Se exponen aquí unos acontecimientos que se llevaron a cabo sin que los humanos se dieran cuenta de ellos, pero que fueron usados por Dios como medio para esparcir el evangelio en todo el mundo.
1 Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. 2 Estaba encinta y gritaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento.
3 Otra señal también apareció en el cielo: un gran dragón escarlata que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas tenía siete diademas. 4 Su cola arrastró la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciera. 5 Ella dio a luz un hijo varón, que va a regir a todas las naciones con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono. 6 La mujer huyó al desierto, donde tenía un lugar preparado por Dios para ser sustentada allí por mil doscientos sesenta días. 7 Entonces hubo una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón. Luchaban el dragón y sus ángeles, 8 pero no prevalecieron ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. 9 Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero. Fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él. 10 Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: «Ahora ha venido la salvación, el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo, porque ha sido expulsado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. 11 Ellos lo han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, que menospreciaron sus vidas hasta la muerte. 12 Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos.¡Ay de los moradores de la tierra y del mar!, porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo». 13 Cuando el dragón vio que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón. 14 Pero se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila para que volara de delante de la serpiente al desierto, a su lugar, donde es sustentada por un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo. 15 Y la serpiente arrojó de su boca, tras la mujer, agua como un río, para que fuera arrastrada por el río. 16 Pero la tierra ayudó a la mujer, pues la tierra abrió su boca y se tragó el río que el dragón había echado de su boca.
17 Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer y se fue a hacer la guerra contra el resto de la descendencia de ella, contra los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo. (Apocalipsis 12.1-17)
El modo singular con que Juan presenta esta visión pare- ciera sugerir, entre otras cosas, que el diablo estuvo en el cielo junto con sus huestes guerreando fieramente contra las huestes comandadas por el arcángel Miguel. Según la visión, la intención principal del dragón era devorar el niño que esta- ba a punto de nacer, a lo cual Miguel con sus huestes se opo- nía. La escena final muestra al arcángel obteniendo una total victoria por la cual el dragón es violentamente derrotado y lanzado a tierra con sus huestes.
Por demás está decir que la escena es única en toda la Santa Escritura, pues ningún otro relato profético pinta esce- nas tan terribles como esa, y despierta el deseo de conocer qué pasó, cómo sucedió realmente, y cuáles fueron los resul- tados.
El lector promedio de las Sagradas Escrituras cae en con- fusión acerca de esa visión, y trata de entender cómo puede ser posible que escenas tan violentas se hayan llevado a cabo en el cielo donde mora Dios. Esas incoherencias están bien fundamentadas, de allí que Apocalipsis capítulo 12 requiere una explicación que lo haga coherente con la razón, de otra manera la visión en su totalidad se convierte en un misterio difícil de resolver. Las escenas son tales que se tornan inex- plicables aun en los aspectos más sencillos, uno de los cua- les se refiere a que el hijo de la mujer, el cual es nuestro Sal- vador Jesucristo, nació en la tierra, entretanto que la batalla se llevó a cabo en el cielo, de donde se infiere que una ade- cuada y razonable explicación debe ser dada, de otra mane- ra, el correcto significado de la visión no será entendido.
Explicar, pues, lo más ampliamente posible cada escena es precisamente el propósito de este estudio, el cual ha sido elaborado con bases Escriturales que ponen en claro varios elementos que no son del dominio público aunque han esta- do allí para que todos los entiendan y glorifiquen a Dios por la determinación de proveer a la humanidad del medio que les trae salvación y vida eterna.
Esquematizando la visión
Es necesario aclarar que las escenas presentadas en Apo- calipsis 12 pueden ser explicadas tomando como base la mis- ma Palabra de Dios, pero hay algunas cuyo contenido es de- masiado misterioso y no existen bases sobre las cuales en- tenderlas, aunque por supuesto, esa dificultad no impide in- tentar buscar dentro de la misma Escritura, y en la historia, los elementos que se aproximen, y de esa manera presentar una narración completa de los eventos que fueron presenta- dos a Juan a manera de visión que mezcla elementos reales con simbólicos y proféticos. De allí nace la necesidad de es- quematizar la visión para facilitar su entendimiento.
Mirar Apocalipsis 12:1-17 sólo desde el ángulo literal, es decir, sin aplicar los sentidos correspondientes según las es- cenas se presentan, complica el entendimiento de toda la vi- sión, surgiendo, por consiguiente, las dificultades ya mencio- nadas cuando se dijo: “El lector promedio de las Sagradas Escrituras cae en confusión acerca de esa visión”. Ya que el concepto literal posee dos puntos de vista, son a saber: En- tender las cosas desde el punto de vista del significado propio de cada palabra; y entenderlo aplicándole el sentido lato y figurado según los símbolos que la Sagrada Palabra propor- ciona, sucediendo así que lo literal no deja de serlo cuando los símbolos Escriturales le son agregados. ¿Es esto real y válido? ¡Por supuesto que lo es! He aquí un ejemplo: La pala- bra “agua” es literal, e inmediatamente proyecta en la mente qué significa. Con todo, su aspecto literal no cambia cuando le son agregados símbolos como el de Apocalipsis 17.15 “Tam- bién me dijo: «Las aguas que has visto, donde se sienta la ramera, son pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas”. En este texto Juan vio agua literal, pero se le explica que po- see un significado que debe entender.
Así entonces, el lector de este estudio no debe caer en confusión al leer la visión de Apocalipsis 12, la cual siendo literal, algunos elementos deben ser entendidos aplicándoles los símbolos escriturales correspondientes.
Los personajes y las escenas son eminentemente reales, mas para entenderlas hay que aplicarles el significado simbó- lico correspondiente, de otra manera habría que dar por cier- to que en el cielo hubo una mujer que dio a luz, y que el dia- blo, lleno de ira, causaba cuanto destrozo deseaba. De haber sido literales habría que pensar si los personajes vivían allá o sólo subieron para realizar las escenas. ¿Que clase de lugar habría sido el cielo? Porque si en el cielo donde mora Dios puede suceder cualquier cosa como éstas, entonces estaría totalmente lejos de ser el lugar que la Santa Escritura tanto pondera como de extrema santidad. La situación para el cie- lo, como lugar extremadamente inmaculado, abundaría en con- tradicciones si a la escena de la mujer que da a luz se le agrega lo más vulgar y sucio que jamás en la creación entera exista, es decir, el diablo.
Una última nota antes de comenzar la explicación indica que en aquellos tópicos donde la Escritura calla, el escritor de este estudio también calla. Y donde algunas posibilidades de explicar el texto existen, el escritor las toma.
“Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies y sobre su cabe- za una corona de doce estrellas”. (Apocalipsis 12.1.)
El espectáculo que se presenta aquí es único aun desde las primeras palabras conque la narración empieza, pues la apariencia de la mujer es asombrosamente impresionante, sin par en toda la Santa Escritura, y significa que se trata de un símbolo especial; incluso el majestuoso esplendor de su ves- tidura, y la corona sobre su cabeza, encierran significados que merecen ser comentados.
En el cielo.
Al empezar a leer Apocalipsis 12, el lector sorpresivamen- te se encuentra frente a un lugar maravilloso, –el cielo, lo cual le causa sorpresa ya que ése es el lugar donde Dios habita. La sorpresa inmediatamente despierta el deseo de saber por qué un acontecimiento semejante se llevó a cabo en un lugar donde habita la santidad en su máxima expresión.
En realidad, los cuadros pueden ser entendidos razona- blemente, para eso, es importante tener en cuenta que Apo- calipsis 12 es sólo una visión, ¿Qué significa eso? Significa que en lugar de habérsele narrado a Juan los acontecimien- tos, le fueron presentadas imágenes en movimiento.
Por lo cual, siendo una visión, ha de buscársele a cada escena el significado apropiado. Sí, la visión de Apocalipsis 12 fueron representaciones en la profundidad de los cielos, que correspondieron a acontecimientos que se llevaron a cabo aquí en la Tierra, en los cuales los seres espirituales, los se- res simbólicos y los humanos estuvieron involucrados para mostrarle a Juan lo que sucedió y lo que estaba por suceder.
Esto que se dice respecto al cielo que se abre para mos- trar cosas que suceden en la tierra, es similar a la visión de Pedro, la cual dice así:
“Al día siguiente, mientras ellos iban por el camino y se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la azotea para orar, cerca de la hora sexta. Sintió mucha hambre y quiso comer; pero mientras le preparaban algo le so- brevino un éxtasis: Vio el cielo abierto, y que descendía algo semejante a un gran lienzo, que atado de las cua- tro puntas era bajado a la tierra, en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres, reptiles y aves del cie- lo. Y le vino una voz: —Levántate, Pedro, mata y come. Entonces Pedro dijo: —Señor, no; porque ninguna cosa común o impura he comido jamás. Volvió la voz a él la segunda vez: —Lo que Dios limpió, no lo llames tú co- mún. Esto ocurrió tres veces; y aquel lienzo volvió a ser recogido en el cielo. Mientras Pedro estaba perplejo dentro de sí sobre lo que significaría la visión que había visto, los hombres que habían sido enviados por Cornelio, habiendo preguntado por la casa de Simón, llegaron a la puerta. ”. Hechos 10:9-17.
Según este texto, el apóstol Pedro tuvo una visión en la cual el cielo se abrió para descender un lienzo lleno de toda clase animales inmundos. La pregunta es ¿hay animales in- mundos en el cielo, o esos animales eran sólo representacio- nes visuales de elementos sobre la tierra?
Notoriamente, el texto dice que aquel lienzo, con todos los animales inmundos, fue recogido nuevamente al cielo. La pre- gunta es: ¿En realidad ese lienzo con todos esos animales existió o existe allá donde mora la gloria divina o es que esa visión, siendo real, correspondía a elementos yacentes aquí en la tierra? La respuesta la proporciona el mismo Pedro ya que más tarde explica cuál era exactamente el significado de lo que vio. Seguramente que Pedro de ninguna manera en- tendió que el lienzo y todos los animales que le fueron mos- trados habitaban en el lugar donde se le mostraron.
De acuerdo al modo en que Pedro estaba pensando, cla- ramente se ve que no da por cierto que ese lienzo con los animales en verdad existiera en el cielo de Dios; prueba de ello es lo que el relato dice: “Mientras Pedro estaba perplejo dentro de sí sobre lo que significaría la visión que había vis- to”. Sí, para él todo el espectáculo ante sus ojos no fue más que una visión, una visión cuyos elementos correspondían a elementos que pertenecían a la tierra.
Por supuesto que cuando digo que la visión de Juan y la de Pedro fueron reales, estoy diciendo que no fueron produc- to de su imaginación sino que realmente ellos vieron imáge- nes en movimiento. Cuando digo que fueron reales no digo que eran físicas o materiales sino sólo una representación percibida por medio de los ojos en la cual les fueron repre- sentados eventos correspondientes a realidades sobre la tie- rra. ¿Suena esto difícil de entender? Posiblemente sí, mas estas palabras son las que puedo usar para explicar lo que entiendo.
Por consiguiente, sería enteramente difícil, o imposible de explicar cómo la visión de Pedro, la cual vio cuando el cielo le fue abierto; y la de Juan, la cual también vio en el cielo, po- sean diferente naturaleza. Siendo que ambas poseen el mis- mo origen, entonces el lector debe buscar en la tierra los ele- mentos materiales correspondientes a los de cada visión.
La mujer.
El libro de Apocalipsis menciona dos mujeres simbólicas, que históricamente nunca han tenido amistad debido a la na- turaleza de sus antecedentes. Una de ellas es la mujer mon- tada sobre una bestia (Apocalipsis 17:3), la cual es identifica- da como ramera, embriagada con la sangre de los santos. Obviamente, esa mujer, siendo simbólica, representa a un po- der religioso mundial, cuya historia está repetidamente man- chada por la sangre de aquellos que no se sometieron a sus caprichos idolátricos. La otra mujer es la que menciona Apo- calipsis 12 de la cual estamos hablando aquí.
La mujer que Juan ve en la visión es una representación simbólica de la nación de Israel. Y a la verdad, la nación de Israel, en varios pasajes de las Escrituras, es representada como una mujer, prueba de ello es:
“Pasé otra vez junto a ti y te miré, y he aquí que tu tiempo era tiempo de amores. Entonces extendí mi manto sobre ti y cubrí tu desnudez; te hice juramento y entré en pacto contigo, dice Jehová, el Señor, y fuiste mía. Te lavé con agua, lavé tus sangres de encima de ti y te ungí con aceite. Luego te puse un vestido bordado, te calcé de tejón, te ceñí de lino y te cubrí de seda. Te atavié con adornos, puse brazaletes en tus brazos y un collar en tu cuello. Puse joyas en tu nariz, zarcillos en tus orejas y una hermosa corona en tu cabeza.” Eze- quiel 16.8-12.
Por este modo con que Dios compara a Israel se puede entender que cuando la Santa Escritura habla acerca de una mujer por medio de símbolos, o proféticamente, ha de enten- derse que se refiere o bien al pueblo de Israel o a cualquier organización como aquella sentada sobre una bestia escarla- ta.
Así pues, cuantas veces sea mencionada aquí la mujer de Apocalipsis 12, sépase que se está mencionando a la nación de Israel.
Conforme las escenas van siendo explicadas se va en- tendiendo que todas ellas son una historia llevada a cabo a lo largo de varios siglos, que se relacionan con el plan de salva- ción divino dado a la humanidad, cuyas raíces profundas se originaron en el pueblo de las promesas—Israel. Porque la visión de este capítulo, aunque se refiere directamente a acon- tecimientos tocante a Israel, maravillosamente muestran cómo el desarrollo de la historia conduce a ver que la humanidad entera también estuvo involucrada.
Su vestido,
Como se dice al principio, “la apariencia de la mujer es asombrosamente impresionante, sin par en toda la Santa Es- critura”. Ella es presentada cubierta completamente por el brillo del sol o, como dice el texto, “vestida del sol”.
El sol es el símbolo de la justicia divina, la cual viene cuan- do se está bajo la ley de Dios. Póngase cuidadosa atención al siguiente texto con el cual eso queda comprobado:
“Mas para vosotros, los que teméis mi nombre, na- cerá el sol de justicia y en sus alas traerá salvación. Saldréis y saltaréis como becerros de la manada. Piso- tearéis a los malos, los cuales serán ceniza bajo las plantas de vuestros pies en el día en que yo actúe, dice Jehová de los ejércitos. »Acordaos de la ley de Moisés, mi siervo, al cual encargué, en Horeb, ordenanzas y le- yes para todo Israel”. Malaquías 4:2-4.
Así, el que la mujer sea presentada vestida del sol, signifi- ca que está cubierta de la justicia divina proveniente de la ley; por algo es que Malaquías menciona el sol de justicia men- cionando a la vez la ley que les fue dada en Horeb.
Que la nación israelita fue vestida, o cubierta con la justi- cia divina, fue verdad a partir del momento en que fue esta- blecido el pacto en el monte del Sinaí; porque a partir de ese entonces Israel estuvo siendo justificado por Dios de todas sus transgresiones una vez al año en la grandiosa solemni- dad del día de las expiaciones, quedando refulgente ante los ojos divinos al serles borrabas todas sus transgresiones. En Romanos 9.31 Pablo se refiere a esa ley precisamente bajo ese calificativo, es decir de ley de justicia. “...mientras Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó...”. Y ciertamen- te, la nación nunca pudo cubrirse de la justicia por sí misma, pero la justicia la cubrió. De esta manera se entiende que las vestiduras de la mujer son refulgentes porque son un símbolo de la justicia que alcanzó al haberse concertado con Dios por medio del pacto hecho en el Sinaí.
Su corona
La corona sobre la cabeza de la mujer no representa rea- leza sino honra, un estado especial, que por ser exclusivo, ninguna otra nación posee. Un ejemplo para probar eso es Jeremías 13:18, que dice:
“...porque la corona de vuestra gloria ha caído de vuestras cabezas”.
La corona de gloria cayó del reino de Judá cuando fue lle- vada en cautiverio a Babilonia; y ese evento sirve para de- mostrar que la palabra “corona” no siempre significa realeza sino también una elevada posición.
Así pues, al serle presentada a Juan la visión de una mujer con una corona sobre su cabeza, le es mostrada la gloriosa categoría otorgada divinamente a la nación de Israel.
Las doce estrellas
Las doce estrellas de la corona simbolizan a los doce pa- triarcas de donde la nación se formó. En carácter de pueblo, Israel alcanzó su elevada posición por medio de sus fundado- res, es decir, debido a quienes sirvieron de base para su exis- tencia. Después de todo, Deuteronomio 7:7-8 testifica que el pueblo fue puesto en alto por Dios debido a las promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob, de donde nacieron los doce patriarcas.
El registro escritural fuertemente sugiere que los doce pa- triarcas encajan como las doce estrellas de la corona. Esto está atestiguado por Génesis 37:9 cuyo texto dice:
“Soñó aun otro sueño, y lo contó a sus hermanos, diciendo: He aquí que he soñado otro sueño, y he aquí que el sol y la luna y once estrellas se inclinaban a mí”. Génesis 37.9.
José, el que fue vendido a Egipto, tuvo un sueño relacio- nado a él y a su familia, en él vio al sol (Jacob), a la luna (Raquel, la esposa de Jacob), y a once estrellas (sus herma- nos). En esto último, los hermanos de José suman once, y él sería el décimo segundo para completar las doce estrellas de la corona.
La luna
No hay dentro de la Sagrada Palabra un texto en el cual la luna esté puesta como símbolo profético, por lo cual, muy poco se puede hablar de ella. Con las reservas del caso podría decirse que es una representación simbólica de Raquel.
“Estaba encinta y gritaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento”. Apocalipsis 12.2.
Sólo por medio de los ojos del entendimiento es que pue- de mirarse con claridad las razones por las cuales la nación es presentada en un cuadro extremadamente conmovedor. Porque ciertamente el momento en que una mujer está a pun- to de dar a luz reviste profundo respeto en quienes la obser- van.
Esa es la causa por la cual la nación israelita es presenta- da en tan conmovedora escena, necesitada, indudablemen- te, de una mano que le fuera extendida en señal de ayuda.
El cuadro es presentado para mostrar a una nación nece- sitada de comprensión y de fortaleza, que nadie, excepto uno, podía darle, uno de quien está escrito:
“¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? ¡Aunque ella lo olvide, yo nunca me olvidaré de ti!”. Isaías 49.15.
En los momentos más difíciles Dios nunca abandona a Is- rael porque aunque en repetidas veces el pueblo ha caído en transgresiones, la misericordia divina nunca le ha faltado, ni le faltará. Y cuando los problemas le son extremadamente críticos como lo fueron los “dolores de parto”, Dios estuvo ex- tremadamente atento al desarrollo de los acontecimientos. Así, los fastos históricos estuvieron ausentes de ese momento tan angustioso, con todo, los resultados serían de sublime valor para toda la humanidad, porque el hijo de la mujer iluminaría al mundo con la luz del evangelio.
Dios fue sombra y escudo protector para Israel cuando las profecías que guardan estrecha relación con el momento de “dar a luz” vinieron a su cumplimiento, para que nada ni nadie estorbara los planes divinos que debían cumplirse. Esas pro- fecías fueron resumidas por Pablo al decir: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo...”. (Gálatas 4.4). Sí, Dios estuvo atento a un acontecimiento sumamente importante que estaba para llevarse a cabo, asistiendo a Is- rael en sus momentos espiritualmente difíciles porque el tiempo en que el Hijo debía aparecer sobre la tierra había llegado.
Los “dolores de parto” estaban presentes, pero por ser esta una visión simbólica, han de buscarse los significados equi- valentes, mismos que se encuentran en dos formas: religioso y político.
En lo religioso puede mirarse que Israel había caído en una red de la cual no podía librarse; era una red fabricada por el pensamiento humano, que había puesto a un lado la ley divina y había dado lugar a que el pobre razonamiento toma- ra el lugar principal. Los “mandamientos de hombre” y el lucro de las autoridades judías eran el tema predominante; bien que en lo espiritual el pueblo sufría convulsiones. Por disposi- ciones divinas que nunca entenderemos, Israel se encontra- ba sufriendo, espiritualmente hablando, una situación que a pesar de ser penosa, era la necesaria para que las profecías tocantes al Mesías que habría de venir, se cumplieran.
En lo político, Israel estaba en una encrucijada que déca- das más tarde lo conducirían a sufrir horribles masacres y el destierro. Porque antes que el Mesías estuviera por venir, la nación había caído bajo el dominio romano del cual no podía librarse.
De ambas situaciones no podía salir, y Dios las tomó como siendo el momento apropiado para que viniera su Hijo a la tierra en medio de situaciones angustiosas. Seguramente para Dios esos momentos de abatimiento espiritual eran adecua- dos para que su Hijo viniera a nacer.
Así, la venida del Salvador del mundo por fin había llega- do. Para el Altísimo, la gran oportunidad de salvación para el mundo estaba por iniciarse; pero en el mundo de los espíritus la situación era fuertemente convulsiva, pues el diablo trata- ría de impedir los planes divinos.
A semejanza de una escena que había acontecido unos miles de años antes, la situación estaba para repetirse. La historia sagrada dice:
“Vivió Lamec ciento ochenta y dos años, engendró un hijo y le puso por nombre Noé, pues dijo: «Este nos aliviará de nuestras obras y del trabajo de nuestras manos en la tierra que Jehová maldijo»”. Génesis 5.28- 29.
Unos tres mil años antes de Cristo, la humanidad antedilu- viana estaba en una terrible situación de desesperanza, de dolor y de angustia debido al pecado, necesitada de ayuda para hacer que las cosas horribles llegaran a su fin. Induda- blemente Lamec, el padre de Noé, esperaba que Dios pusie- ra fin a aquella situación no porque hubiera escasez de ali- mentos, o porque hubieran gobernantes despóticos que estu- vieran haciendo sufrir a los débiles, sino porque quienes te- mían a Dios habían caído en pecado. Lamec gemía en su interior, y sabía que por fin había llegado el momento en que la caótica situación espiritual iba a terminar, bien que con gran satisfacción escalmo: “Este nos aliviará de nuestras obras y del trabajo de nuestras manos en la tierra que Jehová maldi- jo”.
Seguramente, las palabras de Lamec fueron una profecía que su hijo Noé iba a cumplir, lo cual así fue, el tiempo de la redención vino para los temerosos de Dios.
La situación de los tiempos cuando el Mesías estaba para nacer no era diferente, como en los días de Lamec, otros te- merosos de Dios que estaban vivos cuando la mujer “estaba para dar a luz”, también gemían esperando el momento en que Dios enviara a Aquél que iba a poner fin al penoso estado espiritual en el cual Israel había caído. Un siervo de Dios exclamó:
“«Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, confor- me a tu palabra, porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pue- blos; luz para revelación a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel»”. Lucas 2.29-32.
Era necesario a Israel tener algún alivio para la penosa situación que durante siglos había estado padeciendo debido a haberse alejado de la voluntad divina, por lo cual el momen- to había llegado. El piadoso sacerdote Zacarías tuvo el gran privilegio de ver en los últimos momentos de su vida que la solución que pondría fin a los problemas de la nación había llegado. De esta manera, las palabras del sacerdote Zacarías encajan justamente después de que la mujer gritaba debido a sus dolores de parto.
“Otra señal también apareció en el cielo: un gran dra- gón escarlata que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas tenía siete diademas”. Apocalipsis 12.3.
La escena con el diablo presente inmediatamente dice cuán peligrosa era la situación que se estaba dando en ambos as- pectos, el material y el espiritual.
Y a la verdad semejante convulsión nunca fue conocida por los moradores de la tierra en el pasado, y probablemente tampoco es conocida por los moradores actuales, aunque de- bido a ellos es que la situación estaba terriblemente convul- sionada; porque el momento había venido en que el Redentor habría de venir a vencer con su muerte al diablo para poner el perdón divino y la salvación al alcance de toda la humanidad.
La convulsión religiosa y política han sido en todo momento las armas con que Satanás causa confusión para sacar el mejor provecho.
Satanás es malo porque así fue creado, la imagen sinies- tra, agresiva y repulsiva, grotesca y malitencionada, lleno de odio insaciable y siempre listo para dañar conque aparece en Apocalipsis 12 es su real naturaleza desde que fue creado. El diablo nunca fue un ángel celestial colmado de exquisita be- lleza como la tradición lo engalana, (vea el estudio: “Sata- nás”), sino un ser esencialmente malo en todo el sentido del significado.
En Apocalipsis 12, el diablo es visto en forma de dragón, la cual tiene estrecha semejanza con su figura original de ser- piente rolliza; a la vez le son agregados unos símbolos: siete cabezas coronadas, y diez cuernos. Esas siete cabezas coro- nadas claramente identifican a siete reyes; mientras que los diez cuernos a diez naciones guerreras. (Cuernos simbolizan naciones que poseen poder, prueba de ello son las palabras de Zacarías 1.19:
“Y dije al ángel que hablaba conmigo: ¿Qué son és- tos? Y me respondió: Éstos son los cuernos que disper- saron a Judá, a Israel y a Jerusalén”.
Judá fue conquistada y barrida de su tierra por Babilonia, e Israel lo fue por Asiria), naciones que el profeta describe como cuernos, de donde se infiere que al ser descrito el dragón poseyendo diez cuernos se están representando a diez na- ciones guerreras cuya fuerza posee su base en Satanás.
Estas siete cabezas identifican a siete reyes; y resulta in- trigante ver que siendo siete reyes sean diez cuernos, lo cual significa que hay tres reyes con dos cuernos cada uno.
En verdad, la historia de la humanidad es demasiada in- trincada como para identificar acertadamente quiénes pue- den ser esos siete reyes y esos diez cuernos aunque intentos para identificarlos han sido hechos de vez en cuando, ata- ñiendo los diez cuernos a diez tribus europeas antiguas que se dice fueron: Los Hunos (en Alemania), los Francos (en Fran- cia, los Burgundios (en Suiza), los Anglosajones (en Inglate- rra), los Visigodos (en España), los Suevos (en Portugal) los Lombardos (entre Austria y la otrora Czechoslovakia), los Vándalos (al Norte de África), los Hérulos (en Italia), y los Ostrogodos (entre Hungría y Yogoslavia).
Esta lista podría ser razonable, y el autor de este estudio la respeta, pero a la vez evita comentar favorable o desfavo- rablemente ya que las tribus que guerrearon entre sí para so- brevivir, establecerse y consolidarse en Europa fueron más de diez, lo cual hace imposible fijar con precisión sus nom- bres como correspondiendo a cada cuerno. La lista se pre- senta aquí sólo a manera de información acerca del intento (encomiable por cierto) que ha sido hecho por algunos estu- diosos de las Escrituras para explicar el significado de los diez cuernos, con todo, la verdad de quiénes son es algo que com- pete únicamente a Dios.
El lector de la Sagrada Palabra debiera profundizarse en esta escena para ver cómo el diablo se estaba preparando para el momento en que el hijo iba a nacer, pues su prepara- ción incluía, como ya se ha dicho, la desestabilización de Is- rael en lo religioso y en lo civil.
Es crítico que el lector recuerde que las escenas del diablo lleno de ira vistas “en el cielo”, fueron presentadas a Juan sólo como un reflejo de las realidades que se llevaron a cabo aquí en la Tierra. Recuérdese que la mujer es la nación de Israel, y el hijo que iba a nacer es nuestro Señor Jesucristo. Israel estaba en la Tierra, y el Señor vino a nacer a la Tierra. Por lo tanto, el dragón es visto en el cielo preparado para matar al niño sólo como parte de la visión de una realidad que estaba por llevarse a cabo en la tierra, ya que la labor diabó- lica estaba en su apogeo aquí en la tierra que fue el lugar donde trató de impedir que el niño naciera.
“Su cola arrastró la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciera”. Apocalipsis 12.4.
El diablo es presentado en esta visión desarrollando una labor bastante activa; pero debe saberse que esa labor la es- tuvo llevando a cabo durante siglos antes del nacimiento de Cristo; de hecho, este texto también puede ser correctamente vertido como diciendo que con su cola el diablo arrastraba esas estrellas, lo cual correctamente dice que la labor de arras- trar y derribar esas estrellas la llevó a cabo en un tiempo bas- tante prolongado.
La cola del dragón tiene una explicación que debe ser ana- lizada a la luz de la Palabra porque su significado es bastante sorprendente. De hecho, hay que investigar dentro de la Pa- labra de qué maneras es que el diablo, con su cola, había estado derribando gran cantidad de estrellas. Asimismo, hay que buscar en la Palabra qué son esas estrellas y cómo fue- ron derribadas.
La cola
Si la presente interpretación que estoy haciendo de Apo- calipsis 12 pareciera controversial, mi interpretación de lo que entiendo que es la cola de la serpiente podría serlo más. Con todo, sea el amable lector el que decida.
Posiblemente uno de los aspectos más difíciles de enten- der de Apocalipsis 12 sea la información en la cual el diablo es presentado llevando a cabo tres actividades en una misma escena, son a saber: 1. Estaba frente a la mujer esperando que el niño naciera para devorarlo. 2. Junto con sus ángeles estaba sosteniendo una gran batalla contra el arcángel Mi- guel y sus ángeles. 3. Con su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo hasta derribarlas en tierra.
A simple vista se ve que las tres acciones se desarrollan en un tiempo bastante corto, pero no fue así, debe recordarse que esta es una visión de breves momentos; empero el desa- rrollo de cada acción en la tierra tomó un tiempo bastante prolongado.
¿Cuánto tiempo pudo haber estado el diablo esperando que el Hijo naciera para matarlo? Por increíble que parezca, él lo estuvo esperando a partir del momento en que le fue declarado lo que a su debido tiempo vendría, cuyo relato está en Génesis 3:15.
¿Cuánto tiempo pudo haber tomado el desarrollo de la batalla? Si se toma en cuenta que al parecer la batalla se relaciona con el aparecimiento y ministerio del Hijo de Dios, entonces pudo haber durado unos tres años y medio, en cuyo tiempo su propósito consistió en poner tropiezos al ministerio del Señor por medio de tentaciones y de los intentos de que- rerlo matar valiéndose de algunos escribas y fariseos.
¿Cuánto tiempo le tomó derribar las estrellas del cielo? Posiblemente le tomó no menos de trescientos años.
Es importante observar con detenimiento el texto en consi- deración para llegar a la conclusión de que las tres acciones no se llevaron a cabo en el orden en que el texto las coloca. Por lo cual, posiblemente, la acción que el diablo llevó a cabo con su cola ocupa el primer lugar, el segundo lo ocupa el na- cimiento del niño junto con la batalla con el arcángel Miguel.
Siendo pues la cola un símbolo, he aquí lo que entiendo de ella.
“El anciano y venerable de rostro es la cabeza; el profeta que enseña mentira, es la cola”. Isaías 9.15.
¿Qué relación tiene Isaías 9.15 con Apocalipsis 12? Nin- guna por cierto, pero lo cito para mostrar al lector el significa- do que Dios da a los falsos profetas y dirigentes. La cola del diablo en la visión de Apocalipsis posee un significado que debe ser descifrado para entender cómo fue que con su cola “arrastró la tercera parte de las estrellas del cielo”.
A lo largo de los siglos, Satanás golpeó duramente a Israel valiéndose de diversos medios, uno de los cuales fue la gente que dentro del mismo pueblo le sirvió. Esa gente fueron los falsos profetas y los líderes que repetidamente desviaron al pueblo hacia la idolatría. Hubo profetas que fomentaron la ido- latría en le pueblo e influían sobre los reyes para hacer pecar a Israel.
Ha de recordarse que a la par de los genuinos profetas de Dios siempre hubo personas que pretendían serlo, ellos se dedicaban a engañar al pueblo y a torcer sus caminos hasta hacerlos caer. Distinguir entre los genuinos profetas y los fal- sos en verdad era difícil; y tan grave vino a ser la situación que incluso Dios instruyó al pueblo sobre qué hacer para evi- tar caer en confusión.
“El profeta que tuviere la presunción de hablar pala- bra en mi nombre, a quien yo no le haya mandado ha- blar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal profeta morirá. Si el profeta hablare en nombre de Je- hová, y no se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehová no ha hablado; con presunción la habló el tal profeta; no tengas temor de él. Deuterono- mio 18:20-22.
Sí, estos falsos profetas abundaban, y causaban mucho mal al pueblo porque lo desviaban de su obediencia al Altísi- mo, acarreando con su mal proceder muerte y desolación.
Aun con todo y la prevención divina, esas personas fueron exitosas en su empeño engañador. Es imposible rastrear en la Escritura el número de ellos; pero sí es seguro que existie- ron desde muy temprano en la vida de Israel como nación, hasta el presente.
Pues bien, ese tipo de profetas, que pululaban entre el pue- blo, llegó a tener un calificativo poco honroso, a los cuales Dios identifica como “cola”.
Ésa es la cola con la cual Satanás arrastraba la tercera parte de las estrellas; porque toda persona que habla en nom- bre de Dios, teniendo propósitos de maldad, no es de Dios sino del maligno. El diablo se vale de ellos para dañar la fe y estropear la obediencia del pueblo.
Así, unos sacerdotes hicieron tropezar al pueblo orientán- dole por malos caminos, engañándole y colaborando para que el paganismo fuera introducido en el pueblo, lo cual era una ofrenda que le presentaban al diablo.
La historia registra un caso que sucedió unos siglos antes de Cristo, en el cual un rey pagano se valió de unos dirigentes para dominar el pueblo; esos individuos, sirviendo al maligno, fueron también la cola de Satanás.
El profeta Daniel declaró la suerte que el pueblo iba a co- rrer cuando fuera invadido por el rey idólatra Antíoco IV Epífanes que, valiéndose de la deshonestidad de algunos ju- díos, golpeó severamente a quienes vivían en obediencia a la voz divina; el modo tan curioso conque es mencionado sirve efectivamente para varias cosas interesantes que facilitan en- tender Apocalipsis 12.4. Obsérvense las palabras de Daniel acerca de Antíoco:
“Creció hasta llegar al ejército del cielo; y parte del ejército y de las estrellas echó por tierra, y las pisoteó”. Daniel 8.10.
Esta profecía claramente hace mención a la actitud altiva conque aquel rey sirio arremetió en su afán de conquistar a Judá, y cómo enfocó su atención destructora contra “el ejérci- to del cielo”, lo cual significa que Antíoco no solo arremetió en contra del pueblo sino que su mirada destructora la enfocó contra los sacerdotes Levitas, sabiendo que al atacar a los Levitas, que eran los encargados del servicio en el Templo, fácil le era destruir la adoración a Dios. Según la historia, su maldad blasfema lo llevó a sacrificar una cerda sobre el altar de Dios y a profanar el Templo con toda suerte de maldades hasta introducir ídolos en él, todo lo cual hizo teniendo de su lado a unos sacerdotes y dirigentes del pueblo.
La cola de Satanás, o sean los líderes israelitas que enga- ñaban al pueblo pervirtiendo el derecho, hizo a miles desviar- se del recto camino hasta hacerlos caer de la gracia en la cual habían sido puestos por su Dios.
El modo conque Antíoco es descrito en esta profecía es una mezcla de elementos reales y simbólicos al grado de des- cribirlo como “creciendo hasta alcanzar las estrellas del cielo y derribarlas”; lo cual significa que sus acciones las condujo hasta Israel donde saqueó el Templo y mató mucho pueblo.
Las estrellas del cielo eran los israelitas, y ejército del cie- lo, son los sacerdotes levitas, a los cuales echó por tierra, es decir los golpeó severamente hasta anular sus funciones sa- cerdotales, y lo hizo por medio de personas que le prestaron sus servicios porque deseaban el liderazgo en Israel. Tanto el historiador judío Flavio Josefo, como el Primer Libro de los Macabeos, cuentan con gran detalle cómo el pueblo sufrió destrozos, y cómo el sacerdocio Levita fue golpeado severa- mente, todo, porque la cola del diablo arremetió con violen- cia.
Cuando Daniel 8.10 dice que Antíoco “creció hasta”, signi- fica que puso su mirada destructora contra el pueblo de Israel incluyendo al sacerdocio y al Templo para causar daño. Asi- mismo, al leer lo que hizo, y cómo procedió para robar los tesoros del Templo, y cómo depuso a los sacerdotes legíti- mos para colocar a burladores, se concluye fácilmente en que las “estrellas del cielo”, y el “ejército del cielo” son el pueblo y los sacerdotes de Dios. En realidad no requiere de interpreta- ción profunda para entender quiénes son designados por el profeta con tan elevados títulos.
La interpretación de los símbolos mencionados por Daniel 8.10 debe tenerse presente al momento de interpretar las es- cenas de Apocalipsis doce donde el diablo, con su cola, arras- traba la tercera parte de las estrellas y las derribaba. Y lleva a entender que el propósito de Satanás contra el pueblo de las promesas ha sido siempre de destrucción, de ensañamiento. Tan así ha sido al grado que la gran guerra que se aproxima, la de Armagedón, es una en la cual levantará su cola, es de- cir, a los pueblos de la tierra a ir en contra de ellos.
Por consiguiente, simbólicamente, cola es un calificativo despectivo para quienes son instrumentos diabólicos que lle- van mensajes falsos al pueblo para torcer su camino.
La intervención de ese tipo de personas no fue sólo en los tiempos antes de Cristo, más bien nunca ha terminado. Así, cuando el evangelio empezó a ser predicado en las naciones, Satanás causó daño a los líderes israelitas a los cuales con- fundió y los hizo trabajar a su favor, lo cual puede verse le- yendo los escritos apostólicos que narran cómo algunos sa- cerdotes, impulsados por él, se opusieron denodadamente a la predicación del evangelio.
Un aspecto interesante de Apocalipsis 12, que debe to- marse en cuenta, es que tanto los personajes como sus ac- ciones, giran al rededor de tres principales: Israel, el diablo, y Dios. Israel, siendo el pueblo de las promesas, cumpliendo todo cuanto de ellos está profetizado. El diablo, siendo el ene- migo, siempre tratando de impedir que las profecías se cum- plan, sobre todo aquellas que contienen promesas. Dios, por su parte, siempre defendiendo a su pueblo, evitando que el maligno anule, modifique o impida todo cuanto debe llevarse a cabo según los planes divinos.
De esta manera es como a través de los siglos Satanás, con su cola, infligió severos golpes al pueblo de Israel, e in- tentó dar su gran golpe cuando intentó matar a Aquél iba a nacer en su seno, esto es, Jesucristo.
Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciera. Apocalipsis 12: 5.
Como ha sido dicho en el capítulo anterior en el sentido de que el elemento tiempo juega un papel importante en el desa- rrollo histórico de los acontecimientos que rodean a Apocalip- sis 12, así es con esta escena.
Satanás estaba consciente que al tiempo señalado la mu- jer daría a luz a su hijo, por lo cual él estaba pendiente, vigi- lante, siendo serpiente, lista para atacar a su víctima.
Él sabía que los profetas, aun desde el patriarca Jacob en Génesis 49:10, habían anunciado el advenimiento de ese hijo, por lo tanto siempre atacó a Israel intentando destruirlo para evitar que las profecías se cumplieran. Porque por curioso que parezca, si hay un ser que ansiosamente vigila el cumpli- miento de la profecías, ése es el diablo, porque sus intentos son siempre encaminados a buscar las maneras cómo sacar provecho. Por eso, sabiendo que el momento había llegado, se preparó para impedir que el niño naciera y se desarrollara sobre la tierra. Gloriosamente, el niño nació e inmediatamen- te fue puesto bajo custodia del Altísimo Dios.
¿Quién sino el diablo pudo haber sentido profundamente el terrible impacto de las palabras de sentencia pronunciadas en su contra en Génesis 3.15:
“Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu si- miente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón.”?
El momento de la gran confrontación mencionada en Gé- nesis 3:15 entre la mujer y la serpiente por fin había venido y uno de los dos habría de obtener la mejor parte, la cual por cierto correspondió a la mujer.
“Herir en la cabeza y herir en el talón” no poseen significa- dos literales sino simbólicos, ambos denotan confrontación y golpes, uno poderosamente fuerte y el otro de alcances débi- les, aunque esa debilidad no significa carencia de importan- cia.
Al observar el texto surge la pregunta acerca de quién fue designado por Dios para herir a Satanás, es decir, si fue la mujer o su simiente; por eso, mi interpretación se inclina a creer que fue el hijo de la mujer el encargado de tan grande proeza. Sí, la serpiente fue golpeada severa y mortalmente por la simiente de la mujer, mientras que los golpes conque el diablo arremetió no fueron determinantes como para decla- rarlo vencedor, de consiguiente, el momento en que el diablo va a sentir los efectos de su derrota ya está determinado, el cual será en el día del juicio final cuando va a ser lanzado al lago de fuego para ser consumido.
Con toda seguridad puede decirse que nadie de los terre- nos de hace unos dos mil años supo que el diablo estaba frente a la mujer, esperando que el niño naciera para devorar- lo, porque la acción se llevó a cabo en el mundo espiritual que únicamente es presenciado por los ángeles y por las malicias espirituales comandadas por su príncipe—el diablo. Hoy lo sabemos porque a Juan le fue revelado, para que pueda ver- se el peligro en que estuvo la humanidad. Esta narración que estoy haciendo cumple esos propósitos informativos para muchos que a partir de hoy pueden tener a su alcance una narración, corta por cierto, de los eventos involucrados en la visión de Apocalipsis 12.
“Ella dio a luz un hijo varón, que va a regir a todas las naciones con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono”. Apocalipsis 12.5
Quizás la porción textual más maravillosa de todo este ca- pítulo doce sea la referente al hijo de la mujer pues se decla- ra: “Ella dio a luz un hijo varón, que va a regir a todas las naciones con vara de hierro; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono.
Jesucristo nació de Israel, a lo cual las profecías, y sin lu- gar a dudas, las declaraciones que de él se hacen, disipan cualquier duda de que fue acerca de él de quien estaba anun- ciado que había de venir.
Esto de que va a regir a las naciones con vara de hiero se cumplirá con aquellas naciones que lo rechacen y que estén vivas al momento de su segunda venida a la tierra, ya que serán regidas con verdadero rigor. (Vea el estudio 1000 Años, el Reino de Cristo sobre la Tierra).
Por supuesto que este verso 5, siendo profético, abarca dos aspectos acerca del Señor que aunque le corresponden, no han sido colocados cronológicamente, por eso, su calidad de Rey de reyes y Señor de señores que será efectiva en su Reino ha sido colocada en primer lugar, después es mencio- nada la intención que el diablo tenía de matarlo justamente cuando los días de su nacimiento se habían cumplido.
Jamás en la historia del acontecer espiritual se ha contado de un suceso tan glorioso y triunfante como el que se cumplió cuando la mujer dio a luz a su hijo. Es glorioso y triunfante porque eso fue señal de victoria contra el diablo.
“La mujer huyó al desierto, donde tenía un lugar prepa- rado por Dios para ser sustentada allí por mil doscien- tos sesenta días”. Apocalipsis 12:6.
Sabiendo con anticipación lo que iba a suceder, Dios pla- neó que la mujer huyera del enfrentamiento que tenía con el diablo, y le preparó un lugar en el desierto para que le sirviera de refugio.
En verdad, la palabra “huir” no siempre significa escapar por miedo a algo, o escapar en retirada debido a una inmi- nente derrota. Más bien, esa huida era un plan divino para evitar que el diablo continuara causándole daño. Quiere decir que esa huida en realidad no fue otra cosa sino que Dios la sacó de su lugar donde habitaba porque tenía planes especí- ficos en los cuales ella jugaría un papel determinante.
El texto dice que la mujer huyó al desierto. Este desierto no es literal sino simbólico, y representa a las naciones del mundo. Una referencia a ese significado la da Ezequiel 20.35:
“Os traeré al desierto de los pueblos y allí litigaré con vosotros cara a cara”. Ezequiel 20.35.
Este texto es citado sólo para mostrar el significado simbó- lico que posee el desierto. Porque cuando se le menciona en profecía, no siempre posee sentido literal sino un sentido to- talmente diferente. Ése significado es el que posee en Apoca- lipsis 12:6.
Por supuesto que esta “huida”, como se acaba de decir, formó parte de los planes divinos, y está estrechamente liga- da a eventos históricos que la enlutaron porque los ejércitos del Imperio Romano fueron los promotores de su salida al desierto.
La historia de Israel cuenta de por lo menos dos disper- siones; una cuando los conquistadores asirios y babilonios los sacaron de su tierra, y la otra cuando los romanos los sa- caron y les prohibieron regresar a Jerusalem.
Si bien la historia dice que los romanos expulsaron a los judíos de su tierra, la visión muestra que fue Dios quien los sacó pues él tenía planes que iba a llevar a cabo para favore- cer a las naciones. Sí, aunque parezca asombroso lo que digo no por eso deja de ser cierto, ya que la salida de los judíos a las naciones del mundo sirvió de apoyo para que los mensa- jeros del evangelio cumplieran el mandamiento de ir por el mundo a predicar el evangelio.
Esto que estoy diciendo requiere de bastante información, la cual, si bien está disponible, requiere de abundante espa- cio en vez de este que le he asignado. Basten estas pocas líneas para entender que la huida de la mujer al desierto esta- ba en los planes divinos para un subsecuente beneficio espi- ritual para la humanidad.
La historia de Israel en el cautiverio Asirio y Babilónico, narrada por los profetas, es dolorosa y digna de compasión; bien que ellos faltaron a su compromiso de obediencia que sellaron al pie del Sinaí por lo cual sufrieron interminables angustias.
Sin embargo, las consecuencias que les sobrevinieron a partir del año 70 D. de C., no fueron menos angustiosas, pero seguramente fueron mucho más dolorosas debido a lo pro- longado del sufrimiento físico y a los continuos vejámenes de que fueron objeto por parte de los paganos de las naciones a donde llegaron por voluntad propia o fueron llevados por or- den del Imperio Romano.
No me es posible precisar cuándo empezaron a contarse los mil doscientos sesenta días (o años proféticos) que la mu- jer debía permanecer en el desierto, lo mismo digo acerca de cuándo terminaron. Lo que sí me es posible saber es que esa mujer es el pueblo de Israel. Porque aunque algunos historia- dores, a los cuales en verdad respeto, sugieren que esa mu- jer es la iglesia de Cristo; en realidad el relato sagrado fuerte- mente señala a Israel, después de todo, esa nación es la mujer que dio a luz al Salvador del mundo, mientras que la iglesia es representada como una virgen pura, como la novia del Cordero. Los intentos por hacer aparecer a la iglesia de Cris- to como la mujer en el desierto sugiere una metamorfosis para la cual no encuentro base; y a la verdad, el profeta identifica a la iglesia como “el resto de la descendencia de ella, contra los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo”.
De la iglesia hablo en el capítulo X con el subtítulo “El Is- rael de Dios”.
Solo el lector con suficiente experiencia puede, aunque con dificultad algunas veces, diferenciar entre los judíos y el pue- blo de Cristo en el desierto. Porque entretanto la mujer huyó al desierto, o sea, a los pueblos del mundo donde continua- ron manteniendo su fe en la ley; los otros de su simiente fue- ron a los mismos lugares llevados por el Espíritu Santo para anunciar las buenas nuevas.
Aunque son dos grupos totalmente opuestos, uno basado en la circuncisión y otro basado en la fe de Jesús, su diferen- cia de ninguna manera fue objeto de atención ni por el Impe- rio Romano ni por la Religión Cristiana que entre los siglos segundo al quinto tuvo un surgimiento poderoso; ya que am- bos grupos poseían un elemento común, el cual fue la obser- vancia del sábado séptimo día de la semana.
Ya sea por desdén, o por falta de ánimos de diferenciar ambos grupos, los padres de la Iglesia, aquellos que libraron fuertes batallas verbales contra los judíos debido a la circun- cisión que querían hacer prevalecer en un mundo totalmente pagano; no hacen clara diferencia.
Y a la verdad, algunas sectas cristianas de origen judío son mencionadas, entre ellas dos más notorias: la secta de los Nazarenos y la secta de los Ebionitas. Pero casi siempre que son mencionadas no es para ponderarlas sino para pre- sentarlas como grupos de gente terca, empeñada en mante- ner un tipo de creencias totalmente discordes con el modo en que la Iglesia interpretaba las Escrituras.
“Entonces hubo una guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón. Luchaban el dra- gón y sus ángeles, pero no prevalecieron ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Sa- tanás, el cual engaña al mundo entero. Fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él. Apoca- lipsis 12:7-9.
Otro aspecto interesante de esta visión, y quizás sea don- de se centra la atención de los lectores de la Biblia, lo consti- tuye la batalla de Miguel y sus ángeles, contra el dragón y los suyos.
La batalla, aunque real, no fue literal. Es decir, aconteció, pero no con el detalle conque las imágenes son configuradas mentalmente (Espero no confundir a lector con lo que dije en la página 2 cuando expliqué en qué consiste una visión). Por- que ese “cielo” desde donde el diablo fue lanzado no es el cielo de Dios, sino que simboliza el poder que tenía de acosar a la mujer antes de venir Cristo a la tierra. Porque como se probará en las siguientes líneas, después que fue derrotado, o sea derribado, se fue a hacer guerra contra los otros de la simiente de la mujer. Precisamente porque tras su derriba- miento inmediatamente proyecta su mirada hacia otro grupo que pertenece a la misma simiente de la mujer.
¿Qué significa derribar del cielo a la tierra?
Existen dentro de las Santas Escrituras algunas declara- ciones que por su significado poco usual resultan difíciles de entender; una de ellas es esta.
“Derribar del cielo a tierra” es una frase que se menciona dos veces, pero en ninguna de ellas significa derribar a al- guien desde donde está el trono de Dios a la tierra, más bien poseen significados que deben buscarse dentro del contexto en que son mencionados. El primero se encuentra en Lamen- taciones 2.1 y el segundo es de Apocalipsis que está siendo considerado en este estudio. Lamentaciones 2:1 dice:
“¡Cómo oscureció el Señor en su ira a la hija de Sión! Derribó del cielo a la tierra la hermosura de Israel...”
Aunque esto sucedió tal como fue pronunciado por el pro- feta, el significado no debe tomarse a la letra, porque si desde ese ángulo literal tuviera que entenderse entonces se incurri- ría en enredos hermenéuticos imposibles de aclarar; por con- siguiente, se le debe buscar el significado que aclare qué fue en realidad lo que pasó.
Así, la hija de Sión, que repetidas veces es mencionada en la Palabra, no es otra sino la ciudad de Jerusalem. El Altísimo la escogió para hacer habitar allí su nombre. Sin embargo, la ciudad vino a quedar “obscurecida”, como dice el texto, por- que la miseria, la desgracia y la muerte fueron sus huéspedes en repetidas ocasiones debido al pecado que dominó a sus moradores. La calidad de estima de la cual Dios la había ro- deado le fue quitada hasta venir a ubicarla en un estado ver- daderamente miserable. He aquí precisamente lo que signifi- có el que Dios haya “derribado del cielo a la tierra” la hermo- sura de Israel.
El lenguaje utilizado por el profeta es comparativo, y deno- ta que Israel fue despojado de su muy encumbrada posición hasta ubicarlo en niveles de notoria miserabilidad.
Por consiguiente, “lanzar del cielo a la tierra” no posee sen- tido literal sino lato. Es decir, no debe entenderse tal como está escrito sino que se le debe buscar el significado extraliteral correspondiente.
Si se ha entendido que esta declaración del profeta no es literal, entonces fácil será entender qué fue lo que sucedió al diablo cuando se dice que fue derribado del cielo a la tierra, pues él nunca estuvo en el cielo de Dios, ni mucho menos estuvo allá librando una terrible guerra, más bien como se ha dicho antes, esa batalla, mostrada a Juan como visión simbó- lica, posee un significado que debe ser buscado aquí en la tierra.
Es bueno recordar que el problema que generalmente se tiene para entender correctamente Apocalipsis 12:7-9, es que tradicionalmente se ha pensado que hubo un tiempo cuando el diablo era un ángel bueno y que debido a que se hizo malo fue echado violentamente del cielo a la tierra, lo cual es una composición legendaria nacida de personas no inspiradas por Dios que escribieron al respecto y cuya literatura circuló en Israel unos siglos antes de Cristo. (Vea el estudio: “Satanás”).
La elevada posición del diablo
¿Poseía el diablo una posición elevada en la tierra? ¡Por supuesto que la poseía, después de todo, él es identificado con varios calificativos por los cuales pueden verse que esta- ba en posición predominante; esa elevada posición es men- cionada como: “el dios de este mundo”, 2 Corintios 4:4; el “príncipe de este mundo”, Juan 16:11; etc., en estas citas pue- de mirarse que el diablo en verdad dominaba a su antojo a la humanidad. De esa posición de predominio sobre la humani- dad es que fue derribado.
En el siguiente texto nuestro Divino Salvador dice unas palabras que son críticas para entender cómo fue que el de- rribamiento del diablo se llevó a cabo, véase lo que dice Juan 12:31:
“Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera”.
¿De dónde iba a ser el diablo echado fuera? ¡De sus domi- nios por supuesto! ¿Cuándo es que fue echado? Esto se lle- vó a cabo precisamente cuando Jesucristo lo venció en la cruz del Calvario cuyo evento corresponde ni más ni menos a la gran batalla que en la visión aparece teniendo Miguel. Sin lugar a dudas, la batalla en el cielo es simbólica del evento del cual Jesucristo, con su muerte en la cruz, venció al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo (Hebreos 2:14).
“... para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo...”.
En otras palabras, el evento que en visión le fue mostrado a Juan en la isla de Patmos, en el cual el diablo es visto sien- do derribado tras una fiera batalla contra las huestes celestia- les, había ocurrido hacía unos setenta años cuando Jesucris- to con su muerte lo venció.
“Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: «Ahora ha venido la salvación, el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo, porque ha sido expulsado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Ellos lo han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, que menospreciaron sus vidas hasta la muerte. Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos. ¡Ay de los moradores de la tie- rra y del mar!, porque el diablo ha descendido a voso- tros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo». Apo- calipsis 12:10-12.
Como acaba de decirse, la visión fue mostrada a Juan unos setenta años después que la derrota del diablo había aconte- cido, para ese tiempo ya muchas decenas de miles de israe- litas habían sido redimidos por la Divina Sangre, de los cua- les Apocalipsis capítulo 7 proporciona la cifra.
De ellos no puede precisarse cuántos habían muerto para el tiempo cuando Juan tuvo la visión, pero una cosa es cierta acerca de ellos:
“Clamaban a gran voz, diciendo: «¿Hasta cuándo Señor, santo y verdadero, vas a tardar en juzgar y ven- gar nuestra sangre de los que habitan sobre la tierra?»”. Apocalipsis 6:10.
De estos es la voz que declaró: “Ahora ha venido la salva- ción, el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo, porque ha sido expulsado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche”.
En la escena, en la cual la cronología no tiene parte como para fijar el tiempo cuándo es que estos prorrumpieron con su exclamación, son vistos aquellos mártires que ofrendaron sus vidas por amor a Dios, “miraban” cómo el diablo, que se afa- naba de día y de noche en su trabajo denigrador, había sido derribado de su posición, y consecuentemente, su trabajo ha- bía perdido todo valor.
La visión los presenta como dando gracias al Padre Celes- tial porque el acusador de sus hermanos había sido vencido.
Pero a la vez también se les escucha advirtiendo acerca de los moradores de la tierra pues la ira del diablo vendría en su contra. Su mirada destructora iba a ser proyectada al mun- do porque el evangelio iba a ser anunciado entre todas las naciones.
Hoy en día, más que nunca, puede mirarse cómo la ira diabólica convulsiona a todos los moradores de la tierra por medio de la política, de las guerras, por medio de películas de violencia y de escenas reñidas por la buena moral, y por me- dio de razonamientos materialistas que afanosamente vali- dan la perversión manifestada de muchas maneras.
Sólo quienes conocemos cómo actúa el diablo contra los moradores de la tierra podemos mirar claramente que las pa- labras de advertencia provenientes de la gran voz desde el cielo se están cumpliendo pues millones y millones están sien- do despedazados material y espiritualmente por la serpiente que airadamente los ha mordido y la ponzoña de su veneno les ha nublado los ojos del entendimiento al grado de que no pueden mirar la luz del evangelio.
En la visión, ellos alegremente exclaman que el acusador de sus hermanos ha sido expulsado de su lugar, y que sus acusaciones han perdido todo su efecto.
Recuérdese que para el tiempo en que le fue mostrada la visión a Juan, lo cual fue a finales del siglo primero de nuestra era, el evangelio ya tenía varias décadas de estar siendo pre- dicado con gran éxito, de donde se infiere que esas palabras están en consonancia con aquellas proclamadas victoriosa- mente por Pablo cuando dijo:
“¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también inter- cede por nosotros”. Romanos 8:33-34.
El acusador, el que tenía dominada a la humanidad había perdido el poder de conducir a la muerte a millones, con eso también perdió una de sus armas más poderosas conque había alcanzado sendos triunfos contra el pueblo de Israel antes de venir Cristo a la tierra.
El acusador, a partir de su derrota, está enfrentado ante su vencedor, el mismo que será su juez en el día postrero, y el mismo que en carácter de abogado defiende a los redimidos de toda calumnia diabólica.
“Cuando el dragón vio que había sido arrojado a la tie- rra, persiguió a la mujer que había dado a luz al hijo varón. Pero se le dieron a la mujer las dos alas de la gran águila para que volara de delante de la serpiente al desierto, a su lugar, donde es sustentada por un tiem- po, tiempos y la mitad de un tiempo”. Apocalipsis 12:13- 14.
Viendo fallidos sus intentos de matar a la simiente de la mujer, y habiendo sido vencido en la cruz, el diablo inmedia- tamente arregló sus planes para desquitarse la derrota vol- viendo a sus intentos de acabar con la mujer.
Pero a ella le fueron dadas las dos alas de la gran águila para escapar. El águila es un misterio imposible de entender pues nada se dice de ella, excepto que habla, ya que Apoca- lipsis 8:13: la menciona al decir:
“Miré, y oí un ángel que volaba en medio del cielo y decía a gran voz: «¡Ay, ay, ay de los que habitan en la tierra, a causa de los otros toques de trompeta que es- tán para tocar los tres ángeles!»”
Si bien la Versión Reina-Valera menciona aquí a un ángel, el texto griego del Nuevo Testamento dice que es un águila. Con las reservas del caso me inclino fuertemente a pensar que éste es un querubín, pues los únicos seres alados son los querubines, los cuales tienen cuatro cabezas, una de las cuales es de águila, y poseen tres pares de alas.
”Perseguir a la mujer” significa que emprendió contra el pueblo israelita una larga cadena de aflicciones para lo cual se valió del Imperio Romano como ya se dijo antes.
Los planes divinos estaban trazados de antemano sin que la mente humana alcance a entender las causas por las cua- les deban desarrollarse de esa manera. Así, la mujer huyó hacia el desierto para escapar de las garras del maligno.
Los destrozos causados por el imperio Romano contra el pueblo de Israel ha sido uno de los más severos que nación alguna haya podido soportar en los tiempos del Cristianismo; primero, a merced de las huestes que violentamente arreme- tieron contra la ciudad de Jerusalem destruyendo cuanto es- tuvo a su paso; hiriendo en lo más profundo el sentimiento israelita al haber incendiado el Templo; causando horrible genocidio y llevando en cautiverio a por lo menos un millón de ellos. Como si eso hubiera sido poco, después de haber ex- pulsado a todos los que quedaban, el Emperador les prohibió que regresaran a su tierra. De esa manera se dio inicio a la diáspora, o, como declara la visión: la “huida al desierto”.
Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer y se fue a hacer la guerra contra el resto de la descendencia de ella, contra los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo. Apocalipsis 12.17.
Así, los planes diabólicos fraguados contra la entera na- ción de Israel fueron destruidos; porque ningún ser espiritual o material posee la suficiencia de estropear los planes del Altísimo Dios. Porque él es el Superior y el resto sus inferio- res, creados por sus manos y diseñados para cumplir un pro- pósito sobre la faz de la tierra.
Satanás no prevaleció contra la nación de Israel porque no posee las fuerzas para destruirlo aunque repetidas veces lo ha intentado. Porque Israel es el pueblo de las promesas, el pueblo del pacto, el pueblo que por las promesas hechas al padre de la fe —Abraham, vivirá bajo el cuidado divino entre- tanto no venga la eternidad.
Pero el diablo no descansa, pues aunque sus planes sean derribados, siempre intenta obtener alguna victoria con la cual satisfacer sus deseos destructores; por eso procedió, con la ira que le es característica y que nunca abandona por serle inherente, a intentar destruir a un grupo de israelitas que aun- que lo eran, no formaban parte del Israel material. Por eso, el texto dice que se fue con grande ira a intentar destruir “el resto de la descendencia de ella, contra los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo ”.
En verdad, si destruir al pueblo israelita literal le es una tarea imposible, destruir a los israelitas redimidos por Cristo le es más que imposible; porque éstos no sólo son hijos de la promesa hecha a Abraham sino que son posesión de Cristo quien los defiende. Éstos enmarcan justamente en el califica- tivo de hijos de Dios porque reúnen las dos cualidades reque- ridas por el Padre, son a saber: Guardar los mandamientos de Dios y aceptar a Jesucristo como salvador.
¿Se les menciona en otras partes de la Sagrada Palabra? Sí, se les menciona en los escritos Novotestamentarios; la primera vez ocurre en Juan 1.11-13 donde dice:
“A lo suyo vino, pero los suyos no lo recibieron. Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Estos no nacieron de sangre, ni por voluntad de carne, ni por voluntad de varón, sino de Dios.”.
Ciertamente el Señor Jesucristo fue enviado a salvar a los israelitas, la mayoría de los cuales lo rechazaron, mas quie- nes entre ellos creyeron en su palabra y le obedecieron, reci- bieron el derecho de ser llamados hijos de Dios por cuanto sus obras fueron conocidas de él aun antes de haber nacido. Cómo se operó eso es explicado en el estudio “La Predesti- nación”.
Estos son de la simiente elegida, con todo, su mención reviste más importancia que la generalidad de israelitas por cuanto nacieron alineados a voluntad del Creador y su mise- ricordia posó sobre ellos.
A partir del momento de aceptar al Salvador continúan sien- do mencionados en diferentes porciones de los escritos apos- tólicos, y aunque están involucrados en el calificativo de pue- blo de las promesas, semejante calificativo es doble pues in- volucra el de herederos de la vida eterna.
Otro pasaje donde son mencionados con gran realce es en Hechos 26.7: donde dice:
“...promesa cuyo cumplimiento esperan que han de alcanzar nuestras doce tribus, sirviendo constantemen- te a Dios de día y de noche...”
Claramente es expuesto por Pablo que quienes recibieron el mensaje de salvación pertenecían a las doce tribus de Is- rael, mismos que entendieron que el portador de la promesa de recibir la Tierra en heredad perpetua hecha a Abraham y a su simiente, era Jesucristo, en cuya obediencia persevera- ban día y noche.
En más de una oportunidad son mencionados y separados del resto de ciudadanos y puestos en singular posición, entre las cuales está el mencionado en Gálatas 6.16:
“Porque, en Cristo Jesús, ni la circuncisión vale nada ni la incircuncisión, sino la nueva criatura. A todos los que anden conforme a esta regla, paz y misericordia sea a ellos, y al Israel de Dios”. Gálatas 6.15-16.
En la carta a los Gálatas, Pablo está atacando al bando de judíos legalistas contradictores de la gracia, que estaban des- viando de la recta obediencia a las iglesias de Galacia y tergi- versando el evangelio de Cristo. Ese segmento fue declarado anatema (Gál. 1.9) mientras que el conglomerado israelita que tenía posibilidades de recibir el evangelio, aunados a los redi- midos, reciben de Pablo colmada bendición.
Notoriamente, estos últimos son declarados “Israel de Dios” porque habían creído en Cristo y habían abandonado el siste- ma de salvación que por el sacrificio en la cruz había queda- do sin validez. Calificativo extraordinario y único es este con el cual se diferencia a unos israelitas que no son de Dios, que fueron revelados a Pablo y mencionados por él cuando decla- ró en Romanos 9.6: “porque no todos los que descienden de Israel son israelitas”. Con lo cual se entiende que el Israel de Dios es la simiente que heredará las promesas hechas a Abra- ham. (De estos se habla en el estudio “Salvación a Israel”).
Quienes conforman el Israel de Dios son los mismos que tiempo después de ser mencionados por Pablo son vistos por Juan llenos de victoria al lado del Cordero de Dios a los cua- les el ángel que habló con él los describe diciendo:
“Estos son los que no se han contaminado con mu- jeres, pues son vírgenes. Son los que siguen al Corde- ro por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero. En sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios”. Apocalipsis 14.4- 5.
Habiendo fracasado en sus intentos de destruir a la nación de Israel, pasó a intentar destruir al Israel de Dios. Su labor la llevó a cabo de dos maneras: física y espiritualmente.
Es sumamente interesante ver cómo la historia humana relata semejante acción, misma a la cual, por ser desconoci- da la profecía de Apocalipsis capítulo doce es tomada inad- vertidamente, viniendo de esta manera, a ser declarados los intentos diabólicos como genuinos y razonables.
Históricamente es conocido cómo el Imperio Romano arre- metió atrozmente contra la nación de Israel que en más de una vez intentó rebelarse de su dominio opresor. La arremeti- da diabólica por medio de Roma llegó al grado de prohibirles vivir en su tierra, y ser lanzados a la dispersión entre las na- ciones.
Lamentablemente, para Roma no habían más que judíos; no hacía diferencia entre los judíos en general y el Israel de Dios, porque esa diferencia sólo es conocida por los apósto- les, por la iglesia del primer siglo y por el diablo; sí, por el diablo que arremetió contra ellos.
Primeros vestigios
Seguramente el lector del Nuevo Testamento ha leído en varias ocasiones los libros de Hechos de los Apóstoles, Gála- tas, Colosenses; en los cuales se hacen claras referencias al propósito definido de los judíos (muchos o pocos) de impedir que el evangelio avanzara por todas las regiones de Asia y Europa.
Sin embargo, los apóstoles también mencionan brevemente a los judíos que creyeron y amaron a nuestro Divino Salva- dor. De estos, Lucas dice:
“Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que hubo con motivo de Esteban, pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, sin hablar a nadie la palabra, sino solo a los judíos. ”. Hechos 11:19.
Dos cosas menciona este texto: 1. Aquellos que salieron a huir debido a la persecución iniciada por Saulo de Tarso, lle- garon a tres ciudades. Por supuesto que estas tres pudieron haber sido mencionadas porque estaban entre las ciudades de mayor prosperidad económica de aquel entonces; lo cual facilitaría entender que aquellos que huyeron pudieron haber llegado a muchas otras ciudades. 2. Estos eran judíos; des- pués de todo, la iglesia inicial se componía sólo de israelitas convertidos.
¿Hasta dónde pudieron estos haber llegado? Nadie puede precisarlo; lo que sí puede decirse es que su labor, al princi- pio, consistió en evangelizar israelitas.
¿Tuvieron buen resultado evangelizador? ¡Por supuesto que sí! El Nuevo Testamento lo testifica en varias de sus par- tes, reportando a muchos de ellos a los cuales los judíos ene- migos del evangelio trataban de confundir y de hacerlos vol- verse a la justificación por la ley de Moisés.
Mirar el trasfondo que movió a Pablo a escribir algunas de sus cartas, entre ellas Gálatas y Colosenses; y al escritor de Hebreos, que posiblemente pudo haber sido él mismo, se pue- de mirar a dos grupos de judíos, unos convertidos a Cristo y otros opositores.
Ambos grupos se habían establecido por toda el Asia Me- nor y Europa, y ambos observaban el sábado como el cuarto mandamiento.
A estos que perseveraban en la doctrina de la gracia es a quienes Santiago y Pedro identifican al decir:
“Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus que están en la dispersión: Salud”. San- tiago 1:1.
“Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia...”. 1 Pedro 1:1.
Santiago no especifica ninguna ciudad, pero seguramente su carta está dirigida a los judíos convertidos y no a todos los inconversos, después de todo, carecería de razón pensar que él haya escrito a todos los judíos que residían fuera de Israel, sin que formaran parte de la iglesia judía, pues de hecho no recibían el consejo de los apóstoles.
Es interesante mirar que los judíos convertidos sumaban una cantidad bastante grande, misma que Apocalipsis capítu- lo 7:4 menciona específicamente como de 144,000.
Igual a Santiago, Pedro menciona a los expatriados “de la dispersión”, haciendo notoria referencia a aquellos que fue- ron forzados a huir cuando Saulo asolaba la iglesia y fueron predicando el evangelio.
Otra referencia a este numeroso grupo se encuentra en el gran sermón profético de nuestro Señor Jesucristo:
“Pero cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejérci- tos, sabed entonces que su destrucción ha llegado. Entonces los que estén en Judea huyan a los montes; y los que estén en medio de ella, váyanse; y los que es- tén en los campos no entren en ella”. Lucas 21:20-21.
Todos estos, aunque tienen un lugar en la historia de la humanidad, su identidad les es negada por un segmento enor- memente numeroso del Cristianismo, el cual prefiere mante- nerlos en el anonimato debido a que la fe que aquellos profe- saron era totalmente incompatible con los dictámenes de la terrible bestia apocalíptica identificada con el número seis- cientos sesenta y seis.
Uno de los intentos romanos destructores contra la fe de los escogidos está contenido en el edicto del Emperador Constantino que por el año 321 D. de C., optó por imponer la observancia del primer día de la semana a aquellos que ob- servaban el sábado. Semejante edicto no nació en su mente por ventura, sino porque su propósito era descubrir, castigar y destruir a quienes adoraban a Dios en el séptimo día de la semana —sábado, sin importar si eran judíos que hacían pro- paganda a la circuncisión o si eran redimidos por Cristo. ¿Qué mejor manera de descubrirlos sino por medio de verlos ado- rando a Dios en el día que él ha asignado como santo?
Obsérvese que entre los atacados por Constantino no sólo estuvieron los israelitas en general sino los israelitas redimi- dos por Cristo, mismos que estaban diseminados por todo el imperio y que celosamente se dedicaban a obedecer a Dios aun a costas de pagar con su vida la desobediencia a las leyes religiosas del Imperio.
Una pequeña prueba, de las muchas que existen, es la proporcionada por la “Historia de la Iglesia” de Sozomen, quien en libro VII, Capítulo 19 dice:
“La gente de Constantinopla, y de varias otras ciuda- des, se reúnen en Sábado, así como al día siguiente, cuya costumbre nunca es observada en Roma, o en Alejandría. Hay varias ciudades y villas en Egipto don- de, contrario al uso establecido por todas partes, la gente se reúne al atardecer del Sábado, y aunque han cena- do previamente, participan de los misterios...”
Contra estos grupos diseminados por todo el Imperio es que cargó Constantino para obligarlos a observar el primer día de la semana, o “venerable día del sol” como él lo llama- ba. Quizás uno de los grupos de judíos creyentes en Cristo más conocidos actualmente debido a que son mencionados varias veces por algunos Padres de la Iglesia, sean los Nazarenos, de los cuales por cierto, nada bueno es dicho sino que se les presenta llenos de oprobios y desprestigiados por obedecer la ley de Dios a lo cual los Obispos ardientemente se oponían. El registro acerca de la secta de los Nazarenos es trazado a partir de la iglesia apostólica, mismos que aún en el siglo IV D. de C., continúan siendo mencionados por los Obispos de la Iglesia.
De esta manera fue como por medio de presiones imperia- les, de amenazas que limitaban su libertad y hasta de muerte, fue que “los otros de la simiente de la mujer” fueron flagelados.
Posiblemente el diablo haya conseguido un gran triunfo al haberse ensañado en las iglesias judeo-cristianas hasta el grado de ocasionarles mucho sufrimiento y muerte, aunque eso de ninguna manera significó aniquilamiento de la fe apos- tólica que se basaba en la observancia de los mandamientos de Dios y en la fe de Cristo, puesto que la historia humana da cuenta de grupos de guardadores del sábado a través de los siglos hasta el presente, (De estos se hablará en otro estu- dio).
Con todo, Israel continúa vivo, esperando el momento en el cual sea derramado sobre ellos el espíritu de gracia que por los profetas está anunciado que les vendrá. Entretanto, el diablo continúa decidido a hacerle guerra material y espiri- tual.
De esta manera queda expuesta, en parte, la profecía na- rrada en el capítulo doce de Apocalipsis. Por supuesto que tanto la mujer en el desierto, como los otros de la simiente de ella han sido mencionados sólo brevemente, después de todo, aunque el material disponible es abundante, el propósito aquí es presentar breves aspectos. FIN.