escucharon la voz de las buenas nuevas que les fueron anunciadas. Otros teniendo presente el momento en que decidieron volverse al mundo después de haber aceptado a Cristo como su personal salvador. Todos teniendo la mente fresca como que si las malas acciones las acabaran de hacer.
Los convocados serán aquellos que toman el libre albedrío como opción para hacer todo cuanto sus deseos los motivan a hacer menos obedecer la voz del Altísimo Padre que incesantemente, a lo largo de sus vidas, les invita a recibir a su Hijo como salvador para escapar de este momento. Que lamentan perder la gran fiesta donde la música y el baile abundan, en vez de lamentarse de no poder gozar alabando a Cristo. Para quienes lloran en medio de una tremenda borrachera en vez de llorar por el doloroso sacrificio de Cristo en la cruz. Que prefieren la degeneración en vez de la santidad. Que gozan largas horas frente a una pantalla mirando películas en vez de gozarse leyendo la Sagrada Escritura. Aquellos cuyas conversaciones sobre cualquier tópico les es satisfactorio pero les causa molestia de ánimo o desinterés cuando se les platica acerca de Jesucristo. Para quienes cualquier compromiso les es más interesante que asistir a la iglesia a escuchar la Palabra de Dios.
En verdad el lugar de la izquierda será tan funesto, tan tétrico, tan grotesco, que si esto lo supieran quienes rechazan a Cristo ciertamente les sería imposible sentir atracción por él. Pensar en el rostro de los asistentes produce una sensación macabra, de escalofrío, de horror. Por alguna razón para quienes vemos las escenas, el espectáculo no produce ningún tipo de compasión o de comprensión. Entre los convocados todo será silencio extremo pues el significado de la reunión no dará lugar al ánimo o a la conversación, o a la tertulia. Y aun cuando el pensamiento y la memoria de cada asistente estarán totalmente frescos como para recordar todas las escenas de la vida en la cual su carne sintió verdadero placer cuando pecaba, el momento será demasiado pesado como para hacerlo a un lado.
Por causas justificadas, ninguno de los comparecientes será digno de compasión por lo que en unos instantes les vendrá; ya no habrá tiempo para compadecerlos ni nadie dispuesto a ello. Más bien quienes hoy les sienten lástima no estarán allí a su lado, ni tampoco los recordarán porque cuando resuciten en la primera resurrección su memoria será cambiada totalmente. Ellos hoy les sienten lástima y por eso les hablan del evangelio y del arrepentimiento de sus pecados para aceptar a Cristo como salvador. Y todavía les sienten más lástima cuando el mensaje que les llevan es rechazado, porque de antemano saben cuál es la suerte que les espera; esa suerte es la que estarán en esos momentos experimentando. Ese será tiempo de juicio, no de lástima compasiva sino de rigor elevado al máximo hasta donde la capacidad humana está preparada para aguantar.
Y es que estos poseerán un calificativo que ellos mismos conocerán y sabrán que ese justamente el que les corresponde; ese calificativo será de malditos.
Ellos estarán parados, sin apretujarse, pues el lugar de espera será amplio y suficiente para todos. Será tan suficiente porque estará diseñado para que cada uno pueda moverse libremente, sin estorbos; porque a cada uno le será necesario espacio suficiente para caminar en dirección recta frente a sí en el exacto momento en que le toque su turno cuando será llamado al frente hasta estar cara a cara con el Juez.
Curiosamente, a pesar de ser millones los que van a estar presentes, no sentirán ser verdad las palabras que entre risas y sonrisas algunos pronuncian cuando se les evangeliza previniéndoles del juicio final: “menos mal que en el juicio no voy a estar solo...”. Y ciertamente, la cantidad de presentes será enorme. Pero con todo y que van a estar en el mismo lugar, estar juntos no les producirá la sensación de confianza que esperan sentir por rechazar el evangelio. Porque la horrible vaciedad de ánimo en cada rostro será notoria. En el momento del juicio, aunque las palabras evasivas van a estar frescas en sus mentes como que si las acabaran de pronunciar; las sonrisas no aparecerán, estarán totalmente ausentes. No habrá tiempo para bromas, no encajarán con el momento. Y aunque, como dicen, no van a estar solos en el juicio, en verdad sentirán como si lo estuvieran. Y a la verdad, ¿de qué tópicos podrá hablarse en este momento a sabiendas que aquel a quien despreciaron aunque murió para darles la oportunidad de la salvación, en ese momento será su juez, preparado para pagarles por su rechazo?
¡Terrible momento en el cual el peso de la más grande culpa estará sobre los hombros de cada uno, sin que haya tan siquiera alguien a la par dándoles ánimo! Ninguno tendrá acción para nada, ni siquiera para cambiar de posición corporal para descansar. Ni siquiera tiempo para pensar que están cansados tendrán. El peso de la culpabilidad será tan grande que predominará por sobre cualquier otra situación.
¡Éstos son los que estarán a la izquierda del Trono! Acordándose de cada una de las palabras, de los gestos, de los ademanes y sentimientos que expresaron cuando escucharon la voz de las buenas nuevas que les fueron anunciadas. Otros teniendo presente el momento en que decidieron volverse al mundo después de haber aceptado a Cristo como su personal salvador. Todos teniendo la mente fresca como que si las malas acciones las acabaran de hacer. Con su mirada puesta en el vacío, plenamente conscientes que van a recibir el pago por ellos elegido.
Así, la resurrección será llevada a cabo. Todos los muertos destinados a ocupar el lado izquierdo escucharán la imperativa orden de levantarse del polvo para ponerse de pie. En esta resurrección no se escuchará aquella poderosa trompeta que con dulce sonido hará volver a la vida a todos los santos para entrar al Reino cuando Cristo venga por segunda vez a la Tierra. La voz que traerá a estos de regreso es secamente despectiva, firme como el hierro y fría como el hielo. La misericordia y la compasión no forman parte de ella porque quienes la escucharán no merecen el favor divino del buen trato porque al desestimar al Divino Salvador están echándose sobre sus hombros terrible maldición.
El panorama allí, entre ellos, será horroroso en todo el sentido de la palabra. Allí están los resucitados sucios, lodosos al haber salido del sepulcro, empapados por haber salido del lugar donde se ahogaron; con intolerable hedor, semidesnudos y desnudos, desgreñados, harapientos, mutilados, con su piel de un color pálido verdoso. El que murió siendo ciego resucitará ciego, el mudo, mudo; el lisiado, lisiado; el minusválido, minusválido. Hombres y mujeres que volverán a la vida. Mas como se dice antes, todos con sus facultades del alma y del espíritu funcionando en plenitud. ¡Quién ha dicho que los dignos de maldición tendrán tiempo para bañarse, para ir a la sala de belleza a acicalarse? ¿Quién ha dicho que tendrán tiempo de rasurarse, o de cortarse o limpiarse las uñas? ¿Quién ha dicho que el tumor canceroso que les llevó a la tumba estará ausente de sus cuerpos? ¿Quién ha dicho que el dolor insoportable por el cual tienen que beber medicina, les estará ausente en ese momento? ¿Quién ha dicho que su piel, agrietada por la descomposición ocasionada por el tiempo será sanada para que presente un aspecto saludable? ¿Quién ha dicho que la supuración con hedor de los tumores en la piel les desaparecerá ¡En verdad digo que ese será momento de dolor y angustia experimentados al máximo por gente despreciable!
¿A quién entre ellos le importará su aspecto y el de los demás? Después de todo, en sus pensamientos no habrá lugar para el ocio, para el pormenor social. Tan horroroso será el espectáculo que no habrá lugar para el nerviosismo, para el temblor de cuerpo ni para el escalofrío. Nadie se atreverá a pronunciar palabra, ni siquiera sus pensamientos revolverán sus mentes; sus bocas estarán resecas; sus ojos, aunque fijos, no encontrarán un lugar donde posarse para evitar la mirada severa del Juez. Verdaderamente la escena será gravísima en todo el sentido de la palabra. Mezclados con ellos estarán quienes no morirán sino que simplemente llegarán con vida al juicio. ¿A quién le importará estar entre los resucitados? El horror de ver el aspecto de los resucitados les será mínimo comparado con el horror del juicio.
Quienes se burlan del evangelio o lo menosprecian; aquellos que escuchan la voz de la gracia proclamada por los cuatro rincones del mundo; aquellos cuya frialdad e insensibilidad hacia el sacrificio en la cruz les hace darle prioridad a los placeres de la carne, allí enmudecerán. ¡Su hora llegará!
Allí sabrán muy bien que el momento de responder por su negligencia habrá llegado, porque ni las indulgencias que compraron, ni las oraciones de sus congregaciones a su favor, ni el visto bueno de sus pastores, ni las creencias de la Religión poseen la suficiencia para eximirles de su responsabilidad.
Sabrán que aquellos pensamientos envalentonados con los cuales desdeñaron las manos de amor extendidas en la cruz para abrazarlos, ahora serán retribuidos. Aquellos que pensaron que la tierra viviría billones de años sin ser gobernada por un Creador. Aquellos que pensaron que después de muertos su alma trasmigraría hacia otro cuerpo. Aquellos que pensaron que aun siendo pecadores sucios irían al cielo al morir, sabrán que la hora de responder por sus pensamientos ha llegado. Ahora los dueños deben responder por sus pensamientos desviados que usaron como excusa para esquivar el llamado al arrepentimiento; ¿Qué irán a responder sabiendo que sus pensamientos son conocidos por el Juez que no admite que se burlen de él ni que lo hagan perder el tiempo?
Los de la derecha
¡Qué diferencia tan difícil de explicar la que se verá en el grupo de la derecha. Las palabras resultan insuficientes para describirla debido a la multitud de aspectos que los van a engalanar. Diferente en todo sentido al que presentarán quienes dentro de unos instantes serán lanzados al lago de fuego!
Es verdad, estos, aunque son millones, de ninguna manera se equiparan en número a los de la izquierda. Porque los de la izquierda son contados desde Adán; en cambio los de la derecha son contados a partir del Reino de Cristo. (Véase el estudio: “1000 Años. El Reino de Cristo Sobre la Tierra”).
Estos estarán en la misma reunión con los condenados, pero no estarán juntos ni mucho menos mezclados, sino separados. El ambiente entre ellos será totalmente diferente al del grupo de la izquierda. Su cerebro les estará funcionando normal, sin perturbaciones impedidoras de la concentración que en ese momento tan especial les requerirá. Nada les impedirá alimentar su cerebro con la delicia de un panorama maravilloso diseñado exclusivamente para ellos.
Ese será momento para saborear la victoria por la cual se afanaron luchando contra su naturaleza para que no se inclinara hacia el mal.
La tranquilidad de conciencia será incomparablemente gloriosa. Y a la verdad no existe nada dentro del ser humano que pueda brindarle sosiego a sus nervios que tener tranquilidad de conciencia. En ese estado no existe nerviosismo ante lo inesperado. No existen temores debido a hechos indebidos. No hay pensamientos que a gritos golpeen la conciencia diciéndole que por haber cometido desaciertos contra la voluntad divina el pago a recibir será negativo. La desesperación debido a la inseguridad es inexistente. No hay nada qué lamentar porque la oportunidad para alcanzar el bienestar fue aprovechada.
Seguramente en esa reunión no manifestarán a gritos su júbilo por haber alcanzado la victoria, pero sí es seguro que en sus rostros, iluminados por la felicidad, será visible su deseo de estar frente a su Dios y Señor que dentro de poco estará presente para sentarse en su trono para llamarlos por nombre.
La confianza en que la declaración que les será pronunciada es una de las más dulces que jamás el humano haya alguna vez escuchado: “Venid, benditos de mi padre” les hace sentir alegría cual nunca antes experimentaron.
Los ángeles sabrán que entre ellos hay una atmósfera de beneplácito; también sabrán que por estar colocados a la derecha son dignos de toda consideración y estima por cuanto han obtenido la victoria y dentro de unos instantes serán declarados herederos de la eternidad al lado de Aquél que murió para redimirlos de la muerte.
Un aspecto del cual al parecer la Santa Escritura no proporciona información alguna, es el relacionado al estado de estos bienaventurados en la resurrección. Al parecer, sus cuerpos serán resucitados manteniendo la misma naturaleza conque murieron. Esta es la única conclusión a que puede llegarse cuando se inicia una investigación al respecto, ya que ninguna transformación es mencionada.
La Palabra de Dios ampliamente describe el estado de quienes serán levantados en la primera resurrección al toque de la final trompeta; por lo cual, todos sabemos que ellos serán levantados con cuerpos incorruptibles, inmortales y con su memoria totalmente nueva, en la cual el recuerdo de la vida anterior habrá desaparecido. Incluso no son vistos compareciendo a ningún juicio, más bien serán levantados para pasar a gozar del Reino de Cristo.
La primera resurrección es sólo para los justos desde Abel hasta el último que califique antes que la gracia sea cerrada para el mundo, antes de la segunda venida de Cristo. Como digo anteriormente, ésta resurrección recibe toda la atención de los escritores inspirados, y relega la resurrección postmilenial a lugares casi imperceptibles. Posiblemente esto se deba a que, para los de la primera resurrección, el afán por alcanzar el precioso galardón se hace en medio de muchas dificultades, la mayoría de las cuales son promovidas por Satanás y por sus ángeles, es decir, por las malicias espirituales; en cambio quienes serán levantados para comparecer a la derecha del Trono en el día del juicio, serán declarados benditos de Dios sin que su lucha por la vida eterna sea de la misma magnitud como la de los de la primera resurrección. Debe recordarse que el tiempo cuando los de la derecha resucitarán es uno en el cual el diablo estará atado, sin poder para influir sobre nadie para inducirle a pecar. Parece que la diferencia entre ambos grupos hace que al primero se le dé más énfasis meritorio.
Otro aspecto maravilloso pero a la vez mantenido en silencio por el Altísimo, es el de la transformación. Como digo arriba, la Santa Escritura no proporciona información alguna relacionada al estado de estos bienaventurados en la resurrección. Es decir: ¿van a ser éstos levantados con cuerpos glorificados de la manera como lo fueron los de la primera resurrección? Y si no, ¿serán transformados en el preciso momento cuando les sea declarado: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo? ¿Cuándo será operada en ellos la transformación? Porque una cosa es cierta, “carne y sangre”, como dice Pablo, no pueden heredar el reino; necesariamente deberá haber en ellos transformación.
Esto mismo aplica a quienes estarán con los resucitados, es decir, aquellos que no habrán muerto cuando el momento del juicio venga; transformación del cuerpo corruptible a incorruptible será operada porque pasarán a vivir en la eternidad, donde todo para ellos será nuevo, diferente, sin los inconvenientes de la vida presente; sin los inconvenientes del peligro de caer en pecado debido al estado actual de nuestro cuerpo.
Los preparativos para el juicio
“Estuve mirando hasta que fueron puestos unos tronos y se sentó un Anciano de días. Su vestido era blanco como la nieve; el pelo de su cabeza, como lana limpia; su trono, llama de fuego, y fuego ardiente las ruedas del mismo. Un río de fuego procedía y salía de delante de él; miles de miles lo servían, y millones de millones estaban delante de él” (Daniel 7:9-10).
Y esto es lo que yo veo, como que si la escena ya estuviera en desarrollo: Los ángeles se mueven con agilidad asombrosa. El número de ellos es contado por miles de miles, o sean millones. Su semblante es de luz refulgente y de blancura sin par, con su ropa impecablemente limpia y su cabello de una tersura única. Todos confiados por estar sirviendo a su Señor, su creador que en unos momentos vendrá. Calladamente mostrando profundo respeto por lo que están haciendo; los preparativos para el momento avanzan sin estorbos.
Los ángeles están felices porque su Señor no es déspota ni antojadizo, ni tampoco actúa arbitrariamente. Eso a ellos les causa orgullo y satisfacción. Saben que él es el Justo.
Con su poderosa presencia ejercen presión sobre los de la izquierda que están presenciando cuanto está sucediendo pero sin dirigirles la mirada por ser innecesario; además, en verdad causa estupor ver a tanto despreciable congregado. ¿Para qué dirigirle la mirada a alguien que causa disgusto?
Pero la escena es totalmente diferente respecto a los de la derecha a quienes tampoco dirigen la palabra, mas aunque la mirada angélica es penetrante, a la vez es comprensiva, respetuosa y llena de amor porque quienes están a la derecha son los hijos del Gran Rey que están presentes para recibir felicidad sin par.
Contrario a la presión ejercida sobre los de la izquierda, sobre éstos ejercen ánimo estimulante.
En el lugar se mira gran movimiento, los ángeles son los encargados de hacer los preparativos correspondientes; preparativos que son hechos sin arrebatos; todo ocurriendo en medio de la calma por haber sido cada detalle de antemano planeado cuidadosamente. Hay que disponer los tronos, uno de los cuales ocupará el Juez. El profeta dijo:
“Estuve mirando hasta que fueron puestos unos tronos y se sentó un Anciano de días.”
El Juez es ahora visto en su verdadero parecer: Un Anciano de días. En este momento no es el Rey de reyes y Señor de señores, sino el Juez con toda su dignidad. Éste está en su propia naturaleza, diferente de aquella en la cual murió crucificado en plena juventud.
Además, hay que traer y tener listos los libros los cuales poseen la cantidad exacta de páginas para cada nombre de quienes dentro de poco van a ser llamados al frente para dar cuenta de sus obras.
Por fin todo está debidamente preparado; los asistentes lo saben. Ángeles tienen en sus manos dos libros: El libro de la vida y el de la muerte. El de la bendición y el de la maldición. Preparados ambos para el momento en que se les ordene empezar a llamar a cada uno por nombre. El juez que se sienta viene caminando para tomar su lugar en presencia de millones que saben que el evento reviste grande importancia.
El Juez ha llegado
Millones de millones estaban delante de él. El Juez se sentó...” (Daniel 7.10).
Millones de millones significan billones, billones de personas, todos con edad suficiente para dar cuenta de sus obras y ser responsables de ellas. Todos frente al trono.
Allí se miran unos tronos aunque no sé cuántos ni quienes sus ocupantes, con todo, me atrevo a pensar que además del destinado al Juez, los otros son para los componentes del gran tribunal mencionado por Pablo en Romanos 14.10 y 2 Corintios 5.10, encargados de confirmar con profunda reverencia la declaración condenatoria para unos, y absolutoria para otros.
Ciertamente los casos suman millones de millones, o sean billones, y serán considerados en el orden que según el Juez les corresponde, uno a uno cuidadosamente y con verdadera justicia, sin favoritismos de ninguna clase, sin excepción en el trato, sin compasión sino con verdadera imparcialidad, mostrándose que cada uno va a recibir su justa paga.
Por fin todo estará listo y el juicio dará inicio estando presente el Juez quien tomará su trono. Este es el juicio a la humanidad abarcando desde la primera pareja que fue puesta en Edén hasta el último que desaprovechó la oportunidad de salvarse. Por causas que todavía no entiendo, hablar de la suerte de Adán me causa cierta sensación de tristeza, por eso prefiero evitar hacer comentarios respecto a él. Allí estarán los antediluvianos mencionados en Génesis capítulo seis, porque habiendo sido hijos de Dios no guardaron su dignidad sino que la mancharon amando al mundo. Allí estarán quienes edificaron la torre de Babel. Allí estarán los habitantes de Sodoma y Gomorra. Allí estarán presentes todos los humanos que no fueron levantados al toque de la final trompeta cuando Cristo vino en las nubes del cielo a levantar a los suyos.
Por fin el momento ha llegado, el Juez ya está sentado en su trono, y los encargados de los libros los han abierto, allí están todos los nombres que serán llamados. No importa cuantos millones de Jorges, de Pedros, de Carlos, de Migueles, etc., estén allí y el nombre sea pronunciado, cada uno sabrá que es a él precisamente a quien están llamando a comparecer. En ese momento todos sabrán que no es tiempo para esconderse detrás de otro. La Palabra dice:
“Y vi los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios. Los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida. Y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. El que no se halló inscrito en el libro de la vida, fue lanzado al lago de fuego”. (Apocalipsis 20.12; 15).
Allí no hay banquillos para los acusados ni cadenas que los aten, no hay tiempo para sentarse. ¿Quién necesita sentarse? ¿Quién merece sentarse? Y así los libros donde fueron registradas todas las acciones desechables por Dios, fueron abiertos. Allí está anotada toda palabra ociosa, pecaminosa, burladora, menospreciadora y blasfema. Allí está anotado dónde, cuándo y por quién fueron pronunciadas. Allí están los parricidas, los homicidas, los idólatras, los que trastornaron el género conque fueron creados por otro que es contra naturaleza. Allí están quienes interpretaron la Santa Escritura para validar el pecado ante la sociedad. En fin, allí está, a la izquierda, la esencia del pecado.
¿Serán demasiados los registros? Seguramente no, tampoco hay alguien cuyo nombre y causa estén duplicados. Allí será escuchada la terrible sentencia: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”. (Mateo 25.41). Será una voz de ira, potente como su declarante.
Inmediatamente, sin la menor dilación, al escuchar la orden: “maldito, al fuego eterno”, cada cual se encontrará caminando lentamente, dirigiéndose directamente al lago de fuego, sumido en la más humillante de las vergüenzas, sin siquiera derramar lágrimas por estar éstas ausentes, a la vista de todos los que seguirán detrás de él y a la vista de los ángeles de Dios. Esta acción no tomará al Juez largo tiempo sino el que dura la ejecución de su orden. En cambio para quienes esa orden debe cumplirse cada partícula de segundo será para experimentar el más grande terror de sus vidas viendo cómo se aproximan al lugar de su destino final.
Verdaderamente nunca antes en la historia de la humanidad fue sentido tanto pavor ante la muerte como será sentido en este momento, porque allí no hay espíritus compasivos apiadándose de cada condenado. Allí será sentido el terror en todo su significado, en toda su esencia. Momentos en que para el Juez y sus ángeles serán enteramente cortos pero que para condenado serán extremadamente largos por la terrible angustia, parados a la orilla de un rojo y brillante lago de fuego donde cada uno, cual despreciable criatura, está a punto de ser lanzado para devanarse con la agonía del más indescriptible dolor entretanto las llamas lo consumen.
Los que sean lanzados allí serán atormentados día y noche para siempre jamás como dice la sagrada declaración, pero ser atormentados “día y noche” en ese contexto no significa vida indeterminada; más bien es un modo que declara consumación total en medio del tormento. Dios no quiere verlos porque le son totalmente despreciables, por eso el lago de fuego los consumirá totalmente o como dice la declaración, eternamente, después de eso Dios los quitará de su memoria. Ésta es la segunda muerte.
Es necesario que todos los malvados o perros, los hechiceros y los astrólogos, los adivinos y los idólatras, y cuantos hicieron maldad sean consumidos, por eso está escrito de la Nueva Jerusalén:
“Bienaventurados los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las puertas en la ciudad. Pero los perros estarán afuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras y todo aquel que ama y practica la mentira”. (Apocalipsis 22.14-15).
La lista, aunque breve, dice el tipo de personas preparadas para el castigo:
“Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”. “Apocalipsis 21.8).
Los primeros en ser lanzados
Para la mente divina todo sigue un orden establecido en el cual unos serán juzgados primero que otros, y al parecer el orden da prioridad según el texto siguiente:
“La bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre. Y el diablo, que los engañaba, fue lanzado en el lago de fuego y azufre donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos”. (Apocalipsis 19.20; 20.10).
Los dos primeros, es decir, la bestia y el falso profeta perderán su poder e irán a su lugar a esperar el momento de ser llamados ante el gran tribunal. Perderán su poder cuando venga el Señor en las nubes del cielo, porque su poder los aniquilará, y los reservará para el momento de su castigo final.
El ángel informa a Juan que la bestia y el falso profeta estarán en el lago de fuego a donde después de ellos serán lanzados lo moradores de la tierra. Porque ellos serán los primeros en ser llamados por el Juez. El engañador, o sea el diablo junto con sus huestes mensajeras de pecado serán los penúltimos en ser lanzados.
La bestia y el falso profeta
Dentro de la falsa adoración hay líderes y seguidores. Los líderes son primero en todo incluso en el castigo. Allí la bestia, que es un poder mundial y milenario y a la vez es un poder religioso político, que juntos tanto el poder político y el religioso suman millones de personas, serán los despreciables que escucharán la voz horriblemente severa del Juez dictando sobre ellos maldición y sentencia condenatoria: ¡Malditos, al fuego eterno!
La bestia ha dominado el poder político aún desde unos doscientos años antes de haber venido Cristo a la tierra por primera vez; y alcanzó la cúspide de su gloria en los siguientes cuatro siglos después de haber venido el Divino Salvador. Ésta bestia o poder, aunque desapareció en su forma original, en verdad no ha muerto sino que continúa viva y poderosa, manifestándose por medio del falso profeta que hace a los moradores de la tierra a través de los siglos continuar ininterrumpidamente la adoración que la bestia demanda de sus seguidores (Vea el estudio: “666 La Marca de la Bestia”). Porque tanto la bestia como el falso profeta son presentados por la Divina Palabra en diferentes formas. El falso profeta a veces es presentado como ramera, como borracha, como disfrazado de cordero, como Babilonia, etc. Que engaña a los moradores de la tierra, y trabaja ejerciendo poder sobre los moradores de la tierra para que adoren a la bestia.
El diablo y sus ángeles
El penúltimo enemigo de Dios que será destruido es Satanás, al cual, aunque no tengo autoridad para maldecirlo ganas no me faltan. Éste, junto con sus millones de ángeles, es decir de millones de malicias espirituales que como él son espíritus (Vea el estudio: “Espíritus”), irán a parar al lago de fuego a retorcerse de dolor tal como el ángel mostró a Juan.
Allí el miserable estará en su forma corporal como fue formado, es decir, como serpiente. Con capacidad de arrastrarse, y con espacio suficiente para moverse hacia adelante, porque tan cierto como vive Dios, que estará presente ante el Juez para recibir su castigo. Junto a él irán sus ángeles: malicia, orgullo, maldad, rencilla, vanidad, odio, adulterio, idolatría, y miles más. Todos declarados malditos y consumidos eternamente en el lago de fuego.
El miserable y rastrero enemigo que lucha día y noche contra Dios y su pueblo. Que a cada segundo engaña e induce y goza con verdadero odio cuando induce al humano al mal, no será dejado exento de castigo.
El postrer enemigo
“Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte”. 1 Corintios 15.26.
El momento de la gran convocatoria vino y pasó, todo el juicio habrá concluido, todos los nombres escritos en ambos libros han ido convocados y cada quien ha sido recompensado según su elección. Unos gozando al lado de su Dios, los otros consumidos eternamente y borrados de la memoria divina como si nunca hubieran existido. ¿Qué con los libros? Sencillamente dejarán de ser, porque su existencia se debe a que hay nombres en ellos; pero a medida en que cada persona irá compareciendo ante el Juez, el libro irá teniendo menos páginas, hasta que el último sea llamado. Cuando el último haya comparecido el número de páginas habrá terminado. ¿Se entiende esto?
Con el lanzamiento del último pecador al lago de fuego la humanidad habrá llegado a su final. Nunca jamás volverá a existir otra. Nunca jamás el Divino Redentor volverá a derramar su sangre en doloroso sacrificio. Nunca jamás volverá a existir otra primera pareja ni otro jardín ni otro Edén. Nunca jamás volverá a existir otra serpiente engañadora, nunca jamás volverá a existir la muerte. Porque tan cierto como mi Dios vive y reina desde antes de la eternidad, así el diseño de su preciosa creación quedará completo.
Dentro de unos instantes aparecerá la Nueva Jerusalén descendiendo del cielo, bellamente engalanada, refulgente por la gloria de Dios que la cubre. Sólo falta que lo temporal venga a su consumación final. La muerte es temporal, existe sólo mientras la creación humana existe, mas cuando lo mortal sea vestido de inmortalidad, entonces la muerte habrá terminado. (Acerca de esto hablo un poco en el estudio: “La Eternidad”)
La muerte, cual herramienta divina, será innecesaria como innecesaria su existencia. Con el lanzamiento de ese espíritu al lago de fuego para ser cremada, quedará terminado el juicio final, y la profecía concerniente a todo cuanto fue creado con carácter mortal y temporal habrá terminado, y con ello, el lago de fuego.
El diseño que el Santo bosquejó, en el cual incluyó hasta lo mínimo de los últimos detalles; al cual personalmente identifico como un libro, se cerrará para siempre jamás
¡BENDITOS DE MI DIOS SON SUS SANTOS!