וַיֹּאמֶר אֱלֹהִים אֶל־מֹשֶׁה אֶהְיֶה אֲשֶׁר אֶהְיֶה
(«vayomer elohim el-moshé ejeyé asher ejeyé»)
«Dijo Dios a Moisés: Yo soy el que soy»
He de confesar que hablar de Aquél que con su poder ha creado todo, es un asunto que me maravilla sobremanera, porque si en la finitud de la mente humana hay ilimitada información a la cual posee acceso, desperdiciar la oportunidad de echarle mano es un error que no pienso cometer.
Tan profunda como es esta declaración, ningún humano es capaz de explicar con pocas palabras su significado exacto, porque así como el que se identifica con ese nombre es insondable, así su nombre, ambos sobrepasan los límites del espíritu humano, de tal manera que, aun cuando el razonamiento evoque aquello que podría encajar, aunque fuera parcialmente en un significado razonable, la insatisfacción siempre permanece porque la conciencia avisa que después de haber procurado una explicación lo más aproximada posible, siempre el significado va más allá, extendiéndose como se extiende la mente del Creador.
Cortamente, admitiendo la imposibilidad de la certeza humana, puede decirse que «yo soy el que soy» significa la suma de todo lo que el Creador es. Cuya explicación, siendo concluyente, en realidad nada explica, por el contrario, significa imposibilidad de ir más allá.
El comentario al respecto, de la versión electrónica de la Reina-Valera 1995 testifica esto al exponer:
«Yo soy el que soy: Esta frase explica el nombre personal del Dios de Israel, traducido en esta versión como Jehová (véase 3.15 n.), asociándolo al verbo hebreo hayah , que significa «ser», «existir» y, a veces, también «acontecer». Según algunos intérpretes, el mismo verbo, al ser repetido, refuerza su significado y adquiere mayor intensidad, de manera que Yo soy el que soy equivale a Yo soy el que existe realmente y por sí mismo, no como los falsos dioses que no son ni pueden nada. Otros señalan que la frase puede traducirse también por Yo soy lo que soy y, por lo tanto, se trata de una respuesta evasiva: Yo no doy a conocer mi nombre, porque ninguna palabra sería capaz de expresar lo que yo soy (cf. Gn 32.29; Jue 13.18). Otros, finalmente, hacen notar que el verbo hebreo hayah no designa una mera existencia sino una presencia viva y activa, y que, por lo tanto, la frase significa Yo soy el que estaré siempre con vosotros para salvaros.»
Tan interesante e informativa como lo es, esta explicación es clara demostración de lo difícil que es describir la gloria divina, observándose claramente que este comentario proporciona tres diferentes puntos de vista.
Imposible a la mente humana es discernir cómo el Santísimo existe sin tener principio, para la mente natural esto es intolerable e inadmisible, pero para otros esto es lo maravilloso, lo que satisface su razonamiento.
El que es, es, eso es suficiente para sentir fuerte respaldo y seguridad en su poder, en su nombre, en sus manifestaciones en el pasado, presente y futuro.
Todo cuanto la mente humana pueda evocar respecto al Padre es insuficiente ante la inmensidad de lo incomprensible. Por ejemplo, Él no está sujeto al pasado, al presente ni al futuro, porque para que esos estados existan necesariamente tuvieron un originador el cual es el Altísimo Dios, él es el creador del tiempo, por consiguiente, él es antes del tiempo.
Él creó las formas, mismas que son infinitas en número, pero los humanos apenas conocemos las geométricas, y de las que no son geométricas, apenas discursamos valiéndonos de otras ramas de la ciencia, tratando de explicar aquello que nuestro espíritu percibe como posiblemente existente después de la geometría.
Y aunque el día llegare cuando se pudiera demostrar la existencia de elementos no geométricos, siempre estaremos limitados a alguna cantidad, porque lo ilimitado sólo pertenece a Dios.
¿Cuál es la figura de los árboles, del agua, del fuego, del aire, del calor, de las nubes, del alma, del espíritu, del espacio, del universo, de los pensamientos, etc? Porque ciertamente los árboles no poseen múltiples formas, ni tampoco poseen «figura de árbol», ni el aire es amorfo como tampoco el fuego o el espacio o el universo. Y ciertamente puede parecer incongruente con el razonamiento actual imaginar que los pensamientos o el universo posean forma, mas aunque se afirme o se piense que no se puede comprobar forma alguna, de ninguna manera significa que el Altísimo los haya dejado sin forma. Porque lo amorfo sólo es amorfo para el razonamiento humano, mas no para Dios, lo que sucede es que el humano identifica como amorfo aquellos cuerpos o fenómenos que no puede describir o explicar porque no existen ideas completas, o palabras, en ningún vocabulario, capaces de ayudar. Apenas la ciencia moderna imagina un universo curvo, y un universo que se expande y contrae, lo cual, quizás sin pensarlo, le están atribuyendo una forma. Compruébase, pues, que los límites del espíritu humano son tales que no alcanza a percibir más allá de lo que sus sentidos le proporcionan, y quienes han propuesto nuevas ideas al respecto, se basan en la percepción extrasensorial).
Admirable como pueda parecer a los humanos es la existencia de Dios. Él no tiene principio sencillamente porque él es; y de él mismo origina el principio, luego puede decirse correctamente que el principio de lo todo se origina en ser de Aquél que no posee principio. Maravillosamente, antes de crear el principio hizo existir a su Hijo, por lo cual puede decirse que el Hijo es sin principio aunque no en el mismo sentido absoluto de su Padre que lo hizo existir, de otra manera el Padre no sería su Padre ni él sería Hijo. Esto significa que existen dos principios, el que atañe al Hijo existido por el Padre, y el principio que atañe a todo lo demás. Por esto es que al hablar acerca de si el Hijo posee principio se debe aclarar a qué principio se está haciendo referencia.
Así entonces, no existe una declaración similar a aquella que escuchó Moisés: «yo soy el que soy», porque ésta es exclusiva del Padre Eterno. Es la totalidad del Padre. Y a la verdad, en su sabiduría le fue fácil encerrar en tres palabras (ejeyé asher ejeyé= yo soy el que soy) lo que él es, aunque eso que es fácil para Dios sea para el humano una declaración que nunca podrá entender y explicar en su significado completo.
Inalcanzable al espíritu humano es aquello que no le existe. ¿Cómo se puede pensar acerca de algo que en la mente no existe? Como he dicho en otras ocasiones, aquello que no nos existe es ilimitado en comparación con aquello finito que nos existe. Porque para el humano, la nada es el cero absoluto de lo inexistente, pero para el Creador no lo es. Para él nada es la materia prima que creó, y después usó, para crear cuanto es, incluyendo lo que no nos existe. Más allá de eso no sé, hasta la nada es hasta donde puedo llegar.
Esto lo menciona Pablo en 1 Corintios 2:9 al decir:
«Antes bien, como está escrito: «Cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman».
Tres cosas hay aquí: Aquello que todavía nadie ha visto pero que se sabe que existe por la información que la Palabra proporciona. Aquello que todavía nadie ha oído pero que se sabe será oído. Aquello que existe pero ni siquiera se sabe que existe porque la Palabra no lo menciona.
Porque muchas cosas existen pero nunca humano alguno ha visto. Asimismo, muchas cosas existen pero nunca las hemos oído. Y, muchas cosas hay que no vienen a la mente humana que serán conocidas cuando venga la eternidad. Hasta entonces esas cosas que no nos existen nos van a existir.
Dios es; delante de él está todo, ni siquiera la nada es antes que él, ni detrás de él. Él le dio existencia a la nada y a todo lo demás. De esta manera, el «yo soy» a los humanos sólo nos significa que de él emana todo.
Seguramente ese asunto de la no existencia y existencia de la nada produzca perplejidad debido a lo finito de la mente humana, con todo, al asomarnos a este campo con facilidad se entiende que todo existe porque posee un creador, eso incluye la nada, la cual, en nuestro entendimiento significa ausencia total de lo que es.
La mente humana se enreda innecesariamente al intentar razonar al Padre, porque queriendo explicar lo que le es inexplicable, necesariamente tiene que recurrir a ideas, vocabulario y significados que se le han dado sólo para alternar con otros humanos; más allá de eso no puede pasar. «Origen» es la única palabra que posee, porque el Altísimo no le dio otra con la cual explicar el no origen, de allí que le resulta inaceptable que el Creador pueda existir sin origen.
De los opuestos que son lo mismo
¿Existe algo que, poseyendo características únicas, no iguales a otros cuerpos o fenómenos, a la vez pueda ser igual a otro cuerpo? Ciertamente que no, porque los humanos estamos sabidos que los opuestos entre sí son diferentes, de otra manera no serían opuestos. Sin embargo, es enteramente cierto que para crear lo finito y lo infinito el Creador usó el mismo material: La nada. Sólo hasta llegar a ese punto es que ambos fenómenos vienen a converger en un punto común, y entonces se entiende que en el poder de Dios lo finito y lo infinito son lo mismo, nada hay en ellos excluido de su atención.
La expansión
Los humanos no pueden medir los cielos pues no han sido dotados por Dios de esa capacidad. Y es que a la verdad estos no tienen límite para el humano porque Dios los extiende según su mente, o sea, más allá de la capacidad humana de razonar. Salmos 104:2 dice:
«El que se cubre de luz como de vestidura, que extiende los cielos como una cortina»
Lo único que puedo decir es que en la mente divina el espacio no es inmensurable, y todas las galaxias, aunque nos son ilimitadas en número, Dios sabe cuántas creó y a qué distancia colocó unas de otras.
Si de lo finito se trata, el humano nunca alcanzará a mirar más allá de aquello que le está permitido mirar. Por cierto que, parte de eso que le está permitido mirar no lo mira porque aún no ha fabricado el equipo que le ayude. Otras nunca las va a mirar.
El sabio Salomón dijo:
«Así como tú no sabes cuál es el camino del viento ni cómo crecen los huesos en el vientre de la mujer encinta, así también ignoras la obra de Dios, el cual hace todas las cosas». Eclesiastés 11:5
Para Salomón era un misterio impenetrable el crecimiento de los huesos en el vientre materno. Adviértase que él no está mencionando sólo el crecimiento de los huesos que ya están formados, sino que su referencia va más allá de ese proceso, sobrepasando la unión química de la mujer y del hombre, hasta tocar el punto antes que el proceso se inicie. Porque la ciencia, habiendo descubierto el proceso de crecimiento que se lleva a cabo por la fusión de dos elementos (masculino y femenino) no podría declararlo si el Creador no hubiera determinado que esa fusión produjera esos resultados. O sea, el hombre conoce lo que conoce y sabe cómo ocurre sencillamente porque de antemano Dios ha diseñado las cosas para que sucedan como suceden; pero no sabe por qué Dios determinó que sucedieran de esa manera.
A esa etapa misteriosa es a la que se refiere al mencionar «cómo crecen los huesos en el vientre de la mujer encinta», porque eso no es conocido por nadie, ni lo será, de donde se infiere que ningún microscopio, por poderoso que pueda ser, podrá tener capacidad de mirar más allá de los componentes que entran en juego para producir los huesos. Nunca podrá conocer la nada, que es la materia prima que Dios usó para hacer que esos resultados se dieran.
¿Increíble? No. ¿Simples ideas? Tampoco. Más bien es la verdad. Porque la nada es la materia que Dios usa para crear. Tómese en cuenta que eso que los humanos identifican como nada es la misma nada que Dios usa para crear. Porque mientras para el humano la nada significa inexistencia, para el Creador la nada es existencia, y la usa para crear.
De esa manera, lo infinito no sólo atañe a lo macro sino también a lo micro, porque ambos han sido creados por Dios tomando la misma materia, es decir, la nada.
Diferentes aspectos involucrados
No existe una palabra exacta con la cual definir la gloria del Altísimo. No existe porque la Sagrada Escritura la menciona gran número de veces en tópicos diferentes imposibilitando poder circunscribirla a algo específico. Por esta razón, algunas explicaciones que puedan darse sólo presentan comentarios no conclusivos. Algunos ejemplos Escriturales donde se menciona la palabra gloria, son:
Éxodo 16:7. «Y por la mañana veréis la gloria de Jehová, porque él ha oído vuestras murmuraciones contra Jehová; pues ¿qué somos nosotros para que murmuréis contra nosotros?».
Este texto se refiere a la ocasión cuando el pueblo, caminando por el desierto, pidió carne para comer, a cuya petición Dios accedió. Así, gloria, en este contexto, se refiere a la tolerancia complaciente divina y a la manifestación de su poder al regalarles lo que pidieron.
Éxodo 16:10 «Mientras Aarón hablaba a toda la congregación de los hijos de Israel, ellos miraron hacia el desierto, y vieron que la gloria de Jehová aparecía en la nube».
Aunque no está claro entender qué fue lo que el pueblo miró, podría pensarse que ellos miraron el terrible resplandor que emana de Dios.
Éxodo 33:18-19 «Entonces dijo Moisés: —Te ruego que me muestres tu gloria. Jehová le respondió: — Yo haré pasar toda mi bondad delante de tu rostro y pronunciaré el nombre de Jehová delante de ti, pues tengo misericordia del que quiero tener misericordia, y soy clemente con quien quiero ser clemente».
La petición fue ver al Altísimo en su estado natural, a lo cual accedió debido a la satisfacción que le proporcionaba la obediencia de Moisés. De esa manera, aquel hombre escogido pudo contemplar directamente al Altísimo que pasó a la par de él con toda su grandeza.
En este contexto puede verse que gloria es una palabra en la cual están incluidas la terrible fuerza de su presencia, la de la iluminación de su cuerpo, la terrible potencia de su voz, la indescriptible fuerza de su misericordia.
Isaías 6:3 «Y el uno al otro daba voces diciendo: «¡Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos ¡Toda la tierra está llena de su gloria!»
Las palabras de los querubines son tan ciertísimas que incluso todos los humanos, usando la sensibilidad de la cual han sido dotados, pueden testificarlo. Porque la gloria de Dios les es manifestada al proporcionarles protección, felicidad, alimentos. Dios no ha abandonado al humano a la ventura. Si las cosas no van bien en la vida de cada uno no se debe a desatención divina sino a la obstinación humana de caminar sin poner atención al consejo divino ni a su deseo de ayudar. Así pues, por gloria se entiende su cuidado, su favor, su misericordia y su deseo de compartir su felicidad.
Romanos 1:23 «Y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por imágenes de hombres corruptibles, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles».
El humano fue hecho a imagen y semejanza divina, y aunque hemos perdido momentáneamente la virtud de la pureza, continuamos teniendo su imagen. Lamentablemente, la humanidad no ha correspondido a su Creador correctamente, en lugar de eso lo está confrontando por medio de la desobediencia y de la fabricación de imágenes ante las cuales se postra y adora en lugar de postrarse y adorarlo a él. De esta manera, gloria, en este texto, significa forma corporal.
Por otro lado, quizás lo más intrincado de explicar respecto a qué es gloria, se manifieste en la experiencia personal de los hijos de Dios. Porque existen momentos cuando por medio de la oración la persona experimenta una sensación difícil de explicar porque la gloria divina se le ha aproximado. En esos momentos el tiempo como que se detiene, una sensación extraña de felicidad se apodera del corazón, la persona derrama sus lágrimas no por dolor alguno sino por una felicidad que es única en su género, única porque es diferente a la sensación de felicidad nacida de buenas noticias sino de una porque en ese momento se ha entrado en contacto con la gloria de Dios.
Para el pueblo de Israel, para la Religión Cristiana y para el Islamismo (colocados en ese orden por el tiempo en que comenzaron a existir), Dios es el todo, el indiscutible creador, el causa ser u originador de lo que existe.
Sin embargo, al comparar los dogmas de cada una puede verse que la Religión Cristiana cree en la existencia del Hijo de Dios como salvador de la humanidad, con el consabido que a partir del siglo IV decretó que el Hijo no fue causado por el Padre sino que siempre ha sido en él. Inconcebible dificultad y filosofía irreconciliable vino a ser esta, y se le debe a Tomás de Aquino, quien para validar sus ideas no bíblicas pero sí filosóficas, se valió de la filosofía (puesto que era filósofo), para sellar la idea de que aunque el Hijo es Hijo, y el Padre es Padre, y que el Hijo se declara a sí mismo como el principio de la creación de Dios (Revelaciones 3:14), y como alfa y omega, y el principio y el fin (Revelaciones 1:11, 21:6, 22:13) él lo declaró sin principio en el mismo sentido del Padre. Enorme dificultad construyó Tomás contra el Cristianismo porque no tomó la Santa Escritura como base sino sus propias ideas. Si hubiera tomado la Santa Escritura seguramente se habría ahorrado unos quince años, los cuales (según se dice) fueron los que invirtió en formular su tratado sobre la Trinidad. En ese tratado está sellado definitivamente el dogma de la Santísima Trinidad.
Que el Padre es Padre, y el Hijo es Hijo, es un significado que el espíritu humano entiende, y que ninguno de los apóstoles de la iglesia del siglo I intentó modificar con significados extraños como ese que siendo Hijo no haya sido originado por el Padre sino que siempre ha sido Hijo. Para los apóstoles Hijo y Padre significó una relación de dependencia de uno que se identifica a sí mismo como menor que el Padre. Siendo ambos Padre e Hijo, claramente y sin lugar a dudas les significó que el Padre es mayor que el Hijo. Por algo es que está escrito:
«Habéis oído que yo os he dicho: «Voy, y vuelvo a vosotros». Si me amarais, os habríais regocijado, porque he dicho que voy al Padre, porque el Padre mayor es que yo». Juan 14:28.
Si el mismo Señor ha declarado que él es menor o inferior a su Padre, entonces es inaudito que los humanos declaren, que él no es menor que el Padre sino igual a él en todo sentido.
La historia muestra que fue a partir del siglo IV D. de C., que la Religión Cristiana estableció por decreto conciliar que el Hijo es igual al Padre en todo, y que el Hijo es sin principio al igual que el Padre. Ese decreto nació como contradicción a la enseñanza de la Iglesia de Oriente, que apegada a la enseñanza de los primeros tres siglos, creía en la subordinación del Hijo.
Aunque la Iglesia de Occidente, liderada por Atanasio, acusó a Arrio, y lo excomulgó por atribuirle sostener que el Hijo no fue siempre Hijo sino que lo fue hasta que el Padre lo existe, la verdad siempre mostrará que Arrio sólo fue uno de la Iglesia Oriental en sostener ese punto a la par de los otros líderes que por varios años mantuvieron su punto de vista hasta que la presión de Occidente los hizo retroceder.
Como quiera que sea, es claro que los escritos patrísticos de los siglos II y III no establecen esa igualdad, sino que dan por cierto que el Padre es mayor que el Hijo. Ellos entendían que Hebreos 1:3: «Él, que es el resplandor de su gloria, la imagen misma de su sustancia y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.» se refiere al Hijo como «la imagen misma de su sustancia», «υποστασεω=ypostaseo=sustancia», lo cual claramente significa dos personas de la misma sustancia, mas no significa que los dos sean uno solo como los argumentos extrabíblicos lo declaran.
Dios existió a su hijo de su misma esencia tal como el escritor de Hebreos lo sugiere en esta declaración, por eso es que son dos. De no ser dos no habría dicho tal cosa.
El Padre y su Hijo con el mismo nombre
Y aun cuando el Hijo, que es declarado Dios en las Escrituras y estuvo en la Tierra como humano sólo minimizó su terrible gloria (Filipenses 2:7) sin abandonarla, y de esa manera es identificado por la Palabra como «Dios con nosotros» (עִמָּבוּאֵל=imanu-el), y por el profeta Isaías 9:6 como «Dios fuerte», y «Padre eterno», él mismo, en esa calidad, se encarga de declarar que su Padre es mayor. Ante su Padre se postra, es a quien adora, suplica y ante quien sirve como intercesor por la humanidad.
Las Escrituras Hebreas claramente exponen que el Hijo es identificado con el mismo nombre que el Padre, de esa manera ambos son llamados (יְהוָה)YHVH. De acuerdo a Isaías 53:6 ese es el nombre del Padre:
«Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino: mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros».
Este capítulo 53 es una profecía tocante al Salvador del mundo que vino a cargar el pecado de la humanidad; y si bien en este verso 6, en Español, aparece el nombre Jehová, en las Escrituras Hebreas el nombre es YHVH.
El nombre vuelve a ser mencionado en Isaías 53:10.
«Con todo eso Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando hubiere puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada».
Sin ninguna dificultad puede advertirse que ambos versículos se refieren a la decisión del Padre de cargar sobre su Hijo el pecado de la humanidad.
En los siguientes pasajes se ve que Hijo también es llamado YHVH:
«Porque un niño nos ha nacido, hijo nos ha sido dado, y el principado sobre su hombro. Se llamará su nombre «Admirable consejero», «Dios fuerte», «Padre eterno», «Príncipe de paz». Isaías 9:6.
Es claro y aceptado universalmente que este texto señala al Hijo de Dios, al cual el texto hebreo menciona como «Dios fuerte», o sea, «יְהוָה צְבָאוֹת=YHVH Tzebaot». Otro texto donde el Hijo es identificado como YHVH es Números 21:6:
«Entonces Jehová envió contra el pueblo unas serpientes venenosas que mordían al pueblo, y así murió mucha gente de Israel».
Si este texto se toma aisladamente, se podría concluir que este Jehová es el Padre que envió serpientes venenosas a morder al pueblo, porque generalmente se piensa que él es el mencionado en el Antiguo Pacto; sin embargo, al escuchar al apóstol Pablo el panorama viene a ser diferente, y viene a entenderse que Números 21:6 no se refiere al Padre sino el Hijo. Oigamos a Pablo:
«Ni tentemos al Señor, como también algunos de ellos lo tentaron, y perecieron por las serpientes». (1 Corintios 10:9).
Aunque algunas versiones de la Biblia en Español dicen «ni tentemos al Señor», el texto griego es más específico al decir «ni tentemos a Cristo» (τον χριστον=a Cristo)». De esta manera queda demostrado por algunos versículos, que tanto el Padre como su Hijo son identificados con el mismo nombre. Por consiguiente, cuando el Nombre es registrado en algunos pasajes de las Escrituras Hebreas, es verdaderamente imposible saber de quién se trata.
La gloria divina no debe ser estropeada
Por fin el tiempo había llegado; aquella decisión divina tomada hace unos mil quinientos años de anticipación, de hacer del pueblo israelita el único digno de su preferencia, tenía que ser modificada; a partir de la venida del Hijo a la Tierra a cumplir con lo ordenado por su Padre, la categoría exclusiva poseída por ellos nunca más volvería a predominar. No que Dios hubiera decidido abandonar la promesa hecha a los patriarcas, sino que el momento había llegado en que el pueblo de Israel debía compartir sus beneficios con el resto de la humanidad.
Con la venida de Cristo, la preferencia exclusiva debía dar paso a un plan más amplio dentro del cual la humanidad iba a ser incluida dentro de las bendiciones y de las promesas de vida eterna. Dios había dejado de ser exclusivo para Israel. Su atención no volvería más a estar limitada a ellos porque la humanidad entera es creación de sus manos.
El espíritu humano nunca más volvería a gemir a falta de apoyo, de consuelo y de esperanza, porque con Jesucristo a su favor quedó restablecida aquella comunión perdida en Edén.
Pero la desbordante alegría humana debe ser encausada adecuadamente para alcanzar los mejores beneficios. Porque esa alegría, desbordada, está estropeando peligrosamente la delicada atención divina a su favor, y la está manchando al no saber cómo y cuándo mencionar a Dios. Porque frases populares como «ay Dios», «por Dios», «primero Dios», «te lo juro por Dios», y similares, mencionadas en conversaciones de tipo informal, ubican el excelso nombre en desestima, no dándole el real valor que el Divino Padre le ha otorgado.
La expresa recomendación divina a Israel fue:
«No profanéis mi santo nombre, para que yo sea santificado en medio de los hijos de Israel. Yo soy Jehová, que os santifico». Levítico 22:32.
Y así como a ellos así también a la humanidad en general, porque la invocación y santificación de la presencia divina no sólo incumbe a los Israelitas sino a todos los humanos que deben aprender a honrar a Dios como él lo demanda, lo cual incluye profundo respeto.
En la Ley, Dios prohíbe profanar su nombre, cuya orden claramente da a entender que no sólo se refiere al nombre sino a la total naturaleza divina, porque el nombre involucra la dignidad y la gloria; de no ser así, entonces el precepto no tendría sentido.
Por ende, profanar significa tratar algo sagrado sin el debido respeto o con usos irreverentes. Profanar es lo que se hace siempre que Dios es mencionado en tertulias, en juegos, en conversaciones de índole general en canciones, películas, etc.
Entretanto que la Santa escritura prohíbe tomar el nombre de Dios para cualquier uso u ocasión, el Cristianismo en no pocas ocasiones sobrepasa ese límite.
Porque el nombre de Dios es santo no sólo porque está declarado en la ley, sino por la propia naturaleza de su dueño, de donde se infiere que aun cuando se piense que los Cristianos están desobligados de obedecer la ley, la santidad de Dios siempre permanece, y debe ser respetada guardándole todas las consideraciones necesarias.
Por lo que puede mirarse dentro de las Escrituras, tanto Dios como la mención, o referencias a él, están circunscritos a diálogos formales, casos legales, a tratados formales, y adoración. El pueblo de Dios ganado por Cristo está basado en los mismos principios.
En la oración
La profanación a la divina gloria de Dios puede suceder ya sea por el tipo de oraciones que se le eleven o por el estado de ánimo personal.
Porque seguramente orar a Dios requiere de un momento separado de todo cuanto la mente humana pueda tener presente al tiempo en que se intenta buscar la presencia divina. La oración es uno de los momentos más excelsos en la vida personal de los redimidos para lo cual alma y espíritu deben estar debidamente preparados.
La oración es en sí el canal de comunicación proporcionado por el Altísimo a los humanos, y se le debe otorgar el significado elevado que los grandes siervos del pasado (David, Daniel, Jesucristo, Pablo, etc) le otorgaron.
Elementos que impiden la comunicación con Dios
Hay muchos elementos extraños que invalidan la comunicación con Dios y vuelven infructuoso el deseo de establecer el contacto deseado. Así, ¿Qué puede esperarse de una oración cuando la persona es perturbada por la canción que está inundando la atmósfera? O, ¿Cómo puede la oración correr libremente hacia Dios cuando la película está impidiendo la concentración? O, ¿Qué momento especial puede ser ese cuando la oración es perturbada por la tertulia y las risas de otros que están cercanos a la persona que ora? Grande esfuerzo mental se requiere para evitar que esos elementos penetren el oído. Porque si roban la concentración aun por décimas de segundo, entonces la comunión queda rota y difícilmente la concentración puede ser real.
Por esto es que Jesucristo ha dicho en Mateo 6:6
«Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público».
Si bien el apóstol Pablo (1 Timoteo 2:8) recomienda orar en todo lugar, debe entenderse que tales lugares han de estar libres de perturbación o contaminación espiritual, porque el Altísimo es altamente delicado y jamás su gloria puede estar presente donde hay elementos que perturban a la persona impidiéndole gozar de la divina presencia.
Pero no sólo el lugar para orar debe ser adecuado sino también los pensamientos y sentimientos. Porque orar por obligación o por compromiso es perder el tiempo porque Dios no está presente. Asimismo, orar sin sentir el verdadero sentimiento de respeto a la gloria divina a nada conduce.
Orar sólo por cumplir requisitos, por exhibición, o para impresionar, no califican para ser recibidas por el altísimo sencillamente porque el alma está vacía del sentimiento de profunda adoración, que es necesaria para dignificar al Santísimo.
El estado de contrición y humildad al orar debe corresponder siempre con la delicadeza divina, de lo contrario, seguramente los resultados esperados nunca se harán presentes. Por algo está escrito:
«Pero yo miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu y que tiembla a mi palabra». Isaías 66:2.
Dios es Dios, y nunca hace tratos con nadie ni se compromete a responder en la medida en que el humano supone que él pueda hacerlo. Imaginar que él está obligadamente disponible a escuchar cualquier oración es desatinado, porque ese tipo de pensamientos inmediatamente sugieren como innecesario un estado de inmersión total del alma en la consagración.
La oración demanda consagración y humildad profundas, después de lo cual se debe esperar si la misericordia accede a aceptar la comunicación.
Seguramente estos requerimientos sean poco conocidos, pero es necesario saber que aquellas posturas ufanas, y llenas de autoconfianza y marcada petulancia que a menudo pueden mirarse en servicios religiosos, no conducen a alcanzar verdaderos resultados.
Aquellas oraciones sensacionalistas hechas en público, en las cuales se pretende mostrar que Dios es un siervo manipulado por las palabras de quien ora, no poseen un lugar dentro de la gracia divina sino sólo dentro del conglomerado presente al momento en que el individuo ora.
El rey David fue un hombre que caminó de acuerdo a la voluntad divina. Siempre obediente a la ley, siempre entregado al servicio divino.
Nada ni nadie podía anular el gozo de su alabanza, con todo, David cometió un error que le costó incalculables consecuencias cuando estando lleno de confianza en sus excelentes relaciones con Dios, sobrepasó los límites de tolerancia divina. Su arrogancia había llegado a límites críticos y estaba poniendo en peligro su calidad de devoción, ante lo cual el Altísimo acudió en su ayuda.
¿Cómo fue ayudado por Dios?, permitiendo que el pecado lo frenara y lo hiciera recapacitar. A partir de haber pecado, David no volvió a ser el rey engreído, sino uno que se mantuvo con constante temor reverente.
Esa altivez está manifestada en el juicio hecho al hombre rico que arrebató la cordera del pobre, pues ante semejante caso su ira se encendió y pronunció sentencia (2 Samuel 12:5-7). Lo duro del caso es que esa sentencia era contra él mismo. A partir de allí, esa arrogancia quedó disipada y la altivez nunca más volvió a estar presente en David.
David es un claro ejemplo que muestra que la autoconfianza nunca es buena. Dios no acepta semejante posición; quien se le acerca debe estar libre de engreimiento. Posiciones como: «Yo sé que Dios siempre me oye» o, «No se preocupe, yo voy a pedirle a Dios para que le ayude», o «Tengamos fe, ya verá usted que Dios va a responder»; son errores de cálculo que deben ser evitados, porque eso suena a autoconfianza. Algunas veces a esto se le llama fe, más un examen consciente descubre que sólo es autoconfianza. Así, esperar en la misericordia divina que decida qué hacer cuando se le clame, en vez de esperar resultados según sea la oración, seguramente es lo correcto, lo que debe hacerse.
Cuando se aborda el asunto del nombre de Dios, se incluyen dos cosas diferentes, es decir, la escritura y la pronunciación. Siendo dos cosas diferentes no debe haber confusión, porque la una es enteramente diferente de la otra. Saber cómo se escribe de ninguna manera significa saber cómo se pronuncia. Con respecto a la pronunciación correcta, la primera persona a quien se le escucha es Eva, de ella está escrito:
«Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: «Por voluntad de Jehová he adquirido un varón». Génesis 4:1
En el texto hebreo diría algo así como: «Por voluntad de YHVH he adquirido varón».
Esto lleva a pensar que la primera pareja no sólo conocía a su Creador sino también su nombre personal. Así, fue a partir de ellos que la pronunciación fue conocida por todos sus descendientes hasta que vino el tiempo cuando la voluntad divina permitió que los israelitas ocultaran la pronunciación a fin de evitar exponerlo a profanación.
Dios puso en el espíritu del humano el conocimiento de cómo equiparar sonidos con símbolos escritos, de manera que lo hablado correspondiera con lo escrito. Pero saber cuándo fue la primera vez que el humano lo escribió siempre será desconocido. Notoriamente, al primero que se le mira escribiéndolo es a su mismo dueño cuando dio los Diez Mandamientos en el monte Sinaí, «yo soy YHVH tu Dios» (אָבֹכִי יְהוָה אֱלֹהֶיךָ = anojí YHVH elojeja), su escritura fue haciéndose más frecuente a medida en que los escritos de los profetas iban apareciendo.
Algunos estudiantes de las Escrituras Hebreas dicen que el nombre divino está registrado unas 6800 veces, lo cual claramente dice que Israel tenía clara identificación de cómo se escribía. E indudablemente, conocían su pronunciación. Estaban totalmente familiarizados con ambas cosas.
לֹא תִשָּׂא אֶת־שֵׁם־יְהוָה אֱלֹהֶיךָ לַֹשָּוְא
Lo tisá et shem YHVH eloheja lashav
No tomarás el nombre de Jehová, tu Dios, en vano.
(En la lectura del texto sagrado, hecha por judíos, el tetragrámaton es pronunciado Adonai, es decir, Señor. Ninguno de ellos pronuncia nunca el Nombre).
Aunque ciertamente el uso frecuente del nombre estaba permitido por Dios dentro del pueblo israelita, existen algunas consideraciones de mucha importancia, dadas como leyes prohibitivas sobre todo en el contexto del tercer mandamiento del Decálogo. Éxodo 20:7 prohíbe tomar el nombre divino en vano.
Esto significa que indiscutiblemente debe cumplirse cualquier promesa que se le hiciera, lo cual está testificado por las palabras de Salomón al decir:
«No te des prisa a abrir tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios, porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra. Sean, por tanto, pocas tus palabras. Porque de las muchas ocupaciones vienen los sueños, y de la multitud de palabras la voz del necio. Cuando a Dios hagas promesa, no tardes en cumplirla, porque él no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes. Mejor es no prometer que prometer y no cumplir. No dejes que tu boca te haga pecar, ni delante del ángel digas que fue por ignorancia. ¿Por qué hacer que Dios se enoje a causa de tus palabras y destruya la obra de tus manos?» Eclesiastés 5:2-6.
El tercer mandamiento prohíbe deshonrar el nombre tanto en lo escrito como en lo hablado. Así, un documento legal, para cuya fehaciencia de legitimidad lo involucraba, debía ser honrado como compromiso indiscutible de una persona a otra.
De similar importancia eran los convenios hablados donde el nombre era pronunciado como apoyo legítimo de algún compromiso, no importaba si al momento de realizar el convenio habían testigos o no, el más fehaciente testigo había sido invocado, a partir de eso, faltar al compromiso era quedar sujeto a ser confrontado por Dios.
Así, la mención del nombre en cualquiera de sus dos usos significaba genuinidad de lo dicho. Faltar al compromiso contraído colocaba a la persona como transgresora del mandamiento porque había tomado el nombre de Dios en vano, lo había deshonrado, y quedaba sujeto a castigo por ser culpable de haber ofendido a Dios.
Jesucristo sublimizó el nombre de su padre mandando a los suyos abstenerse de jurar no sólo anteponiéndolo sino que involucró toda la Creación porque siendo ésta un producto de las manos divinas el mismo Creador está involucrado. Él dice:
«Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: «No jurarás en falso, sino cumplirás al Señor tus juramentos». Pero yo os digo: No juréis de ninguna manera: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello». Mateo 5:33-36
Abstenerse de jurar es la mejor alternativa para evitar consecuencias negativas imprevistas que de otra manera obligan a la persona a cumplir aún cuando las circunstancias negativas se antepongan.
No existen bases de apoyo para sostener que la iglesia del primer siglo haya conocido la pronunciación del nombre de Dios. Tampoco las existen para afirmar que lo escribieron. Siendo ambos tópicos una verdad basada en elementos fehacientes como es la ausencia total de rastro alguno por el cual ver que los apóstoles hayan tomado tiempo para abordar ese tópico, no hay eruditos bíblicos serios que se afanen por demostrar lo contrario. Y no los hay porque esas fuentes históricas (fragmentos del Nuevo Testamento) disponibles actualmente, siendo varios miles, no proporcionan ningún apoyo para demostrar que la iglesia del primer siglo haya estado familiarizada con la pronunciación del nombre de Dios. Se exceptúan en este caso algunas pequeñas piezas de fragmentos neotestamentarios que contienen el Tetragrámaton que, viniendo de fuentes desconocidas (posiblemente gnósticas), no prueba que sean copias fieles de los manuscritos inspirados divinamente, porque la enorme cantidad de fragmentos no lo contienen.
El reclamo o afirmación de algunas sectas que presionan a sus asociados para que crean y propaguen la idea de que los escritores originales escribieron el nombre y lo pronunciaron es simple dogmatismo con fuerte tinte gnóstico.
La verdad sólo conduce a los buscadores a llegar a una muralla de donde no pueden pasar, porque la enorme mayoría de fragmentos actuales nunca tocan el asunto de la escritura y pronunciación del nombre sagrado.
De este tipo de escritores anónimos, que hicieron sus copias en Griego, es que han llegado hasta el presente esas pequeñas piezas fragmentarias (en muy escaso número como se acaba de decir) que colocaron las cuatro consonantes Hebreas (YHVH) de modo indiscriminado, es decir, donde ellos imaginaron conveniente colocarlo. Esto que se dice que escribieron el nombre de manera indiscriminada se dice en base a que en la Santa Escritura Hebrea no siempre aparece el nombre personal de Dios sino Elojim (Dios, o Dioses), Adonai (mi Señor), El-Elyon (Altísimo) El-Shadday (Todopoderoso), etc.
En el supuesto que los apóstoles hayan escrito el nombre de Dios, ¿Escribieron siempre el Tetragrámaton? ¿Puede alguien demostrar que sí? Ninguna de estas dos preguntas tiene respuesta certera sino solamente dogmática para defender creencias de determinada organización religiosa.
La carencia de bases va todavía más profunda cuando inciertamente se afirma que los escritores epistolares debieron, haber escrito el nombre en sus cartas. Eso de debieron muestra que la aseveración se basa en supuestos, de otra manera con verdadera fuerza dirían que en sus escritos los apóstoles escribieron el nombre.
Para los apóstoles lo importante era la divulgación de las buenas nuevas basadas en el sacrificio de Cristo, no enseñar al mundo gentil cómo se escribe el nombre de Dios, ni mucho menos enseñarles cómo pronunciar las cuatro consonantes hebreas que seguramente ni ellos tampoco conocían.
¿Tampoco ellos conocían? Sí, ni ellos tampoco conocían. Esto es así porque cuando la iglesia de Dios nació hacía varios siglos que la pronunciación había dejado de conocerse.
El ardid sectario hace bastante énfasis a la suposición de que Cristo debió haber pronunciado el nombre para que sus discípulos lo conocieran, con todo, otra vez se dice que esa es simple suposición que sólo es apoyada por argumentos sectarios. Las palabras de Cristo: «Les he dado a conocer tu nombre y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado esté en ellos y yo en ellos». Juan 17:26, no significan que él haya venido a enseñar cómo se pronuncia el Nombre, que es por cierto el modo en que algunas sectas las interpretan. Más bien, sus palabras significan que él vino a traer el mensaje que su Padre le encargó, que fue por cierto, la razón por la cual fue enviado.
«He dado a conocer tu nombre» también significa «he dado a conocer quién eres tú», «he dado a conocer cuál es tu propósito» «he dado a conocer qué deseas dar a la humanidad», etc.
Aunque pareciera que son cinco nombres diferentes, en realidad sólo son dos, y son usados popularmente dentro de la Religión Cristiana sin aceptar uniformemente que alguno de ellos sea el más aproximado.
El esfuerzo para encontrar un nombre adecuado con el cual identificar al Altísimo merece las debidas consideraciones, porque de otra manera sería enteramente difícil hacer referencias a él.
Con todo, se examinan aquí las razones por las cuales, aunque ambos nombres son aceptados para identificar al Altísimo, ninguno es mejor que otro, porque ambos son nombres compuestos no basados ni en la escritura ni en la pronunciación.
Así, la primera letra del nombre divino ( י ) es conocida como Yod (algo así como iod), en ningún momento es pronunciada como j sino como y.
La segunda letra ( ה ) es conocida como He (o hei) cuyo sonido viene siendo como de una j algunas veces tenue, aspirada, y en otras con algo de fuerza. Esta se diferencia de la Het, cuyo sonido es fuerte como la j.
La tercera letra ( ו ) es conocida como Vav, y su sonido es como la v. Nunca en Hebreo es pronunciada como w.
La cuarta letra ( ה ) es conocida como He (o hei), cuyo sonido se acaba de exponer. Uniendo las cuatro letras resulta una aproximación a YHVH. Nunca ocurre como JHVH o YHWH.
Aunque en nuestra lengua la diferencia entre la He (o sea una j tenue) y la Het (una j fuerte) pudiera parecer secundaria, quienes conocen la lengua Hebrea saben que esa diferencia es crítica para establecer palabras y sonidos diferentes.
Por otra parte, aunque la lengua Hebrea no usa vocales, los eruditos judíos conocidos como Masoretas, inventaron un aparato o conjunto de signos que, colocados debajo, o arriba, o adentro de las consonantes, producían sonidos como el de las vocales de nuestro alfabeto. Así, los signos que se usaron para pronunciar el nombre divino fueron: el «shevá», cuya figura es igual a nuestros dos puntos (:). Este fue colocado debajo de la yod ( י ). El sonיdo del shevá viene siendo como el de una e corta (considérese la palabra berit: pacto, la cual algunas veces se oye como si se pronunciara brit o berit. Considérese también el nombre Rebeca, cuya pronunciación viene siendo algo así como Ribeká).
Debajo de la siguiente letra, o sea, de la hei ( ה ) no se colocó ningún punto vocal, lo cual significa que existe un vacío, y al no existir vocal alguna es imposible saber cuál pudo haber sido el sonido que más pudo haberse acercado a la pronunciación.
Debajo de la vav ( ו ) fue colocado un qamec o kametz, cuyo signo tiene el sonido de nuestra a, y su figura viene siendo como el de una t mayúscula.
Debajo de la última letra, es decir, de la hei ( ה ) no se colocó vocal alguna, lo cual significa que tampoco se conoce qué sonido pudo haber sido usado.
En resumen, se puede notar fácilmente cuán difícil es pronunciar en Español o en cualquier otra lengua este nombre porque viene siendo algo así como yehváh. De donde se infiere que tanto Jehová o Jehováh, Yavé o Yahvéh o yahwéh, siendo sólo aproximaciones sirven como ayuda para referirse a la persona del Santísimo Creador, pero eso de ninguna manera significa haber alcanzado la verdadera pronunciación.
Una cosa se debe notar, y es que la vocalización masorética apareció unos setecientos años después de Cristo, en un tiempo cuando los judíos eran desestimados por el Cristianismo. Esto significa dos cosas: 1- La colocación de los signos vocales de ninguna manera significa que los judíos hayan descubierto la verdadera pronunciación del Nombre, incluso cuando leen el texto sagrado, y encuentran las cuatro consonantes, inmediatamente lo omiten y pronuncian adonai, o sea, señor. 2- Durante casi dos mil años de Cristianismo, los judíos han preservado su fe sin mezclarla con otras religiones, ni siquiera con la religión Cristiana, por el contrario, el rechazo celoso de ellos hacia cualquier conglomerado religioso es notorio. Esto claramente dice que la invención de los nombres Jehová o Yavé, si proviene de ellos, de ninguna manera tuvo la intención de poner a disposición de los gentiles la pronunciación, eminente sagrada, del nombre divino. Se recalca que, para el tiempo del surgimiento de la puntuación masorética, los Cristianos desestimaban a los judíos, lo cual lleva a entender como razonable el comentario de varios escritores judíos que sostienen que la formulación del nombre divino puesto a disposición del mundo sólo fue un trabajo masorético cuyo propósito fue evitar que los Cristianos se acercaran a la pronunciación del nombre de Dios.
Las demandas de algunas sectas que reclaman que los nombres españolizados, Jehová, o Yehovah, Yavé , Yahvéh o Yahwéh son la pronunciación al nombre divino sólo fomentan la desinformación sembrada por los Masoretas. Incluso esas demandas son contradictorias ya que sus mismos dirigentes claramente sostienen como virtualmente imposible conocer la correcta pronunciación que el Israel antiguo conoció.
Es contradictorio aceptar que debido a la omisión que los judíos hacían de la pronunciación del Nombre, ésta se perdió, mientras que al mismo tiempo se haga fuerza para validar como genuino ya sea Jehová o Yavé. Porque si eventualmente la pronunciación vino a ser desconocida, entonces nada hay que valide nombres compuestos.
Algunas sociedades religiosas arguyen que prefieren el nombre Jehová no porque sea el genuino nombre de Dios, sino porque es el más usado entre algunas iglesias gentiles, como que si los gentiles son los más indicados para oficializar un nombre que nunca les fue dado a ellos ni nunca oyeron cómo se pronunciaba.
Respecto al texto Hebreo las autoridades judías repetidas veces han declarado que la pronunciación del Nombre eventualmente se perdió por haber sido expuesto al desuso postexílico, porque los líderes del pueblo no querían exponerlo a profanación.
Desde el punto de vista del respeto elevado que el Creador sustenta, tal acción fue correcta, porque si los israelitas, cuya ley ordenaba evitar toda relación con el paganismo, habrían cometido el error de pronunciarlo sin estar preparados para ello, cuánto más razonable fue ocultarlo para que los paganos no lo conocieran y no lo ensucieran.
Por eso cabe preguntar, ¿Si la pronunciación vino a quedar oculta y por ende vino a ser desconocida, de dónde es que los Masoretas, que vivieron unos setecientos años o más, después de Cristo, tomaron los signos vocálicos que ellos mismos inventaron, para colocarlos debajo de las consonantes? ¿En base a qué fue que esos signos y no otros diferentes tuvieron que ser los que dispusieron para que el público lo leyera?
Lo intrigante va aún más a fondo cuando se conoce que el origen del nombre «Iehoua», de donde viene Jehová y Yehovah, se debe a un monge identificado como Raimundo Martini quien allá por 1278 publicó un libro que tituló «La Espada de Dios», en el cual lo colocó, desde allí en adelante la escritura evolucionó hasta venir a ser como actualmente se pronuncia. Valga aclarar que de ese nombre proviene el Español Jehová y el Inglés Jehova, el cual, poco más o menos es pronunciado Yejouva. Posteriormente las Versiones de Reina-Valera y la del Rey Santiago lo usaron.
Quiere decir que a causa de no existir una base firme sobre la cual establecer la verdadera pronunciación, el monge Martini decidió establecer una, lo cual claramente expone la realidad si en verdad ese nombre es genuino o es sólo un modo piadoso de identificar al Creador.
Lo mismo sucede con el nombre Yavé, porque según se dice por varios escritores, a los Masoretas se atribuye haber usado las vocales de Adonai o de Elohim para colocarlas debajo de las consonantes YHVH, de donde surgió cualquiera de las dos pronunciaciones, Jahová y Yavé.
Por esto, los reclamos dogmatistas de algunas organizaciones, en el sentido de querer establecer que la correcta pronunciación ha sido restablecida después que se perdió, no es razonable.
La grandeza del Creador de ninguna manera puede ser impedida por posiciones que no se basan en la realidad sino en opiniones populares. Porque esas opiniones son dogmáticas, y su propósito es el de dar a entender que han alcanzado la revelación divina para la pronunciación exacta del nombre legítimo del Padre Celestial. La falta de pruebas acerca de la correcta pronunciación del nombre del Altísimo es la razón que dio origen a dos posiciones, son a saber, la Jehovista y la Yahvista.
He aquí una opinión Jehovista:
«Cuando el antiguo Hebreo era una lengua que se hablaba, esto no presentaba problema. La pronunciación del Nombre era familiar a los Israelitas y cuando ellos lo miraban escrito suplían las vocales sin estar pensando (tal como el lector que habla Inglés para quien Ltd., representa Limited, y bldg., representa building.
Dos cosas sucedieron que cambiaron esta situación. Primero, una idea supersticiosa surgió entre los Judíos que era error pronunciar el nombre divino en voz alta; así, cuando leían su Biblia cambiaban a la palabra Adho-nai (Soberano Señor). Después, a medida en que el tiempo pasaba, la antigua lengua Hebrea dejó de ser la lengua en las conversaciones diarias, y de esta manera la pronunciación del nombre de Dios en la lengua original eventualmente fue olvidada.
A fin de asegurar que la pronunciación de la lengua Hebrea no se perdiera, eruditos judíos de la segunda mitad del primer milenio de la era Cristiana inventaron un sistema de puntos que representaban las vocales y los colocaron alrededor de las consonantes en la Biblia Hebrea. De esa manera tanto las consonantes como las vocales fueron escritas y la pronunciación como era en aquel tiempo fue preservada.
En lo relacionado al nombre de Dios, en lugar de poner la vocales correctas en la mayoría de casos pusieron otros signos vocálicos para recordar a los lectores que debían decir Adho-nai. De esto viene escribir Iehouah, y, eventualmente, Jehovah vino a ser la pronunciación aceptada del nombre en Inglés. Esto retiene los elementos esenciales del nombre de Dios en el Hebreo original...»
Este comentario, en Inglés, pertenece a la Watchtower (Testigos de Jehová), ha sido vertido al Español para facilitar a los lectores su comprensión.
Al leer detenidamente lo que la Watchtower opina se pueden mirar algunas declaraciones que son controversiales, entre ellas las siguientes: 1-. Argumenta que los Judíos cayeron en superstición pensando que era error pronunciar el nombre divino en voz alta.
En realidad, no está atestiguado por la Santa Escritura que esa omisión se haya debido a superstición, por lo tanto, esa declaración no puede ser demostrada.
El comentario judío dice que la pronunciación del nombre gradualmente fue omitida para evitar que fuera profanado. Esto es más razonable porque para el tiempo en que empezó esa omisión el pueblo estaba atravesando por una situación espiritual críticamente baja, y se pensó que la omisión era lo mejor para evitar que el sagrado nombre fuera profanado.
La pregunta es: ¿Evitaron los Judíos pronunciar el sagrado nombre de Dios porque eran supersticiosos o porque evitaban que el pueblo, que había caído en un nivel espiritual bajo, lo profanara? Es notorio que la escasa condición espiritual del pueblo se hizo más notoria al poco tiempo después de la muerte de aquellos grandes hombres de fe (Esdras y Nehemías) que con verdadero apego a la voluntad divina reconstruyeron la ciudad y el Templo que unos setenta años antes había sido destruido por Nabucodonosor.
Si de santidad se trata, el nombre nunca ha dejado de ser santísimo, y pronunciarlo popularísticamente no parece que sea del agrado de su dueño. De allí es que se infiere que la omisión de su pronunciación no se debió a elementos supersticiosos, sino para evitar profanación.
Este segundo párrafo en consideración atinadamente dice que la antigua lengua Hebrea dejó de ser la lengua en las conversaciones diarias, y de esta manera la pronunciación del nombre de Dios en la lengua original eventualmente fue olvidada. A esto se le debe poner suficiente atención, porque si la pronunciación fue olvidada, entonces eventualmente se perdió. Esto es así porque quienes la conocían murieron, y no hay registros que testifiquen que antes de morir ellos hayan transmitido esa pronunciación a sus sucesores.
Históricamente, la pronunciación del nombre comenzó a ser omitida aproximadamente unos cuatrocientos años antes de Cristo; es decir, muchos años antes que viniera sobre el pueblo judío uno de los más grandes desastres espirituales que fue cuando Antíoco IV Epífanes sacrificó una cerda en el templo, y muchos del pueblo rompieron el pacto de la circuncisión y se paganizaron participando incluso de los juegos olímpicos celebrados en honor al dios Júpiter.
No se puede comprobar que la pronunciación haya sido conocida por algunos de ese tiempo. Se perdió para nunca más volver a ser pronunciado.
Después, el comentario de la Watchtower dice:
«A fin de asegurar que la pronunciación de la lengua Hebrea no se perdiera, eruditos judíos de la segunda mitad del primer milenio de la Era Cristiana inventaron un sistema de puntos que representaban las vocales y los colocaron alrededor de las consonantes en la Biblia Hebrea. De esa manera tanto las consonantes como las vocales fueron escritas y la pronunciación como era en aquel tiempo fue preservada».
Esto es cierto, porque cuando vinieron tiempos de sosiego para los judíos por el siglo V, E. C., en adelante, sus eruditos sabiamente decidieron emprender una tarea bastante interesante como lo fue preparar un sistema de puntos que iban a tomar el lugar de letras vocales, de esa manera los judíos en la diáspora, tanto en su tiempo como las generaciones venideras, tendrían acceso a la pronunciación de su lengua ancestral. Enorme contribución por cierto que no solo favoreció a los judíos sino a los gentiles en general que pudieron leer la Sagrada Escritura en su lengua original.
Ahora bien, ciertamente el grandioso trabajo de los masoretas, aunque fue incomparable, de ninguna manera significa que ellos hayan conocido la pronunciación del nombre del Altísimo que, como se acaba de decir, desde hace varios siglos antes de Cristo había sido descontinuada.
Es cierto que en su comentario, la Watchtower no enfatiza que los masoretas hayan sido certeros al escribir los signos vocales para facilitar la pronunciación de las consonantes, con todo, al decir «inventaron un sistema de puntos que representaban las vocales y los colocaron alrededor de las consonantes en la Biblia Hebrea...y la pronunciación como era en aquel tiempo fue preservada.», parece que intentan decir que a ellos se debe que el nombre divino volviera a ser conocido. Si esa es la insinuación, entonces yerran, porque no es cierto que a los masoretas se deba que una porción de Cristianos conozca que el Altísimo se llame Jehová, y que esa pronunciación sea la misma de los judíos que vivieron por el tiempo de Esdras y de Nehemías.
En otros argumentos, la Watchtower apoya su posición jehovista en que es la más popular en una porción de Cristianos evangélicos.
Es cierto, buena porción de evangélicos (de quienes la basta mayoría ni siquiera conoce el alefato, o sea, la serie de consonantes Hebreas) pronuncia el nombre Jehová, con todo, debe tomarse en cuenta que eso se debe a que algunas versiones de la Santa Escritura vertidas a diferentes lenguas usan esa composición, sin embargo, el que esa pronunciación es la que sus Biblias les proporcionan, de ninguna manera significa adquirir autoridad para afirmar que esa es la correcta pronunciación que el Israel del ayer usó.
La opinión Yahvista:
«...Aunque su santo nombre es usado aproximadamente 7000 veces en las antiguas Escrituras, rara vez lo oye usted mencionar en el Cristianismo moderno. La sustitución ha sido casi completa. La culpa de esto cae en los escribas judíos que se propusieron mantener escondido del mundo gentil el nombre que ellos consideraban santo. En adición, los traductores no vieron la importancia de transliterar el nombre...
El alfabeto Hebreo consiste de 22 consonantes, sin vocales, excepto que algunas consonantes conllevan sonidos vocales. Así sucede que las tres letras Hebreas -la Yothe (Y), la He (H) y la Waw (W) que componen el santo nombre- son conocidas como letras vocales, cuando el sonido vocal de estas letras es incluido con las cuatro consonantes que forman el santo nombre, tenemos la transliteración Inglesa «YaHWeH. Casi cualquier diccionario moderno o enciclopedia muestra que Yahweh es la transliteración correcta del tetragrámaton. En la Versión del Rey Santiago y en antiguos escritos usted va a encontrarlo como «Jehová», pero esa palabra es incorrecta y toda autoridad moderna así se lo va a decir...
Las vocales que se usaron para acuñar la palabra «Jehová» fueron tomadas del Hebreo «Adonai». En la Escritura Hebrea no hay tal palabra. Fue una invención del siglo XIV por la Iglesia Católica, y tradicionalmente aceptada por los Protestantes hasta que en el tiempo actual se ha descubierto que no es la correcta transliteración del nombre sagrado. Ahora que sabemos que «Jehová» no es correcta debemos abstenernos de usarla...
La Enciclopedia Judaica, tiene lo siguiente que decir acerca del nombre santo, y del por qué el nombre híbrido «Jehová» vino a existir:..
La verdadera pronunciación del nombre YHVH nunca se perdió. Varios escritores griegos de la Iglesia Cristiana testifican que el nombre se pronunciaba Yahweh. Esto está confirmado al menos por la vocal de la primera sílaba del nombre, por la forma abreviada Yah, que algunas veces es usada en poesía (por ejemplo en Éxodo 15:2), y de Yahu o Yah que sirve como sílaba final de muchos nombres Hebreos...»
(Nota: Esta es una traducción de un folleto escrito en Inglés que pertenece a la pequeña iglesia denominada «Asambleas de Yavé».
De la manera en que la posición Jehovista debe ser analizada, así esta. En primer lugar, porque siendo diferentes y antagónicas, cada una reclama legitimidad para su doctrina que afirma es la correcta. En segundo lugar, porque el argumento es puramente dogmático, fabricado para defender una posición doctrinal que por ser imposible de sostener se convierte en blanco de argumentos que la rebaten.
Este argumento echa sobre los escribas la culpa de haber omitido el nombre, para que su pronunciación eventualmente fuera desconocida, y agrega: «En adición, los traductores no vieron la importancia de transliterar el nombre». En palabras sencillas y claras puede entenderse que los autores del argumento culpan a los judíos de que los paganos de cualquier lugar del mundo no sepan cómo pronunciar el nombre de Dios, aun a sabiendas que conocerlo es exponerlo a profanación.
Continúan diciendo: «Casi cualquier diccionario moderno o enciclopedia muestra que Yahweh es la transliteración correcta del tetragrámaton».
Es importante exponer que los autores de esos diccionarios y enciclopedias son Cristianos, o al menos pertenecen a países de predominio Cristiano, y la explicación que hacen de algunos temas, (el del nombre de Dios para el caso), se basa más que todo, en opiniones que otros han expuesto anteriormente. Esto significa que la exposición que hacen respecto a la pronunciación del nombre de Dios es enteramente cuestionable porque ni los escritores actuales ni los del pasado pueden demostrar que Yavé sea una transliteración, ni mucho menos que sea la correcta. ¿En base a qué puede, o pudo haberse obtenido la certeza de que Yavé es el nombre correcto de Dios, siendo que históricamente dejó de ser pronunciado varios siglos antes de Cristo?
Ser autoridad en materia de teología Cristiana de ninguna manera significa conocer cómo se pronunciaba el nombre santo, porque esa teología no nació cuando los judíos empezaron a esconder la pronunciación. La teología Cristiana comenzó a partir del siglo II, E. C., habiendo sido encabezada por los obispos de la Iglesia que por cierto provenían del paganismo.
Por otra parte, autoridades judías repetidamente afirman que la intención de los Masoretas no fue el de poner al alcance del mundo gentil el sistema de signos vocálicos para facilitar la correcta pronunciación del nombre que, después de todo, ellos mismos ignoraban por haberse perdido desde hace siglos antes de Cristo.
Es improbable que los Masoretas de hace unos mil quinientos años hayan tenido en mente el mundo pagano para proporcionarles ideas de cómo pronunciar el nombre divino. Esa improbabilidad se hace aún más notoria si se toma en cuenta que, históricamente, Israel nunca miró con agrado a la religión Cristiana que durante muchos siglos los había vituperado. Siendo esto así, cabe preguntar ¿en qué tiempo los masoretas fueron bondadosos con los gentiles para proporcionarles las vocales con las cuales figurar el nombre de Dios?
No se puede pensar acertadamente que los editores de diccionarios o enciclopedias sean certeros al declarar que Yahwéh es el exacto nombre de Dios puesto que no poseen bases concretas para semejante configuración.
Quienes defienden que los manuscritos del Nuevo Testamento que actualmente se poseen, y que sirven de base para todas las versiones de la Biblia a diferentes lenguas, fueron adulterados porque en lugar del Tetragrámaton contienen la palabra Señor, no pueden sostener su opinión sobre bases sólidas. Si sobre esas bases lo sostuvieran, sería bienvenida. Lo cierto es que no puede demostrarse que esa adulteración haya sucedido.
Por otra parte, si la Septuaginta actual, reconstruida sobre las bases de la original es fidedigna, entonces debe tomarse en cuenta que sus escritores, en Isaías 61:1, no transcribieron el nombre de Dios, sino que lo cambiaron por Señor. La Septuaginta, y no el Texto Hebreo, fueron las Escrituras que los apóstoles usaron para predicar a los gentiles cuya lengua era la Griega.
Afirmar que los apóstoles escribieron sus cartas en griego pero que al referirse a Dios el Padre debieron haber escrito el Tetragrámaton en caracteres Hebreos carece de pruebas que lo apoyen, y es incoherente con la realidad porque eso les habría significado barbarismo. Barbarismo es el empleo de palabras extranjeras a una lengua en la que no están totalmente incorporadas. Así, no existen pruebas para demostrar que en sus escritos en Griego, los apóstoles hayan insertado las cuatro letras Hebreas, cuya lengua, a los convertidos del paganismo, no les era familiar.
«El espíritu de Jehová, el Señor, está sobre mí, porque me ha ungido Jehová. Me ha enviado a predicar buenas noticias a los pobres, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos y a los prisioneros apertura de la cárcel». Isaías 61:1
Este texto es repetido por el Señor Jesucristo, sin embargo el texto Griego lo transcribe de la manera siguiente:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor». Lucas 4:18-19.
He aquí algunas consideraciones que deben tomarse en cuenta:
Si el Señor lo pronunció o no, nunca será sabido, porque no existe ninguna evidencia que lo atestigüe. Pronunciarlo o no, no parece haber sido tan crítico como pretenden sugerir las posiciones dogmáticas de hoy en día, que por cierto en ningún momento de la historia estuvieron presentes sino hasta allí por los años 1900 de nuestra era.
Ni siquiera los escritos apostólicos sugieren que la pronunciación del Nombre haya sido crítico.
Porque aunque viniera el día en que se descubrieran nuevos manuscritos de los cuatro Evangelios, en los cuales se viera al Maestro pronunciando el Nombre, eso de ninguna manera significaría que su pronunciación haya sido tomada por los apóstoles del Señor para revivir aquello que la tradición judía ocultó para siempre.
Con la anticipada súplica de perdón al Altísimo, bienvenidos son los nombres Jehová y Yavé, con los cuales lo invocamos a él a falta de desconocer cómo es que aquellos que lo oyeron lo pronunciaban. FIN.