Un estudio breve, pero interesante y profundo, que conduce al lector a reflexionar sobre el origen de las extraordinarias facultades otorgadas por Dios a los seres humanos.
Inventar y descubrir, por decirlo así, poseen el mismo significado, después de todo, según la Real Academia inventar es Hallar o descubrir algo nuevo o no conocido.
Es cierto que los hombres de ciencia nos asombran con su trabajo poniendo al alcance de la humanidad el fruto de su ingenio manifestado en verdaderas maravillas; pero existe un algo del cual nadie, hasta el presente, ha hablado, lo cual aquí será expuesto ampliamente.
Todos testificamos de lo maravilloso de los descubrimientos por los cuales nos beneficiamos pues nos facilitan el diario vivir ya sea en el hogar, en el transporte, en momentos de relajamiento, en el trabajo, en la escuela, etc. Todos los descubrimientos que nos hacen la vida cómoda y disfrutable provienen de personas que por razones desconocidas son motivadas a ver con el entendimiento, y a poner al descubierto, aquello que a otros no se les ocurrió primero.
Prescindiendo de la cronología se pueden citar, por ejemplo, los tipos movibles inventados por el alemán Juan Gutenberg. Gutenberg no inventó la imprenta sino los tipos movibles, de esa manera, a él se debe la maravillosa innovación que puso al alcance de la humanidad la facilidad de reproducir la palabra escrita en tiempo breve.
Otro invento verdaderamente ingenioso fue el ábaco, el cual se compone de un cuadro de madera con diez cuerdas paralelas firmemente atadas en las partes superior e inferior cuadro; cada cuerda sostiene cinco bolitas movibles hacia arriba o hacia abajo. Hasta el día de hoy el ábaco es usado para cálculos matemáticos simples en algunos países, principalmente en China.
En fin, los descubrimientos, además de causar admiración, han sido enormemente beneficiosos para la humanidad, todo, gracias al ingenio del cual el humano fue dotado desde a creación.
Claro que aun cuando los inventos o descubrimientos siempre nos benefician, lo maravilloso de todo, aquello que es en verdad asombroso es el ingenio humano el cual es parte de nuestro espíritu.
Ingenio es la capacidad para inventar, para descubrir; es la capacidad para mirar con los ojos del entendimiento aquello que está allí, o ha estado allí por algún tiempo hasta que por fin alguien da el paso que le lleva a poner al descubierto lo que a otros nunca antes se les ocurrió.
Partiendo de la idea original otros emprenden el largo camino de ir innovando la idea original como en el caso de las computadoras u ordenadores o como se les quiera llamar. Aquellas enormes máquinas perforadoras de tarjetas fueron unas de las primeras computadoras, hoy millones de personas tienen pequeñas, cómodas y enormemente eficientes computadoras que facilitan el trabajo en la oficina, en la escuela, en el hogar. La computadora es la octava maravilla del mundo.
Verdaderamente el humano es un ser excepcional, de capacidades ilimitadas. Capacidades que a lo largo de su vida nunca conseguirá aprovechar al máximo ni en su totalidad.
Desde los inicios de la Creación hasta el presente, el ingenio humano no ha parado de descubrir; continúa gozando de la habilidad que el Creador le otorgó.
Un vistazo al origen del hombre
Siendo que la Santa Escritura omite una enorme cantidad de información útil para entender mejor el desarrollo de la humanidad, el lector debe tomar tiempo para descubrir todas las maravillas encerradas en sus páginas. Por ejemplo, Génesis 1:27-29 dice:
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Los bendijo Dios y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; ejerced potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todas las bestias que se mueven sobre la tierra. Después dijo Dios: Mirad, os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, así como todo árbol en que hay fruto y da semilla. De todo esto podréis comer”.
El relato es extremadamente corto hasta el grado de omitir mencionar las particularidades interesantes que contiene, allí es donde el ingenio del lector debe trabajar para descubrir lo que no está a simple vista. Observemos un aspecto interesante:
Génesis 1:26 dice que Dios creó al hombre. Después de haberlo creado aparece platicando con él. Sin que la Escritura hable acerca del trasfondo de la escena, uno puede preguntarse ¿cómo es que el hombre habla?, ¿quién le enseñó la cantidad de palabras necesarias para sostener una comunicación normal?, ¿quién le enseñó a hablar?, ¿quién le enseñó el significado, o significados correspondientes a cada palabra?, ¿quién le enseñó el alfabeto?, ¿cómo aprendió a formar palabras?, ¿quién le enseñó a colocar las palabras en su lugar correspondiente para formar oraciones?, ¿quién le enseñó a entender? Y la pregunta más interesante de todas es: ¿Atravesó el humano por un periodo de aprendizaje?
Alguna vez ha pensado el amable lector acerca de todo esto? ¿No es maravilloso e intrigante? Con todo, la Santa Escritura, aparentemente, no da alguna información.
Claro que esto es sólo una pequeña parte del enorme conjunto de preguntas que podemos hacernos. Pero podemos continuar:
¿Alguna vez se ha preguntado usted cómo fue que el hombre conoció el fuego, su uso y cómo producirlo? Porque si pensamos que el fuego era totalmente desconocido las tres preguntas son necesarias de ser planteadas. Lo cierto es que a partir del primer hombre el fuego, sus usos y cómo producirlo no ha sido desconocido.
Dentro del registro de la Escritura no existen evoluciones, casualidades ni accidentes por los cuales imaginar que hayan transcurrido cientos de miles de años para que, por cosas del azar, a alguien se le haya ocurrido producirlo y lo haya llamado fuego, o que talvez otras personas presentes al momento de producirlo lo hayan identificado como tal. Efectivamente, la Escritura no habla de casualidades.
Lo que la Escritura presenta, y usted seguramente lo ha leído, es al hombre en pleno conocimiento del fuego, de su uso y cómo producirlo. Esto además de maravilloso es intrigante, y es muy posible que los lectores de la Palabra se encuentren frente a una pregunta sin aparente respuesta.
Abel
Seguramente aquella ofrenda presentada por Abel, mencionada en Génesis 4:4, no fue un animal al cual solamente degolló, descuartizó y así lo presentó como ofrenda a Dios. Aquel animal no fue un animal inmundo sino uno limpio. Por la lectura de otros pasajes de Génesis podemos sacar en conclusión que las ofrendas de animales generalmente eran holocaustos, es decir, primero el animal era matado y después quemado en ofrenda a Dios. Los oferentes reunían varias piedras de regular tamaño para formar un altar sobre el cual colocar la víctima para quemarla.
Obviamente aquellos conocían el fuego y su uso. La pregunta es: ¿cómo produjeron fuego? ¿Como supo Abel acerca del altar? Siendo preguntas interesantes, necesariamente tienen respuesta.
Caín
Desde el momento en que Caín recibió el aliento de vida fue capacitado para conocer la diferencia entre el bien y el mal, por eso de antemano sabía que al haber asesinado a su hermano había cometido grande maldad. No hubo necesidad de que Dios le explicara lo grave de su acción sino que de antemano lo sabía.
Noé
Otro aspecto verdaderamente interesante se presenta en el caso del diluvio. Dios ordenó a Noé construir un arca (heb. tebáj) con medidas específicas en la cual meter siete parejas de animales limpios y una pareja de animales inmundos.
1.¿Cómo sabía Noé de qué le estaba hablando Dios siendo que por aquel tiempo nunca antes se había construido un objeto semejante? ¿Cómo supo qué era un “arca”?, ¿qué le hizo buscar el lugar adecuado para construirla?, ¿cómo supo cómo construirla?, ¿con qué, o cómo unió las piezas de madera?, ¿labró la madera con sierras, hachas, machetes? Cualquiera que haya sido la herramienta, fácil es entender que una de ellas debió haber utilizado?, ¿quién le enseñó el nombre de los árboles con los cuales debía construirla?
Aún hay mas: ¿Existían botes para transporte fluvial? Debe tomarse en cuenta que la zona donde aquella gente habitaba se encontraba en medio de dos grandes ríos, el Hidekel y el Uferrát o Éufrates. Si existían, ¿fue casualidad o curiosidad la que movió al hombre a construirlos?
Respecto a Noé, ¿cómo supo qué medidas eran aquellas que le fueron ordenadas para el arca? Su reacción ante la orden fue de obediencia inmediata; Noé no preguntó algo así como ¿Señor, de qué estás hablando? O, ¿Qué es eso? La ausencia de este tipo de preguntas lleva a concluir que los hombres conocían tanto el nombre como la longitud del sistema que usaban.
Se le dijo que dentro de 120 años la humanidad sería destruida, ¿quién le enseñó a medir el tiempo?, ¿quién le enseñó a contar los meses de treinta días cada uno?, ¿quién le enseñó la existencia de los años?
Adán
Yendo un poco hacia atrás para llegar a los días en que Adán (Adám propiamente dicho) puso nombres a todos los animales, uno puede preguntarse si él inventó los nombres o si de antemano su espíritu estaba preparado para semejante tarea. Aunque el registro nada dice, la inferencia hace concluir que haber sido comisionado para esa tarea se debió a que Dios lo capacitó para eso, aquel hombre no tuvo necesidad de pensar cómo había de llamar a cada uno. El trabajo no le fue difícil porque de antemano conocía sus nombres ¿Curioso? Posiblemente sí, pero no por eso deja de ser cierto, el hombre de antemano conocía esos nombres.
Pero volviendo al asunto de Noé a quien le fue ordenado:
“De todo animal limpio tomarás siete parejas, cada macho con su hembra; pero de los animales que no son limpios, una pareja, un macho con su hembra”.
A los lectores de este pasaje esta orden podría ser intrigante porque Noé no hace preguntas que indiquen ignorancia en relación a la clasificación entre las dos clases de animales.
Él recibió la orden y obedeció lo cual nos hace entender que la clasificación de animales limpios e inmundos era conocida desde tiempos antediluvianos. Esto facilita entender que la clasificación de animales, cuya lista es proporcionada en Levítico capítulo 11 y Deuteronomio capítulo 14 de ninguna manera significa que tal clasificación haya nacido sólo hasta el tiempo en que la Ley le fue dada a Israel; esa clasificación era conocida por los antediluvianos.
¿Cómo supo el hombre antediluviano y el postdiluviano lo que eran los metales? ¿Dónde buscarlos? ¿Cómo extraerlos? ¿Cómo fundirlos? ¿Cómo diferenciarlos? ¿Cómo estimar el valor de cada uno?
¿Quién enseñó al hombre a labrar la tierra y cultivarla? ¿Quién le enseñó cuándo era el tiempo exacto para sembrar? ¿Quién le enseñó a trabajar la lana? ¿Quién le enseñó a tejer? Etc. La lista fácilmente puede continuar pero no es ese el propósito de este estudio.
En realidad muchas preguntas se presentan ante los ojos de quien lee el libro de Génesis.
Conociendo la verdad
En realidad el hombre no tuvo que pasar por ningún proceso de aprendizaje o de experimentos; mucho menos su conocimiento es producto de una supuesta evolución que le haya tomado millones de años como la ciencia equivocadamente imagina. Como se dice arriba, la Biblia nunca habla de casualidades ni evoluciones. Lo que el texto dice es:
“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente”. Génesis 2:7.
Aquí está la clave para entender que el hombre fue creado inteligente, capaz, sin evoluciones innecesarias.
Este texto dice que Dios sopló aliento de vida, lo cual generalmente es interpretado como que el Creador sopló aire en la nariz del hombre y de esa manera aquella figura hecha de tierra vino a ser una persona, o, como dice el texto Hebreo alma viviente. La idea de que Dios sopló simple aire o rúaj necesita ser estudiada más a fondo; véase por qué:
La palabra Hebrea para aire es rúaj, como en Génesis 3:8 donde dice que Dios se paseaba al aire del día. Pero en Génesis 2:7 no dice que Dios sopló rúaj en la nariz del hombre sino aliento de vida (algo así como neshamá hayim)
La razón por la cual en Génesis 2:7 se usó neshamá en lugar de rúaj seguramente va más profundo que la simple lectura, y estudiar a fondo esa diferencia es la clave para entender qué fue lo que el hombre recibió. Esto es precisamente lo que vamos a explorar.
Es cierto que todos los seres poseen la virtud de respirar lo que conocemos como aire. Ese aire llena nuestros pulmones, y es el mismo cuyas corrientes llenan todos los rincones de la tierra; así, de la manera en que los peces se mueven libremente en su elemento que es el agua, así los seres que viven en la superficie de la tierra se mueven libremente en su elemento que es el aire.
Con todo, es necesario enfatizar que ese rúaj, o aire, no es el soplo de vida al cual Génesis 2:7 hace referencia.
Lo interesante es que es no es el simple aire que respiramos el que nos hace vivir ni tampoco es el que nos hace inteligentes, de otra manera todo cuando está en contacto con el aire poseería vida e inteligencia, pero vemos que no es así.
Es verdad que el aire que respiramos cumple funciones esenciales para nuestro organismo, sin embargo, sin el soplo de vida que poseemos de Dios esas funciones no trabajan por sí solas. Analicemos Eclesiastés 12:7:
“antes que el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio”.
Este texto habla acerca de la persona que muere; y el significado correcto de estas palabras es que cuando Dios toma el aliento de vida la persona muerte y eventualmente se convierte en polvo.
Otra vez, cuando ese soplo, o espíritu de vida vuelve a Dios que lo da la persona muere y deja de respirar, porque ese hálito de vida que habilita nuestro espíritu para que respire y para que el aire circule en nuestro organismo es reclamado por su dueño, y la persona deja de ser.
¿Ha pensado usted que para que nuestro organismo sea capaz de aspirar y espirar el aire necesario para el normal funcionamiento del cuerpo se requiere de algo? Ese algo es el hálito de vida dado por Dios.
Pablo dice:
‘La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad, porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó:
Lo invisible de él, su eterno poder y su deidad, se hace claramente visible desde la creación del mundo y se puede discernir por medio de las cosas hechas. Por lo tanto, no tienen excusa..”. Romanos 1:18-20.
¿Por qué el hombre sin Dios no tiene excusa? No tiene excusa porque no es ignorante; porque fue creado con todas las capacidades para entender que todo lo creado posee un Creador. El hombre posee toda la capacidad para concluir que las maravillas que vemos no existen por sí mismas.
Esto está demostrado por el científico Francis Collins, pionero en el campo del genoma humano. Desde su juventud era ateo, hasta que llegó el momento en que su sentido común le llevó a entender que detrás de ese maravilloso mundo que estaba ante sus ojos estaba el poder de Dios.
Ese hombre no endureció su corazón como lo hicieron aquellos a los cuales Pablo se re ere, él fue honesto consigo mismo y no rechazó la verdad que otros prefieren no mirar.
Nadie es incapaz de conocer a Dios por medio de sus maravillas, y los descubrimientos que los hombres de ciencia llevan a cabo son la oportunidad que Dios les pone enfrente para que lo conozcan.
Acerca del Dr. Collins, la Wikipedia dice:
“Francis Collins fue ateo hasta los 27 años, cuando siendo un joven médico le llamó la atención la fuerza de varios de sus pacientes más delicados de salud, que en vez de quejarse a Dios, parecían apoyarse en su fe como una fuente de fuerza y consuelo. Luego leyó “Mere Christianity” (Mero Cristianismo) del cristiano anglicano C. S. Lewis. La obra de este profundo creyente -autor de "Las Crónicas de Narnia"lo impulsó hacia el cristianismo.
El científico considera que los milagros son una “posibilidad real” y descartó que la ciencia sirva para refutar la existencia de Dios debido a que está con nada al mundo “natural”.
Collins se une así a una línea de científicos cuyos descubrimientos han contribuido a reafirmar su fe en Dios.
Francis Collins con esa en su libro “¿Cómo Habla Dios?” (The Language of God), que el descubrimiento del genoma humano le permitió vislumbrar el trabajo de Dios. Reivindica que, según él, hay bases racionales para un Creador y que los descubrimientos científicos llevan al hombre más cerca de Dios.
Collins explica que cuando da un gran paso adelante en el avance científico es un momento de alegría intelectual; pero es también un momento donde siente cercanía con el Creador en el sentido de estar percibiendo algo que ningún humano sabía antes, pero que Dios sí conocía desde siempre”.
Funciones especiales
El hálito de vida, al cual identifico como espíritu de vida o espíritu de Dios, es más que el simple aire; es una fuente que contiene una enorme cantidad de información que es depositada en la persona para que se desenvuelva por sí misma. He allí la razón por la cual Adán no necesitó de alguien que le enseñara a hablar, a poner nombre a los animales, a conocer lo que podía comer, etc. De la misma manera Noé no necesitó de alguien que le enseñara cuáles animales eran limpios y cuáles inmundos. Él no necesitó que Dios le enseñara cómo juntar las piezas para formar el arca, etc.
Por esto, como se ha dicho arriba, el hombre desde el principio sabía cómo producir fuego, cómo reconocer los metales, cómo cultivar la tierra, etc.
Lo que se nos dio en Adán es una parte de Dios, su espíritu de iniciativa, su inteligencia, su habilidad para emprender faenas. El humano es inteligente porque Dios es inteligente. El hombre reconoce el valor del oro sobre otros metales porque Dios hizo que el oro fuera de más valor. Nosotros poseemos entendimiento e ingenio porque Dios no dotó de esa virtud.
El hombre sabe cómo fundir los metales porque Dios le dio ese conocimiento. El humano posee conciencia porque Dios le dio esa virtud, y más.
Los humanos no necesitaron evolucionar ni inventar la rueda ni su uso, sencillamente de antemano conocían todo eso porque poseen el espíritu de Dios. Nadie le enseñó cómo fabricar arcos y echas, ni cómo construir carruajes de guerra, sencillamente ese conocimiento. Nadie le enseñó cómo acuñar monedas ni cómo producir papiro ni pergamino ni la tinta para escribir; sencillamente el espíritu de Dios mueve nuestro ingenio para hacer material aquello que son ideas.
El espíritu de Dios, o hálito de vida, ha sido la razón para que el hombre descubra cómo fabricar aviones, barcos y otros vehículos de transporte. Por el espíritu de Dios el hombre descubrió la electricidad, el teléfono, el vidrio. El espíritu de Dios o aliento que Dios nos ha dado nos habilita para realizar una cantidad interminable de proyectos. Según el empeño personal así saca más provecho de todo el conocimiento que le ha sido dado.
Esto nos lleva fácilmente a entender que Dios no creó un ser incapaz, ignorante, sin ingenio, sino enteramente capaz de realizar toda clase de funciones. Génesis 1:26 dice:
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”.
Una mirada profunda de este texto nos conduce a entender que Dios quiso darnos más que su imagen, quiso hacernos de acuerdo a su semejanza; esa semejanza incluye la inteligencia. El texto no se limita a informar que Dios quiso plasmar en un poco de tierra lo que es su forma corporal, porque Dios no posee forma humana sino que los humanos poseemos la forma de Dios; también poseemos su inteligencia la cual ha sido depositada en nuestro espíritu.
Dos palabras de Génesis 1:26 llaman la atención, “Hagamos...conforme a nuestra semejanza”, esto muestra una estrecha relación entre el Creador y lo creado a lo cual se podría llamar, si cabe la expresión, una relación de consanguinidad,
¿Qué le sugieren estas palabras? ¿Ha notado cómo Génesis nos informa acerca de la maravillosa obra del Creador, la cual no sólo se re ere a haber tomado un poco de tierra para formar el hombre sino que creó un ser extremadamente complejo según su imagen y semejanza? Esto significa que el contenido de Génesis 1:26 va más allá de la simple lectura y de esa manera uno viene a darse cuenta de un significado que no está a simple vista.
“Conforme a nuestra imagen y semejanza” es un significado extremadamente profundo que fácilmente escapa de la atención del lector; esa frase significa que ese hálito de vida que Dios sopló en la nariz del hombre no fue simple aire de ese que puso en la atmósfera sino una porción de sí mismo. Esa porción de Dios contenía toda la inteligencia de la cual estamos hablando en este estudio.
Por esta razón vemos al hombre desde su creación hablando y accionando sin necesidad de haber haber sido sometido a algún ciclo de aprendizaje. También vemos a Lámej (Gén. 4:24) mencionando cantidades sin que la Escritura reporte cómo fue que había había obtenido tal información. Asimismo vemos a Noé obedeciendo la orden sin preguntar cuáles eran animales limpios y cuáles no limpios. El estigma sobre Caín por haber asesinado a su hermano nunca será conocido por nosotros porque la Escritura no lo menciona, pero por la virtud de la intuición sus contemporáneos supieron de qué se trataba y así nadie lo mató para vengar la muerte de Abel.
Una verdad conocida
No fue casualidad que el hombre supiera cómo aprovechar la lana para fabricar ropa lo cual se puede ver en Abel que era pastor de ovejas (Génesis 4:2). No fue por cosas del azar que Adán fuese puesto en el Edén para que lo cultivara (Génesis 2:15), en realidad, el hombre antediluviano poseía la capacidad de entender qué tenía que hacer y cómo.
La fuente de la inteligencia humana no era desconocida en tiempos antiguos, y seguramente el tópico era común hasta el punto de no despertar interrogantes entre la gente. Los lectores de la Palabra de Dios conocen eso por la información que proporciona Job 32:8:
“Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente lo hace que entienda”.
Esta declaración en paráfrasis podría ser así: Es el espíritu que hay en el hombre, es decir el soplo del Omnipotente el que le da entendimiento.
Los grandes descubrimientos con los cuales la vida se nos hace más cómoda, provienen del espíritu de Dios que poseemos. El ingenio que nos mueve a ampliar conocimientos no proviene de nosotros sino de Dios.
La próxima vez que doble sus rodillas para agradecer las bendiciones que a diario recibe, no olvide agradecer al Altísimo por haberle dado una porción de su espíritu, lo cual ha hecho de usted una persona especial, plenamente capacitada para aprender, comunicar sus ideas, producir resultados, etc. Sé que el espíritu de Dios que está en usted le hará razonar a este respecto. AMÉN.